
El domingo, 38 millones y medio de argentinos están llamados a las urnas – el voto es obligatorio a partir de los 18 años – para elegir al presidente que gobernará el país el próximo cuatrienio. Se trata de la segunda vuelta electoral y definitiva – el sistema es democracia presidencialista - en la que compiten los dos candidatos que han pasado en cabeza las elecciones primarias celebradas en octubre: Javier Milei, 58 años, economista ultraliberal o líder de extrema derecha como sería etiquetado en Europa, y Sergio Massa, 37 años, peronista, izquierda moderada bastante polémica, actual ministro de Economía.
El elegido tendrá que enfrentarse a un problema habitual en Argentina, la inflación galopante que en lo que va de año alcanza el 143%. En realidad, no es nada nuevo, la inflación es una constante en el país que ninguno de los gobiernos democráticos de las últimas décadas ha conseguido atajar. Como es lógico, ambos candidatos ofrecen soluciones contradictorias; las de Milei radicales y sin precedentes, y las de Massa más ponderadas, sin que alguna de ellas ofrezca garantías de que la solucionen, al menos en opinión de los análisis de los expertos.
Tampoco está claro cuál es el favorito de los dos candidatos. En la primera vuelta, Massa consiguió el 37% de los sufragios y Milei el 30%, pero los apoyos de otros partidos han dado un vuelco en las encuestas. Las últimas atribuyen unas décimas menos al que partía en cabeza, el peronista que, además, acumula el lastre de su gestión actual. La duda se incrementa dado el elevado porcentaje de abstenciones que manifiestan los encuestados.
Massa tiene a su favor dos factores que se consideran cruciales:
Uno es sin duda la anclada tradición peronista que existe en Argentina desde los años cuarenta cuando el casi mitológico Juan Domingo Perón gobernó durante una etapa de prosperidad que la historia atribuye a las exportaciones a Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Otro es el miedo que la propuesta de corte fascista de su adversario crea en los ambientes intelectuales y culturales de la capital, Buenos Aires, y su entorno, que acumulan un tercio de los votantes.
Por el contrario, Milei capitaliza el descontento popular y la incertidumbre que la inflación genera. Los niveles de pobreza son muy elevados y entre la clase trabajadora la gran queja, origen de frecuentes protestas públicas, son los bajos salarios agravados por la inflación que reduce cada día el poder adquisitivo y acentúa las desigualdades sociales que ambos candidatos prometen equilibrar, aunque la opinión generalizada lo describe como pura demagogia electoral.