La Riviera de Trump

Palestinos caminando entre los escombros de los edificios destruidos, en Jabalia, en el norte de la Franja de Gaza - REUTERS/ DAWOUD ABU ALKAS
Palestinos caminando entre los escombros de los edificios destruidos, en Jabalia, en el norte de la Franja de Gaza - REUTERS/ DAWOUD ABU ALKAS
Hay que recordar, en este momento, y me temo que en otros muchos más, la definición sobre Donald Trump que ofreció hace unas semanas el diplomático y experto analista internacional, Gustavo de Arístegui

La frase es de Chris Stewart, un antiguo diputado republicano y coronel de las Fuerzas Aéreas, un gran amigo del presidente norteamericano que dice: “a Donald Trump hay que tomárselo en serio, pero no hay que tomárselo al pie de la letra”.  

Hay que tomarse en serio que la idea está lanzada: desplazar de Gaza a los palestinos para ubicarlos en países vecinos como Egipto y Jordania mientras Estados Unidos toma el control de la franja para reconstruirla y convertirla en la Riviera de Oriente Medio. Pero no hay que hacerlo al pie de la letra porque tiene la intención de sacudir el tablero para que, a nivel regional, se tome una decisión porque si no Washington puede tomar las riendas. 

Como era de esperar, el rechazo a esta iniciativa ha sido generalizado. Portavoces de la Casa Blanca matizarían después que el desplazamiento sería temporal, incluso voluntario, que Estados Unidos no va a enviar tropas a Gaza y que no va a gastar presupuesto federal, pero también ha mantenido como viable y conveniente la iniciativa e invita a países europeos como España, Noruega e Irlanda, que han reconocido a Palestina que sean coherentes y acojan a esos palestinos. 

Aquí radica una de las cuestiones clave. Hamás no es Palestina, pero ahora todo está mezclado y países vecinos como Egipto y Jordania, de los más directamente candidatos de acogerlos, continúan negándose en redondo como llevan haciendo desde hace mucho tiempo. Rechazan asumir más riesgos de inestabilidad como los que ya han vivido a lo largo de los años. 

El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, ha afirmado que es la primera buena idea que ha escuchado y ha ordenado a su Ejército que haga planes para la salida voluntaria de los que vean la opción de recuperar sus vidas en otro lugar. 

Nos encontramos ante la cruda realidad que hay que afrontar. Abordar la segunda fase del alto el fuego tras la liberación de rehenes israelíes y de prisioneros palestinos, pensando en la tercera que nos lleva a cómo se hace la reconstrucción y, sobre todo, quién tiene el control de la franja. 

Israel ha dejado bien claro que no va a permitir que Hamás y la Yihad islámica sigan utilizando al enclave palestino para sus intereses y los de Irán. Tampoco Cisjordania, donde la Autoridad Nacional palestina lucha por evitar que las operaciones militares de Israel provoquen una situación de guerra abierta. 

La idea esta lanzada, Gaza está destruida en un 95 %, los gazatíes tienen que empezar de nuevo y Trump, como si fuera más una operación inmobiliaria les invita: ¿por qué no hacerlo en otro lugar?  Su último hogar en la franja es ahora un amasijo de escombros. Trump juega con la teoría de la estupefacción que utiliza constantemente para lanzar órdagos que provocan estupor, hilaridad, sorpresa, escándalo e indignación, como con los aranceles, pero ahí queda. Con el tiempo se va fraguando una solución que ya veremos si difiere mucho de la Riviera de Trump.