Una ojeada al entorno

Dice la sabiduría popular que si quieres ver a Dios reírse a carcajadas solo tienes que contarle tus planes. Y lo mismo, pero en laico, decía John Lennon: la vida es lo que pasa mientras hacemos planes.
Por eso hay que pensar que algo inesperado nos sorprenderá en los próximos meses como hizo 2019 la pandemia del Covid, la invasión de Ucrania en 2022 y el conflicto de Gaza en octubre pasado. La historia está llena de ejemplos similares, ¿alguien vio venir la caída de la URSS o la Primavera Árabe?
Y es que, como decía aquel jugador de la NBA, hacer profecías es muy difícil y más todavía cuando se refieren al futuro.
Algunas cosas parecen sin embargo ciertas y entre las más importantes está que el calentamiento global no se detendrá, como muestran los pobres resultados de la COP de Dubái, por más que se quieran adornar, y no se cumplirá el objetivo de llegar a cero emisiones en 2050.
Deberíamos dejar de hacernos trampas en el solitario y -sin dejar de luchar- ser realistas gastando más dinero en la inevitable adaptación a un mundo más caluroso porque por ahora aún no es posible prescindir de los combustibles sólidos.
Basta un ejemplo: fabricar un coche eléctrico exige minerales raros (litio, cobalto) cuyo comercio China controla, y además su batería necesita 50 kilos de grafito.
Producir una tonelada de grafito sintético exige cien toneladas de carbón, frente a 6 el acero o 12 el cobre. Y resulta que el carbón es la fuente más contaminante.
Junto al reto de la emisión a la atmósfera de contaminantes partículas de CO2, que algunos todavía niegan, el reto que plantea el exponencial desarrollo de la Inteligencia Artificial me parece el más grave que la humanidad debe enfrentar en el corto plazo porque aumentará la desigualdad entre países y entre individuos y hará cada vez más necesaria una regulación global que no será fácil de acordar.
También ella y la robotización harán crecer el desempleo, al menos a corto plazo. Preocupa el potencial de la IA Generativa y su aplicación a la guerra, algo de lo que hablaron Xi y Biden en su última reunión de California. Es imperativo regular su desarrollo y funcionamiento con cuidado para no frenar su desarrollo mientras se evita que sus aplicaciones más peligrosas caigan en manos indebidas.
En los próximos meses tendremos elecciones en medio mundo y de hecho ya han comenzado con las celebradas en Taiwán. Las más importantes son las de los Estados Unidos porque su resultado impactará no solo en su política doméstica sino en todo el planeta. La posibilidad de una victoria de Donald Trump es real y eso nos obliga a reforzar la seguridad europea ante el riesgo de vernos desamparados.
También hay elecciones en la India, el país más poblado del mundo inmerso en una preocupante deriva nacionalista, y en la misma Rusia, aunque estas importan menos porque ya sabemos que ganará Putin. Mientras, los países del Sur Global aumentarán sus demandas en favor de otro reparto del poder y de otras normas “menos occidentales” para regir las relaciones internacionales.
La tensión entre EE. UU. y China se mantendrá en todo caso, aunque la temperatura subirá si Trump llega a la Casa Blanca. Las tierras raras, los minerales necesarios para la revolución de la Inteligencia Artificial y los semiconductores confirmarán su conversión en armas de combate en un mundo con crecientes barreras regulatorias y proteccionistas (Trump habla de un impuesto del 10% a todas las importaciones), afectando así a la globalización.
Es muy posible que las actuales restricciones estadounidenses a las exportaciones a China de semiconductores e IA se extiendan también al ámbito de la computación cuántica, al tiempo que tanto EE. UU. como Europa tratan de frenar la exportación de coches eléctricos chinos y se procura disminuir la dependencia de China en tierras raras y minerales precisos para el desarrollo de la IA. La bipolaridad amenaza con barreras comerciales y un mundo más antipático e inseguro.
Por otra parte, no es aventurado pronosticar que las divisiones geopolíticas dificultarán la necesaria concertación para hacer frente a problemas relacionados con la seguridad sanitaria o alimentaria, cuando la reciente pandemia del Covid mostró a las claras la futilidad de pretender hacer frente a problemas globales con respuestas locales en un mundo que ya no solo está inextricablemente conectado, sino que es interdependiente.
Al menos parece el mundo evita la recesión, que la inflación se contiene y que la economía sigue creciendo, aunque mostrando la norteamericana mayor capacidad de recuperación que la europea.
Y luego están las crisis abiertas en Ucrania, Gaza y Sudán. En Ucrania una victoria Republicana puede retirar el apoyo norteamericano y forzar a Kiev a negociar con Putin porque Europa no puede sustituir su aportación sobre todo en el ámbito militar y de la Inteligencia. Es muy probable que el conflicto de Gaza se cierre mal, como siempre, y habrá que decidir qué hacer con ese territorio y con los palestinos (¿acabarán expulsándolos otra vez?) porque no podrá haber seguridad para Israel sin justicia para ellos, y eso Israel todavía no lo ha entendido.
Y como África parece importar cada día menos, nadie se emplea a fondo para detener los terribles dramas humanitarios de Sudán y del Congo con su terrible secuela de muertos y desplazados.
Sin olvidar que seguirán las espadas en alto en Taiwán, donde las crecientes dificultades internas de China deberían tender a posponer sus prisas por apoderarse de la isla a pesar de lo poco que han gustado en Pekín los resultados de la reciente elección presidencial.
Jorge Dezcallar, embajador de España