Pues sí, cabía más

Siguiendo los predicamentos de su guía y maestro en estas lides de la mentira, la falacia y la exageración en la malas artes y la falta de seriedad, José Luis Rodríguez Zapatero, a quién, hace años, se le pilló con un micrófono abierto por accidente aquello de que “hay que meter más presión en la sociedad para poder ganar”, el personaje que nos ocupa la atención estos días debió considerar que estaba de nuevo en esa misma situación y se lanzó a su enésima representación teatral, dramática, casi estertórea para engañarnos otra vez a todos los que, erróneamente, le quisimos o tuvimos que escuchar, aunque con diverso interés e intencionalidad.
Cogió por los pelos una noticia sobre las “artes y tejemanejes” de su esposa Begoña Gómez -a la que realmente no se le había dado mucha publicidad, por su poco interés y ser cosa ya casi superada por diversos motivos- y la convirtió en “casus belli” personal, oficial, nacional y casi internacional. El pasado miércoles montó en una fingida y sobrepasada cólera y, acto seguido, nos mandó una carta a los españoles, en la que anunciaba tomarse un periodo de reflexión personal, para determinar -junto a su esposa- si continuaba en el cargo o abandonaba la política.
Primera gran mentira, porque ayer hemos sabido en boca de él mismo, que su esposa no sabía nada de la carta y que hasta le recriminó haberla escrito y publicado cuando, ella se enteró, como todos nosotros, de su existencia.
En su enlatado, fingido, mal estructurado, leído y poco o nada creíble discurso de ayer mismo en el que nos presentaba, sin preguntas, los motivos de su continuidad, el cúmulo presentado de mentiras, falsedades, medias verdades y despropósitos fue extremadamente grande y a la vez muy peligroso. Discurso del que destaco solo tres puntos por considerarlos los más importantes o trascendentales; nadie, absolutamente nadie, ha dicho antes o después de este periodo melodramático -al mejor y más puro estilo inglés- que las mujeres no pueden dedicase a los negocios y a ejercer sus carreras, pero, sobre todo, si estos están bien fundados en conocimientos, preparación y capacidades personales reales y personales. Nadie las quiere relegar a ocupar un puesto exclusivamente entre las cacerolas o haciendo las labores propias de la casa. Afirmar eso, como hizo Sánchez, es pueril, mal intencionado, jugar muy sucio y totalmente imperdonable.
En segundo lugar, quisiera resaltar que, según él, ha basado su decisión de continuar en el Gobierno en el “masivo y caluroso” apoyo popular recibido en toda España, cuando, a pesar de los esfuerzos de los medios afines, todos hemos podido ver que ningún presidente ha recibido un apoyo tan escuálido, residual y fuera de foco, a pesar de la necesidad de estos y, sobre todo, de las melodramáticas situaciones pintadas por su partido, el Gobierno en pleno y los muchos medios de comunicación que tiene totalmente entregados o vendidos a su causa y del esfuerzo de animación a la exaltación popular, de algunos de sus ministros, quienes deberían hacérselo mirar por su exagerada y poco elegante postura, rayana con alguna grave enfermedad mental, que no me atrevo a calificar.
Por último, en este capítulo de amenazas, barbaridades y despropósitos del susodicho discurso, no tiene cabida que un presidente del Gobierno de España, que se supone lo es de todos los españoles, marque claras diferencias entre los españoles en dos grupos o bloques enfrentados como propios y enemigos, que no haga ningún tipo de autocrítica ni de explicación alguna de lo ocurrido y que lo llene de semi veladas amenazas sobre los grupos o entidades (judicatura, medios y partidos de la posición) no afines, por el mero hecho de no tragar con sus preceptos y por denunciar y defender a la verdadera democracia.
La situación vivida esta pasada semana, con su apoteósica decisión final de ayer mismo, no es más que un autogolpe de Estado con todas las de la Ley -incruento de momento- al crear ficticiamente una situación insostenible de incomprensible acoso para quien ejerce el poder con todas la Ley; lo que le obliga a tomar con urgencia decisiones graves y dictar, sin más explicaciones, todas las medidas que estime necesarias para defenderse él y la institución y, tras enrollarse en la bandera de su democracia, hacer por imposición con “cuasi manu militari”, todo lo contrario a lo que dicha sagrada palabra y concepto encierran.
Visto lo visto, comprobamos que sí, al menos para Sánchez, hay espacio para más jugadas a pesar de que el crupier se esfuerce en que dejemos de apostar sobre el tapete; pero mucho me temo que esas jugadas, fuera de momento y lugar, producirán muchos y graves efectos nocivos para la convivencia de los españoles entre sí y, sobre todo, pueden acabar con la democracia que nos dimos en 1978 por altísima ilusión y unanimidad y que tanto esfuerzo, sacrificio y problemas trajo poderla alcanzar.
Puede que esta sobreactuación de Sánchez haya servido para alertar al mundo de nuestros pares, vecinos o iguales de que aquí está ocurriendo algo gordo y fuera de lo normal y ya me gustaría que la inoperante UE dejara de atender solo a los problemas económicos de sus miembros y a algunos menores y poco rentables escarceos en política exterior y defendiera con ahínco, como así figura en sus estatutos o compromisos, la democracia y la libertad de todo tipo en sus países miembros y entre ellos en sus relaciones.
Esperanza, que debo confesar, es muy poca y cogida con pinzas dado que, además, el continente atraviesa duros problemas varios y está ante un inminente, complejo y completo proceso electoral. Hecho este que, sin duda, no ha pasado desapercibido a Sánchez, a la vista del momento elegido tanto dentro como fuera de España para poner en escena esta performance, tal y como ha hecho muchas veces con sus anteriores exitosas, aunque totalmente falsas y exageradas, sobreactuaciones en las que, por desgracia, ha sabido y podido salvar su pellejo.