¿La guerra que nadie quiere?

No estoy seguro de que hoy ocurra lo mismo, que nadie la quiera, porque me parece que Israel desea esta guerra y por eso lleva un par de meses - desde que se redujeron las operaciones militares en Gaza- provocando a libaneses e iraníes. La desea para después de haber terminado con el control militar de Hamás en Gaza, acabar también con Hezbolá que le incordia desde el Líbano, hasta el punto de haber obligado a 60.000 israelíes a abandonar sus hogares a lo largo de la frontera con un alto coste de familias desplazadas, escuelas y fábricas cerradas y cosechas sin recoger (también hay 100.000 desplazados del lado libanés). Y si logra que Irán acuda en socorro de sus aliados... pues tanto mejor.
Es cierto que Nasrallah, líder de Hezbolá, ha decidido que debía apoyar la lucha de Hamás aumentando el lanzamiento de misiles sobre Israel, pero lo hacía con cuidado tratando de evitar víctimas civiles para no provocar una guerra abierta. Hasta que uno cayó en el Golán ocupado matando a una docena de niños drusos. Israel respondió asesinando en Beirut a Sukr, número dos de Hezbolá, y, a partir de ahí, la crisis se ha desbordado hasta llegar a la operación cinematográfica del Mossad sobre los buscas de Hezbolá, o la muerte de una veintena de sus líderes militares reunidos en un sótano de Beirut el pasado día 20. Entre una y otra cosa Hezbolá ha perdido liderazgo y capacidad para comunicarse. La ofensiva israelí ha matado a 600 libaneses en dos días cuando en 2006, la última guerra en el Líbano, “solo” mató a mil en treinta días. Y muchos son civiles como en Gaza.
Parece como si el Gobierno ultranacionalista de Israel quisiera acabar con Hezbolá al tiempo que provoca a Irán bombardeando su consulado en Bagdad o asesinando en Teherán a Ismail Haniyeh, líder de Hamás que asistía como invitado oficial a la toma de posesión del presidente Pezeshkian. Y de paso dar también un buen repaso a los palestinos de Cisjordania que tienen la osadía de defender sus tierras ante unos colonos agresivos. Ya hay allí más de 600 muertos, millares de detenidos y mucha destrucción de viviendas e infraestructuras.
Es escandalosa la impunidad con la que actúa Israel. O sea, guerra en todos los frentes para acabar de una vez con todos los enemigos. Israel tiene la capacidad para ello pues cuenta la superioridad militar total y el respaldo norteamericano (necesario si entra Irán en liza) que le reconoce el derecho a defenderse, algo que nadie niega, aunque muchos pensemos que debe hacerlo dentro de los límites que marcan el Derecho Internacional y el Derecho Humanitario.
Hezbolá, a cuya rama militar los europeos consideramos un grupo terrorista, no quiere una guerra total porque sabe que la pierde, pero está pillado por su compromiso de acosar a Israel hasta que se logre un alto el fuego en Gaza, y ese no está próximo porque, por un lado, Netanyahu antepone la eliminación de Hamás a la liberación de los rehenes, y, por otro lado, porque Sinwar, el nuevo líder de Hamás dice que no dejará las armas mientras queden soldados israelíes en Gaza.
Ahora, ante la fuerte ofensiva israelí en el Líbano, Nasrallah deberá optar entre si se arruga o si decide que “de perdidos al río” y lanza su poderoso arsenal balístico sobre Israel. Mientras, son los libaneses los que pagan la factura cuando una reciente encuesta de Arab Barometer muestra que el 55 % están hartos de Hezbolá, que solo es popular en la zona chií (30 %) del país.
Una guerra total con Hezbolá, armado por Irán, tendrá también en principio un alto coste para Israel porque es un adversario mucho más fuerte que Hamás, y porque sus Fuerzas Armadas están cansadas tras un año de combates, los arsenales están vacíos, hay un fuerte descontento popular con el Gobierno por su incapacidad para liberar a los rehenes, y la imagen internacional del país está muy deteriorada con el desastre humanitario que ha provocado en Gaza.
Su economía se ha contraído 4,1 % desde el fatídico 7 de octubre pasado y agencias como Fitch han rebajado su nivel crediticio. Pero todo eso no parece capaz de disuadir a Netanyahu que quiere recuperar para su país la imagen de fortaleza militar que se tambaleó con los fallos de seguridad que permitieron el ataque terrorista de Hamás del 7 de octubre, y que parece dispuesto a pagar el precio necesario para imponer otra paz que dure otros treinta o cuarenta años. Y después ya veremos.
Por su parte, Irán tampoco quiere una guerra abierta con Israel porque intervendrían los americanos y la perdería. Y lo sabe. Lo suyo es tirar la piedra y esconder la mano. En todo caso, el presidente Pezeshkian ha hecho esta semana un discurso conciliador en las Naciones Unidas, ofreciendo incluso reanudar las negociaciones nucleares y pidiendo el levantamiento de las sanciones que tanto daño le hacen.
Habría que aprovechar esta oportunidad porque al final iraníes, israelíes, palestinos y libaneses continuarán viviendo en la región que comparten y el riesgo, lo más probable, es que esta crisis cause mucho sufrimiento, se cierre mal como todas las anteriores y se reproduzca dentro de unos años. Porque no habrá seguridad para Israel sin justicia para los palestinos y porque con el poderío militar, con las bayonetas, se puede hacer todo... menos sentarse sobre ellas como ya le decía Tayllerand a Napoleón hace doscientos años y hace hoy Israel.