
Este documento es copia del original que ha sido publicado por el Instituto Español de Estudios Estratégicos en el siguiente enlace.
La guerra de Ucrania ha traído de nuevo a la actualidad el empleo de armamento nuclear en conflictos de alta intensidad. Las recientes declaraciones del líder ruso Vladimir Putin en las que advertía que, si la integridad territorial de Rusia se veía amenazada, utilizaría todos los medios disponibles para defender a su pueblo han retrotraído a la humanidad a los momentos más tensos de la Guerra Fría. Con la desmembración de la extinta URSS, Ucrania disponía de casi 2.000 armas nucleares, lo que la convertía de facto en la tercera potencia nuclear del planeta. Sin embargo, por la firma del Acuerdo de Budapest de diciembre de 1994, entregó todo su arsenal nuclear a la Rusia de Yeltsin. ¿Estaríamos hoy inmersos en una nueva guerra en Europa si Ucrania no se hubiese sometido a los Acuerdos de Budapest?
En julio de 1945 se ensayó la primera bomba atómica en Nuevo México (EE. UU.). Al mes siguiente se lanzaron una segunda y una tercera sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, lo que provocó la inmediata rendición de Japón en la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, jamás se han vuelto a utilizar esas armas tan destructivas, pero las grandes potencias y algunos otros Estados, han hecho que su capacidad destrucción y sofisticación hayan aumentado de forma exponencial.
La crisis de los misiles de Cuba de 1962, en la que el mundo estuvo al borde del colapso nuclear, no provocó ningún acto de constricción en los dos grandes actores del momento que basaban la disuasión mutua en el empleo de armas nucleares, los EE. UU. y la extinta URSS, ni tampoco en el resto de la comunidad internacional. De hecho, en ese año, dos nuevos países, el Reino Unido y Francia, ya habían logrado alcanzar la tecnología suficiente para el desarrollo de armas nucleares.
Nos encontrábamos en un periodo de la historia en el que se otorgaba a los vencedores de la Segunda Guerra Mundial de una vergonzosa impunidad en el desarrollo de un tipo de armamento en el que basar su disuasión en caso de conflicto militar. A los cuatro grandes, pronto se unió la China de Mao Tse-Tung quien en 1964 realizó con éxito su primera prueba nuclear en un claro aviso de que no toleraría nuevamente ninguna invasión de su territorio tras la proclamación de la República Popular China en 1949.
Ante la más que probable posibilidad de que nuevos Estados siguieran el modelo chino, el 5 de marzo del 1970 se acordó el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) que restringía la posesión de armas nucleares y perseguía impedir la proliferación de armas de destrucción masiva. De esa forma, se intentaba poner freno a una descontrolada escalada a nivel mundial en la que muchos países en cadena pretendían alcanzar tecnología suficiente para enriquecer el Uranio al 90 % necesario para la fabricación de ingenios nucleares.
El Tratado, que hasta fecha ha sido consignado por 191 Estados soberanos, solo permitió a cinco de ellos ser parte y poseer armas nucleares. El único motivo de ese «privilegio» fue haber realizado una prueba nuclear antes de 1967, que países como EE. UU. (1945), la extinta URSS (1949), el Reino Unido (1952), Francia (1960) y China (1964) habían ensayado en las fechas que figuran entre paréntesis.
Sin embargo, el TNP no consiguió detener la proliferación nuclear. Al «club» nuclear pronto se unió Israel (sin fecha declarada oficialmente) quien, con la finalidad de terminar con las sucesivas guerras con sus vecinos árabes apostó por el arma nuclear como medio más importante de disuasión; India (1974) en medio de su permanente conflicto con su vecino Pakistán; el propio Pakistán (1998) como respuesta a la proliferación iniciada por India y Corea del Norte (2006) quien, para ello, tres años antes se había retirado del TNP. Esos últimos cuatro países, junto con Sudán del Sur, son de momento los únicos no signatarios del Tratado.
De esa forma, la incorporación sucesiva de nuevos miembros al «selecto club» de países que disponían de ingenios nucleares con fines armamentísticos obedeció a una historia particular de cada uno de ellos y esgrimió un deseo de emplear el arma nuclear como principal herramienta de disuasión dentro de sus estrategias de defensa nacional1.
La conclusión de todo ello es que, a comienzos del presente siglo, nueve países en el mundo disponían del arma nuclear lo que nos lleva a preguntarnos, recurriendo una vez más al paradigma de la caída del muro de Berlín, si ese hecho histórico que provocó un trascendental cambio en las relaciones mundiales de carácter geopolítico, no hizo sino más que complicar la situación aumentando la proliferación nuclear y modificando el statu quo que el equilibrio bipolar nos había proporcionado durante más de cuatro décadas en el pasado siglo2.
Sin embargo, hoy en día la cuestión es que esos nueve Estados se reparten todo el arsenal nuclear existente en el planeta elevándose a 12.705 el número de ojivas nucleares. De ese total, unas 3.732 estaban preparadas e instaladas en misiles u otros vectores de lanzamiento para su uso, bien desde plataformas terrestres, aéreas o navales; otras 9.440 constan almacenadas en silos como reservas en silos, estimándose que unas 5.708 de ellas estaban en estado de alerta requiriéndose solo pequeñas operaciones logísticas (transporte, instalación en lanzadores...) para su uso inmediato de acuerdo con un informe del pasado 13 de junio del prestigioso Instituto Internacional de Investigación de la Paz de Estocolmo (SIPRI)3.
También denominadas «cabezas nucleares», las ojivas nucleares son la parte de las armas nucleares en las que se aloja el explosivo nuclear y los mecanismos que lo activan requiriéndose para ser empleada un vector de lanzamiento. Existen diversas clases de vectores de lanzamiento (misiles, cohetes, bombas...) así como diversas plataformas para su proyección (terrestres, marítimas o áreas). La combinación de todos esos factores configura lo que se denomina «arma nuclear» y aunque no existe una definición exacta en términos de alcance o rendimiento de este tipo de armas, sí se puede concluir que existe una clasificación inicial que divide a las armas nucleares en estratégicas y tácticas.
De esa forma el termino estratégico se asocia más a los vectores de lanzamiento tipo misil que alcanzan grandes distancias por encima de los 5.500 km, desde plataformas terrestres o marítimas. En este caso, la terminología OTAN los clasifica en misiles intercontinentales lanzados desde plataformas terrestres (ICBM-Inter-Continetal Balistic Missile) y los lanzados desde submarinos (SLBM-Submarine-Launched Ballistic Missile).
En el caso más destructivo, entre los misiles ICBM hay que destacar al misil ruso Sarmat denominado Satan-2 en terminología OTAN, que puede estar equipado hasta con 10 cabezas nucleares que suman 40 megatones de capacidad destructiva lo que representa una potencia 2.000 veces más que la bomba de Hiroshima de 15 kilotones. Según la prensa rusa, el misil Sarmat sería capaz de devastar un territorio de la magnitud de Texas o Francia. Su contrapunto lo ponen los misiles SLBM Trident II que transportan los submarinos norteamericanos y británicos, y que pueden transportar hasta 14 cabezas nucleares de 100 kilotones cada una y alcanzar objetivos a 11.000 km de distancia.
También se consideran estratégicos aquellos ingenios nucleares, generalmente bombas, que son susceptibles de ser lanzadas o transportados para su empleo, bien en aviones bombarderos de gran autonomía como fue el caso de las bombas de Hiroshima y Nagasaki o en modernos aviones caza como son los F-16 y F-35 norteamericanos, los Rafale franceses o los Tornado británicos portando diversas clases de misiles con cabezas nucleares.
En el caso táctico, los vectores de lanzamiento tipo misil son de alcance más limitado, utilizándose como vectores de lanzamiento proyectiles de artillería, minas, cargas de profundidad y torpedos marinos que pueden ser equipados también con ojivas nucleares. En cualquier caso, el empleo de armas nucleares tácticas no conlleva un menor poder de aniquilación, sino que su capacidad de destrucción va en función de la potencia y la cantidad de las ojivas que se instalen.
La guerra de Ucrania ha traído de nuevo a la actualidad el empleo de este tipo de armamento en conflictos de alta intensidad. Efectivamente, a pesar de que la amenaza nunca desapareció, las recientes declaraciones del líder ruso Vladimir Putin en las que advertía de que, si la integridad territorial de Rusia se veía amenazada, emplearía todos los medios disponibles para defender a su pueblo, ha retrotraído a la humanidad a los momentos más tensos de la guerra fría en los que las estrategias que preconizaban la «destrucción mutua asegurada» eran las imperantes en las relaciones EE. UU.-URSS que era decir lo mismo que las de la OTAN y el Pacto de Varsovia4.
Desgraciadamente, ya desde el comienzo del conflicto no estaban «soplando vientos favorables» en el campo de la reducción de armamento nuclear y a pesar de que no sería justo dejar de mencionar que a lo largo de la historia ha habido numerosos intentos y tratados para su eliminación o disminución, paradójicamente desde la caída del muro de Berlín, y sobre todo en los últimos años, la desconfianza mutua se ha instalado en las mesas de negociación a la hora de prorrogar los acuerdos alcanzados.
De esa forma, en el campo de las negociaciones de reducción de armas estratégicas nucleares entre EE. UU. y Rusia, y a pesar de la renovación por cinco años más hasta febrero del 2026 del último Tratado de la serie START el III o New Start5, las inspecciones para su verificación fueron suspendidas por parte de Rusia el pasado 8 de agosto, alegando la imposibilidad de sus inspectores a realizarlas debido a la negativa occidental a expedir los visados necesarios por las sanciones impuestas en repuesta a la invasión. En el campo táctico, la reducción de armamento nuclear ya había sufrido un grave revés cuando el presidente Trump dio por finalizado en 2018 el Tratado INF (Intermediate-Range Nuclear Forces) en vigor entre la URSS y EE. UU. desde 1987 acusando a Rusia de incumplimiento6.
Por otra parte, y si nos fijamos en el análisis del SIPRI mencionado previamente, la disminución del inventario nuclear respecto al pasado año se ha debido fundamentalmente a la retirada por parte de EE. UU. y Rusia de ojivas que estaba pendiente desde hacía varios años en aplicación de los sucesivos Tratados START desde 1991, pero que todavía no se habían desmantelado lo que puede dar una idea del grado de desconfianza que existe entre los firmantes del Tratado.
La situación se tornó incluso aún más tensa cuando, el presidente Biden declaró recientemente que la guerra en Ucrania ha supuesto que «el mundo está bajo el riesgo más elevado de una catástrofe nuclear o armagedón desde la crisis de los misiles de Cuba»7.
Cuba no es Ucrania, pero si recordamos con la desmembración de la extinta URSS, en ese momento, el país disponía de casi 2.000 armas nucleares lo que la convertía de facto en la tercera potencia nuclear del planeta. Sin embargo, por la firma del Acuerdo de Budapest de diciembre de 1994, Ucrania entregó todo su arsenal nuclear a la Rusia de Yeltsin8.
Era una solución «obligada» al joven gobierno ucraniano por los «valedores» del nuevo orden mundial surgido de la caída del muro de Berlín. Recordemos que ese momento la Rusia de Yeltsin y los EE. UU. de Bill Clinton vivían su apasionado romance diplomático que incluso llevó a Rusia al ingreso en la Asociación para la Paz de la OTAN en 1994 y al establecimiento del Consejo Rusia-OTAN en 2002 para manejar asuntos de seguridad y proyectos conjuntos ya con Putin en el poder.
Ucrania, políticamente muy inestable en aquel momento viviendo momentos difíciles en clave interna de movimientos que luchaban por el poder en el país, unos de tendencias occidentales (Yuschenko y su incipiente revolución naranja) y otros prorrusos (con Kravchuk primer presidente del país tras la disolución de la URSS) no tuvo más remedio que someterse al Acuerdo porque desde el punto de vista técnico, además aunque desplegadas en su territorio, no disponía de las claves para la utilización de esas ojivas nucleares cuyo control retenía la Comunidad de Estados Independientes, entidad supranacional heredera de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), o lo que era lo mismo la nueva Rusia de Yeltsin.
Poco o nada queda ya de aquel Acuerdo, sobre todo en lo que concierne a las relaciones entre Rusia y Ucrania. El primero ha invadido al segundo e incluso es muy paradójico ahora que precisamente Rusia tenga como unos de sus principales objetivos en la guerra la asfixia energética de Ucrania con el bombardeo selectivo de instalaciones de producción eléctrica y el corte del gas cuando, según lo firmado en Budapest, Rusia se comprometía a suministrar combustible para sus cinco centrales nucleares.
¿Estaríamos hoy inmersos en una nueva guerra en Europa si Ucrania no se hubiese sometido a los Acuerdos de Budapest? Posiblemente la solicitud de ingreso «acelerado» de este último país en la OTAN el pasado 30 de septiembre buscaba de nuevo basar su seguridad en la disuasión nuclear que la Organización proporciona a sus miembros. Por ello, altos funcionarios rusos se apresuraron a decir que ese hecho no conduciría sino a escalar el conflicto a una guerra en la que se verían inmersos terceros países de una forma directa en la que la opción de empleo de armas nucleares cobraría muchos enteros.
Disuasión nuclear, la historia interminable. Probablemente en diciembre de 1994, nunca imaginaron los habitantes de la recién nacida nación ucraniana que casi 30 años después pudieran arrepentirse de la firma del Memorándum de Budapest.
Fco. Javier Saldaña Sagredo* Coronel ET (R). Jefe Regimiento NBQ ET (2009-2011)
@fjsalda
Referencias:
1 Prueba de ello y como ejemplo más reciente figuran los esfuerzos de la República Islámica de Irán por alcanzar la tecnología necesaria para la fabricación en serie y operativa de una bomba nuclear quien, según un informe de la OIEA (Organización Internacional de la Energía Atómica) del pasado 7 de septiembre de 2022, ha seguido enriqueciendo uranio muchos más allá de los límites acordados en el Acuerdo Nuclear de 2015.
2 COHEN, Saul B. (1991). «Global Geopolitical Change in the Post-Cold War Era». Annals of the Association of American Geographers, vol. 81, n.o 4, pp. 551-580. Traducción publicada en la Revista de estudios sobre espacio y poder. Ediciones Complutense. http://dx.doi.org/10.5209/geop.81900
3 https://www.sipri.org/media/press-release/2022/global-nuclear-arsenals-are-expected-grow-states-continue- modernize-new-sipri-yearbook-out-now (consultado 28/10/2022).
4 Declaración televisada a todo el país del pasado 21 de septiembre en las que advertía además que, si Occidente continuaba con su «chantaje nuclear», Moscú respondería con el poder de todo su vasto arsenal.
5 Firmados por los presidentes Obama y Medvedev en 2010, establece una limitación de armas nucleares estratégicas a un máximo de 1.550 cabezas nucleares y 700 misiles balísticos, así como 800 lanzaderas desplegables.
6 Este acuerdo trataba de la eliminación de misiles tácticos (entre 500 y 5.500 km de alcance, coloquialmente conocidos como euromisiles) desplegados en Europa por ambas potencias desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Hasta la fecha de su suspensión se había logrado la retirada de más de 2.500 misiles del territorio europeo.
7 Declaraciones efectuadas el 7 de octubre de 2022 en Nueva York en un acto de captación de fondos demócratas para la campaña electoral.
8 El acuerdo, en el que también colocaron su firma los representantes de los gobiernos norteamericano y británico, conllevó la adhesión de Ucrania al Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP) y aseguraba a este país su integridad territorial prohibiendo a las tres potencias firmantes (Rusia, EE. UU. y Gran Bretaña) la utilización de la fuerza contra Ucrania, Bielorrusia y Kazajistán que también se sumaron al Acuerdo.