Falta de ambición

No vivimos aislados. Son muchos los ignorantes que no miran más allá de su ombligo y piensan que lo que ocurre en el mundo no les afecta, y de eso no están libres los políticos del Gobierno y Parlamento de la nación, aunque el problema sea más grave a escala autonómica donde el aldeanismo campa por sus respetos. Tienen mucha culpa los diferentes planes de Educación perpetrados en las últimas décadas que convierten a nuestros niños en expertos sobre los ríos de su comunidad en un país que los tiene de escaso caudal, mientras ignoran dónde están el Ganges, el estrecho de Malaca, que es el corazón del comercio mundial, y algunos solo recientemente se han enterado de dónde está el canal de Suez. De los Apalaches o del desierto de Atacama mejor no hablar. Son los mismos que piensan que Churruca y Gravina eran almirantes franquistas y así nos va porque si despreciamos la historia y la geografía no podemos entender tampoco lo que ocurre en el mundo y en consecuencia no intentaremos tampoco moldearlo a nuestra conveniencia. Porque hay algunos países que invierten mucho esfuerzo en que las cosas vayan de cierta manera y no de otra y España debería formar parte de ese pequeño grupo.
La realidad es que lo que ocurre en el mundo nos afecta cada vez más porque cada vez estamos más interconectados en todos los aspectos, como muestra la actual pandemia originada en China y extendida en semanas por todo el planeta, igual que ahora ocurre con las mutaciones británica, brasileña o india del virus; o lo que nos ocurrió en 2008 cuando desde el norte europeo se nos impusieron políticas de austeridad que impidieron un pronto rebote de nuestra maltrecha economía, contagiada por una crisis bancaria iniciada en los EEUU y que globalizó la caída de Lehman Brothers. Ahora mismo hemos pasado unas semanas con el alma en vilo hasta que los tribunales alemanes han levantado su previa paralización de la distribución de los fondos europeos para luchar contra los efectos de la pandemia, mientras esperamos como agua de mayo que se reabran las fronteras al ser España un país turístico dependiente del exterior y muy particularmente afectado por las restricciones de movilidad. Y si de movilidad hablamos, el principal cuello de botella de la navegación mundial ha estado una semana bloqueado por un descomunal buque portacontenedores atravesado en el canal de Suez que impedía el paso de centenares de navíos, paralizando industrias que no recibían suministros a tiempo. Las pérdidas se han estimado en 10.000 millones de dólares diarios. La llegada del presidente Biden a la Casa Blanca no acabará con el proteccionismo norteamericano, pero de entrada ha suspendido las sanciones que pesaban sobre algunas exportaciones españolas (aceitunas, vinos, aceite...) penalizadas como víctimas colaterales de la pugna entre Boeing y EADS. Son solo algunos ejemplos que demuestran que si alguien piensa que lo que ocurre en el mundo no le afecta, tiene que hacérselo mirar con urgencia.
Por eso preocupa la pérdida de poder y de influencia internacional que sufre España. Sucesivos gobernantes desde Rodríguez Zapatero hasta hoy han dejado de prestar atención al mundo para centrarse en un ombliguismo miope focalizado en la lucha contra la crisis económico-financiera de 2008, el separatismo de una parte de los catalanes, o la pandemia de la COVID-19 y la crisis que nos ha traído, que ha disparado el déficit, la deuda y el desempleo. Todo eso es cierto y son problemas graves, algunos de los cuales también los han sufrido países de nuestro entorno que no por eso han dejado de prestar atención a lo que ocurría allende sus fronteras, y para comprobarlo basta mirar a Portugal que presidía hasta hace poco el BCE con Mario Centeno y que ha colocado a António Guterres al frente de la ONU.
Tras la espantada del Reino Unido con el Brexit, España ha subido al cuarto puesto entre las 27 economías europeas, una clasificación que no está nada mal. Pero eso, que también impone responsabilidades, no se ha traducido en mayor influencia en Bruselas donde sólo hemos logrado colocar a Josep Borrell como Alto Representante (con rango de vicepresidente de la Comisión Europea) que siendo un cargo importante no está entre los cuatro primeros. Una muestra de ese desinterés está en que mientras el Gobierno no para de hablar de la llegada del maná de los fondos europeos, no dice una palabra de la Conferencia sobre el Futuro de Europa que de manera descentralizada comienza el 9 de mayo con objeto de recabar ideas para su reforma. He sido testigo de la sorpresa que este desinterés, que como digo no es nuevo, causa entre nuestros socios europeos, que esperan una actitud más proactiva y participativa por nuestra parte. Como consecuencia, países como Polonia, Suecia o Países Bajos tienen más influencia que nosotros en el corazón de la Unión Europea.
No hay razones que lo justifiquen porque tanto Felipe II (que nos aisló del mundo) como Franco (que fue aislado por el mundo) quedan ya lejos. Como también quedan ya lejos los años de Felipe González y de José María Aznar en los que, con estilos antagónicos, logramos pelear en el mundo con mucha ambición y por encima de nuestro peso. No hay razón ninguna para no volver a intentarlo... Solo hacen falta políticas menos chatas, un poco de ambición e ideas claras para tratar de moldear el futuro a nuestra conveniencia, como hacen otros.
Jorge Dezcallar, embajador de España