Opinión

Las tres familias del coronel Ortiz

Miguel Ortiz Asin
photo_camera El coronel de la Guardia Civil, Miguel Ortiz Asin. Fundador del Forum Canario Saharaui

Escribo estas líneas en plena festividad del 12 de octubre. Y supongo que uno nunca se plantea hacer una necrológica sobre su propio padre, pero habiendo colaborado ambos en este excelente altavoz mediático llamado Atalayar, no quise dejar pasar la oportunidad de hacer mi pequeño homenaje pese a los meses estivales transcurridos desde su triste e inesperada marcha.

Una tarea que en los días posteriores al deceso resultaba emocionalmente inalcanzable, donde familia y amigos son el mejor refugio. Aunque la biológica no éramos su única familia. El coronel de la Guardia Civil, Miguel Ángel Ortiz Asín, tenía más.

Una que siempre llevó en su maltrecho corazón, la gran familia saharaui. Aquellos a los que vio crecer y que le vieron crecer durante nada menos que diez años de su vida y carrera en numerosos puntos geográficos de la entonces colonia española. Conocía a fondo el terreno, su estructura social y la composición tribal.

Fue uno de los funcionarios españoles que realizó el registro civil de la población. Para hacerlo recorrió todo el territorio centímetro a centímetro, jaima por jaima. Un registro del que luego bebió el famoso censo de 1974. Sus vivencias y anécdotas en los diez años que estuvo en el Sáhara darían para escribir un libro, ese que nunca fue capaz de hacer pese a nuestra insistencia. Prefería la conversación y las distancias cortas, todo un animal social. Como bien dijo una buena amiga cuando dio el pésame “cuando él hablaba, todos escuchaban”, no lo pudo describir mejor. Afortunadamente queda gente para contar esas historias, y a mí me tocará recopilarlas en su memoria. Aunque hay un par que describen muy bien como era y lo querido que fue por aquellos lares.

Hach Ahmed Bericalla, presidente del Movimiento Saharauis por la Paz, contaba que “siendo muy joven trabajaba los veranos con él, de ayudante en su despacho de la oficina gubernativa para ganarme un dinero con el que seguir estudiando. Uno de los recuerdos más nítidos que tengo es verle en su despacho, una oficina abierta, tratando a diario con grupos de saharauis mientras llegaban y a su vez se sumaban otros.

Pese a que el alboroto aumentaba, llamaba la atención el hecho de que no se sintiese agobiado rodeado de tanta gente, cada uno con sus problemas cotidianos, mientras él hacía todo lo posible para ayudarles a solucionarlos. Pero lo mejor de todo, lo más prodigioso es que, entre tantas tribus existentes, fracciones, subfracciones, etc., él era capaz de identificarlos tribalmente a todos uno por uno, y no solo eso, sino que además entablaba amistad y transmitía cercanía con cada uno de ellos, tratándolos por igual.

La otra anécdota, que corrobora la anterior, tiene su origen en una bonita historia que a menudo me relata el traductor Jedna Malainine sobre la relación de mi padre con su familia. Según cuenta, poco después de llegar destinado al Sáhara, un por entonces joven Teniente Ortiz fue enviado por el delegado gubernativo para conocer a una personalidad muy relevante, se trataba de Chej Maminna Uld Sidati, nieto del gran Santo Chej Maelainine, siendo muy bien recibido por aquel y su hijo Hasena, padre del propio Jedna. Cuando décadas después se encontró a este en Dakhla y le presentó a sus hijas, de repente cayó en la cuenta de algo: “¡Jedna! al conocerlas a ellas he conocido ya a cuatro generaciones de vuestra gran familia Malainine”.

Sin duda preciosos recuerdos del conocimiento que tenía de las familias durante su estancia en el territorio. Por eso le dolía tanto ver esas familias fracturadas años más tarde y hasta el día de su muerte, y por eso se volcó en sus últimos años a través de la fundación del Fórum Canario Saharaui, con objeto de ayudarles buscando una solución realista y humanitaria que encontró en la propuesta de autonomía marroquí.

Ese cariño que les tenía se mostró recíproco el día de su fallecimiento. Fueron incontables las llamadas y mensajes venidos desde todas las partes de España y Marruecos, en particular desde su querida tierra de adopción. Había un denominador común en los que procedían de las gentes del Sáhara: “se nos ha ido alguien que para nosotros era como un padre”.

Miguel-Ortiz-Asin
Miguel Ortiz Asin

Su otra gran familia, la que ocupo toda su vida profesional, fue la del benemérito cuerpo de la Guardia Civil. A ella se entregó en cuerpo y alma, casi literalmente, ya que estuvo muy cerca de dejar viuda y huérfanos durante su siguiente destino tras el Sáhara: nada menos que la San Sebastián de los años de plomo de ETA. Si hablar del Sáhara le arrancaba no pocas sonrisas y buenos recuerdos, hacerlo de ese oscuro pasaje de nuestra historia le quebraba la voz y le humedecía los ojos.

Apenas contaba nada: aquella bomba trampa que el destino no quiso que fuese para él y si para un subordinado, un recuerdo traumático que jamás le abandonó. O un día cualquiera con amenazas constantes o servicios de los que no sabía si volvería. Solo en 1980 hubo un centenar de asesinatos de ETA, muchos de los cuales fueron compañeros suyos.

Él jamás abandonó al cuerpo, aunque el cuerpo si le dejó algo abandonado el día de su adiós en el tanatorio en Las Palmas de Gran Canaria: aún observo con perplejidad e indignación como aquel viernes de junio nadie, ningún oficial o responsable de la Comandancia de la Guardia Civil de Las Palmas, se personase a presentar sus respetos a viuda y familia, ni siquiera una llamada de teléfono o unas flores.

El Coronel Miguel Ortiz, entre destinos y retiro, llevaba casi un tercio de su vida en la isla, se sentía un grancanario más. Supongo que uno no elige cuando se muere, pero parece que hacerlo en la mañana de un viernes vísperas de fin de semana implica ser ignorado por aquellos que deberían honrar a sus veteranos. En estos turbulentos tiempos de “titos Berni” y compadreos varios, no está la institución de la Guardia Civil a nivel insular como para permitirse semejantes muestras de desdén. Especialmente a un compañero que fue Capitán del Subsector de Tráfico y Comandante 2º Jefe en los años 80. Y que no perdonaba ni un solo 12 de octubre la tradicional ofrenda a la patrona en la Comandancia pese a los años que llevaba retirado.

Los que no fallaron, esencia y corazón del cuerpo, fueron los guardias civiles, con mayúsculas. Los que mostraron sus respetos de manera presencial o telefónica allí donde se encontrasen, especialmente sus compañeros de promoción. Esos son los que mantienen viva la llama de lo que un día fue y lo que —tal y como algunos dijeron viendo aquel vacío institucional— tal vez esté dejando de serlo.

Y por supuesto queda también su familia biológica, nosotros. Buena parte de ella apenas pudo disfrutar de su compañía durante mucho tiempo tras tantas décadas fuera de su Zaragoza natal, donde esperan sus cenizas. El desarraigo derivado de la entrega a su uniforme hizo su correspondiente mella, aunque siempre llevó con orgullo su condición de aragonés allí por donde pasó. Esa familia es la misma que vive entre la tristeza de su marcha y el consuelo de ver que, pese a que todo hombre muera, no todos realmente viven y se entregan como él lo hizo allí donde fue y con cualquiera que se lo pidiese, porque ante todo era una buena persona de cuya vida siempre nos sentiremos orgullosos de haber formado parte.

Espero que el tiempo alivie la angustia de la aflicción, y quede el profundo orgullo de haber ofrecido un incomparable sacrificio, tal día como hoy 12 de octubre, en el altar de la Virgen del Pilar. Tu triple patrona: por guardia civil, zaragozano y español. Un altar donde la muerte no es el final.