Opinión

La técnica del avestruz

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No querer ver los problemas no ayuda a solucionarlos y sin embargo a veces metemos la cabeza en la tierra como hacen las avestruces cuando un peligro las amenaza. No es una buena idea en un mundo en el que la crisis financiera de 2008, la pandemia del Covid y ahora la guerra de Ucrania están haciendo crecer las desigualdades y la pobreza, de forma que los países menos favorecidos están desarrollando un grave problema de endeudamiento que adquiriere caracteres de suma gravedad y que puede acabar afectándonos a todos.

Cuando el G-20 (que acoge a países cuyas economías representan el 85% del PIB mundial) se reunió en 2020 creó con más voluntad que eficacia un mecanismo conocido   como Marco Común (Common Framework) para facilitar la reestructuración de la deuda de algunos países vulnerables. Lo que pasa es que el procedimiento entonces ideado ha resultado muy lento, farragoso y en el fondo poco operativo, pues exige interminables consultas y acuerdos con el Banco Mundial, con el Fondo Monetario Intencional y con acreedores privados, y como consecuencia solo ha sido utilizado por Chad, Etiopía y Zambia. En realidad, solo este último país parece que puede estar en condiciones de concluir con éxito esas arduas negociaciones. Al menos hasta hoy.

Y como consecuencia, el problema sólo ha empeorado estos dos últimos años con el paso del tiempo y el impacto de la pandemia y de  la  guerra en Europa sobre la economía global. El más reciente encuentro del G-20, el mes pasado de noviembre en Bali, estuvo dominado por temas políticos como la invasión de Ucrania, la ausencia de Putin y el encuentro entre Xi Jinping y Joe Biden. Pero como el problema del endeudamiento de algunos países es grave, empeora y no les deja respirar, no tuvo más remedio que expresar su preocupación aunque sin llegar a poder poner sobre la mesa soluciones porque tuvo que reconocer que no hay unanimidad sobre la manera de enfocarlo, ya que al menos un país miembro (China) tiene “otros puntos de vista”.Y porque tampoco el momento de incertidumbre e inflación anima a gestos de generosidad y solidaridad con los más vulnerables. Otro tanto ha ocurrido en la última edición de la conferencia sobre el Clima que se ha reunido en El Cairo, en la que se ha acabado hablando más de no retroceder que de seguir a avanzando. Como suele suceder, lo urgente acaba desplazando de la agenda de prioridades a lo realmente importante.

Se calcula que los países más desfavorecidos deben a los más ricos, a bancos y a acreedores privados la suma de doscientos mil millones de dólares y que no van  a  poder devolverla porque la inflación, la guerra de Ucrania, la subida de los tipos de interés y la fortaleza del dólar están creando una tormenta perfecta que no solo ya ha empujado este año a cien millones de personas a la pobreza, sino que elevará el montante de su deuda y hará más difícil conseguir préstamos para hacerle frente. El resultado es que el Banco Mundial estima que hasta una docena de países pueden tener que declararse en quiebra a lo largo de 2023 cuando sigan subiendo los precios de la energía y de la comida y sigan bajando los flujos de dinero procedente del primer mundo.Una situación mala para todos, para unos porque hará disminuir sus exportaciones y puede frenar el crecimiento global de la economía, y para otros porque la falta de liquidez obligará a apretarse el cinturón y provocará hambre, malestar social, posibles disturbios y aumento de la emigración. Ya este año la situación de insolvencia de Sri Lanka le ha llevado a un sistema de trueque y a pagar el petróleo iraní con hojas de té, porque era la única manera a su alcance.

Curiosamente un obstáculo para solucionar el problema de algunos países reside en la generosidad interesada con la que China financia proyectos de la Ruta de la Seda (como puertos en Sri Lanka o Pakistán) en condiciones descritas como “predatorias” y “opacas” que hace que sus beneficiarios luego no los pueden devolver y que sean de muy difícil renegociación. En todo caso y a pesar de la gravedad de la situación para algunos países concretos, el Banco Mundial no cree que vaya  a desembocar en una crisis global de impagos como la que hubo en los años ochenta del pasado siglo cuando algunos países latinoamericanos no pudieron hacer frente a su deuda externa.

La gran revolución digital en la que estamos inmersos agravará más la situación entre ricos y pobres porque separará aún más a los países que se incorporen a ella de aquéllos que se limiten a verla  pasar. Así, se estima que la Inteligencia Artificial añadirá 15 billones de dólares, con b, al PIB mundial de 2030 y que la mitad de esa suma se quedará en China, un cuarto en los EEUU y el resto se distribuirá desigualmente por algunos países del resto del mundo.

La situación apremia, es imperativo ayudar a los países más pobres y que ya tienen el agua al cuello para que no se ahoguen, porque con cada día que pasa están peor y eso al final es malo para todos tanto desde un punto de vista económico como ético, que también es importante. O que debería serlo.