
Este año se ha celebrado el centenario del Partido Comunista Chino (PCCh) y la verdad es que los que allí mandan tienen razones para celebrarlo por todo lo alto porque gracias a él el comunismo se mantiene en China donde el Partido lo controla todo, todo lo ve, todo lo oye, todo lo sabe y, como ha dicho el propio Xi Jinping, el Partido lo es todo, “es el este, el oeste, el norte y el sur”. Es el pegamento que mantiene unido el invento, un gigantesco sistema de meritocracia en virtud del cual noventa millones de camaradas controlan con mano de hierro el gobierno, las Fuerzas Armadas, el aparato de seguridad, la economía, la ciencia, la cultura... y también a 1400 millones de compatriotas. Lo controla todo, es omnipresente y todo lo supervisa. Su poder es inmenso porque es a la vez el motor y el freno de cuanto hace China. Motor en cuanto fuerza de desarrollo económico y de progreso social que constituyen la principal fuente de legitimidad de un sistema que ha sacado de la pobreza a 600 millones de personas en las últimas décadas y ha convertido a China en una gran potencia global, y también freno porque su propia estructura rígida y piramidal y la ausencia de libertad en su seno, la falta de discusión y el aplastamiento del desacuerdo lastran las posibilidades de innovación porque dificultan el debate que está en la raíz del progreso.
El Comunismo es el gran mito de China. Y les funciona. Yuval Noah Harari dice que el éxito de la humanidad se debe a que es capaz de creer en ficciones como las religiones, las ideologías, las naciones, el papel moneda o las mismas sociedades anónimas que no son realidades tangibles o cuyo valor simbólico excede el material. Lo importante es que muchos compartamos esa creencia porque entonces le damos corporeidad, la hacemos real y actuamos en consecuencia. Régis Debray afina más al decir que el mito hace a la gente y no la gente los mitos y debe saber de lo que habla pues contribuyó directamente a inventar el mito de la épica revolucionaria de Che Guevara. Ahora el PCCh ha aprovechado esta celebración para crear el mito de su propia infalibilidad al reescribir la historia de China durante los últimos cien años de forma que se resalten sus éxitos y se oculten sus errores, que es lo que hacen todas las dictaduras. Stalin hacía borrar de las fotos a aquellos que ordenaba ejecutar pues si eran traidores contrarrevolucionarios no podían haber sido nunca sus amigos, la misma duda debía ser eliminada de raíz. George Orwell imaginó un Ministerio de la Verdad con el objetivo de reescribir continuamente el pasado para adecuarlo a las conveniencias del presente porque sabía muy bien que el que controla el pasado controla el futuro, y que el que controla el presente controla el pasado... porque lo puede modificar a su conveniencia.
Dicho y hecho. El PCCh ha revisado la historia china a la luz del Pensamiento de Xi Jinping que está integrado en la misma Constitución, y ha elevado a sus altares laicos a una Trinidad Comunista sin mancha de pecado alguna, que ya es decir. En ella Mao Zedong es el héroe que puso fin al siglo de humillación iniciado con las vergonzosas guerras del opio y que fundó la China comunista, Deng Xiaoping es presentado como el hombre pragmático (no importa que el gato sea negro o blanco, lo importante es que cace ratones) y el estratega del desarrollo económico y social del país, y Xi Jinping, el tercer trinitario, es el llamado a lograr una sociedad de bienestar “socialista desarrollada”, conseguir el respeto internacional que China merece como potencia hegemónica, y lograr la integridad territorial con el recibimiento de Taiwán en el seno de la madre patria. En esta historia reconstruida a medida se olvidan inconvenientes como que el propio Deng dijo en cierta ocasión que Mao había acertado en un 70% de las ocasiones y errado en un 30%. También se olvidan la masacre de Tiananmen en 1989, el Gran Salto Adelante que costó 30 millones de muertos, la misma Revolución Cultural, una Inquisición Comunista que fue el mayor intento para controlar el pensamiento que se ha hecho en el planeta Tierra, o la actual represión sobre nacionalistas y disidentes porque lo que de verdad quiere Xi no es tanto ser Mao como no ser Gorbachov, que estas Navidades ha hecho justamente treinta años que acabó con la URSS. Y para eso Xi Jinping cuenta con el Partido y lo mima como a la niña de sus ojos en una perfecta simbiosis en la que el líder y partido se sirven el uno del otro al servicio de su objetivo de dominio.
Jorge Dezcallar Embajador de España