Opinión

Constructivismo y deconstrucción

La deconstrucción. El concepto lingüístico – filosófico elaborado por Jaques Derrida para desmenuzar los textos y desligarlos de su coherencia original a través de la búsqueda de las raíces manipuladoras que se esconden en cada término, estructura sintáctica o párrafo y, naturalmente, en cada argumentación. Producto estrella del post estructuralismo, que cobra fuerza cuando las falacias del socialismo real implementado por el Partido Comunista de la URSS se ponen de manifiesto y la izquierda postmoderna se da cuenta de que hay que reinventarse o morir. 

Derrida habla mal entonces de Fukuyama y peor de la democracia liberal. A Chomsky, lingüista y gurú de la crítica exacerbada y millonaria al capitalismo norteamericano dominante, no le gusta la competencia y, por tanto, no le gusta Derrida. Pero a los departamentos universitarios e intelectuales de la izquierda francesa, europea y americana les parece fascinante eso de construir a un segundo Chomsky. Que no es además otro alemán de la Escuela de Frankfurt y que puede ser muy útil para reforzar el agotado pensamiento crítico. El enemigo es el mismo: la democracia liberal. Su éxito y sus principios. El material también es el mismo: los textos políticos, históricos y culturales que deben de ser revisados en su integridad, ahora también en las redes sociales. 

El constructivismo. El concepto socio político que entiende que la sociedad se concibe a partir de identidades, cuya naturaleza no es estable sino dinámica y, por tanto, genera una transformación permanente de las estructuras e instituciones, mediante una interpretación adaptable a cada caso o conveniencia. El sueño de cualquier demagogo, hecho realidad en el nuevo marco político. También en la teoría constructivista de las Relaciones Internacionales donde las identidades sociales son las que generan los procesos de intercambio, enfrentamiento y reacción. Por delante de los estados, las organizaciones internacionales o las empresas multinacionales. A la izquierda crítica también le gusta la nueva teoría que se abre paso, con escaso éxito, entre las doctrinas realistas y liberales. Siempre burguesas y reaccionarias. Fascistas en pocos años, cuando la crisis abra el camino de la calle. Como la democracia. Que ha provocado el odio y la guerra en los países árabes y en distintas autocracias, moralmente neutrales. 

El populismo. La construcción de agitadores sin fundamentación ideológica ni formación política para liderar la colisión entre identidades a través de la acción política y la reconfiguración de los medios y los mensajes. Metiendo en el mismo cesto las ideas decadentes del pasado y las propuestas más eficientes para la desestabilización, las emocionales. El objetivo: el debilitamiento de la democracia liberal, de sus Constituciones, de sus principios y de las instituciones occidentales, nacionales e internacionales. La oportunidad: la permeabilidad y la conectividad propiciada por la globalización. 

La primera acometida de esta estrategia constructivista, populista y de – constructora ha dejado a las democracias europeas y americanas seriamente dañadas. Dañadas, pero no destruidas. Porque este proceso perverso de transformación, que debilita a su vez la esencia de la verdadera transformación, la tecnológica y energética, para que pueda mantenerse en el tiempo, necesita que la democracia debilitada siga existiendo. En primer lugar, porque no hay capacidad de generar una alternativa viable en este momento. Y en segundo, porque el entramado teórico – práctico que han hecho suyo los sectores críticos, no es destructivo sino deconstructivo. Y por lo tanto el deterioro del que se alimentan sus beneficiarios, debe ser progresivo, volátil e incierto. 

China no se equivoca al poner una fecha, 2049, para su salto a la categoría de primera potencia global y hegemónica en Asia. No se equivoca porque la mentalidad de su gobierno comunista es tradicional y el Partido necesita fuegos de artificio y conmemoraciones para subsistir. Pero a los diseñadores y líderes de las diferentes fuerzas constructivistas, post comunistas, no les importa el tiempo. Les importa que los resultados de las elecciones en España hayan dejado un país políticamente ingobernable; que los procesos contra Donald Trump sigan generando polarización en Estados Unidos; y que Giorgia Meloni sea primero de extrema derecha, después acepte la OTAN y la Unión Europea y más tarde sacuda a la banca con un impuesto que haga temblar las bolsas. 

No es de extrañar que Bildu, los secesionistas catalanes, las distintas facciones de Sumar, el nacionalismo vasco o el ala más extremista de Vox, no encuentren inconcebible la situación política que se ha generado en la última década. Siguen la senda favorable que les marca la tendencia global. Lo que resulta más extraño es que el socialismo democrático de raíz progresista liberal, que se deshizo de su herencia marxista y anticapitalista, no haya sido capaz de deshacerse de las nuevas ideas corrosivas de un constructivismo radicalizado que no tiene otro objetivo que deshacer los fundamentos de las sociedades libres que en España y el resto de las naciones democráticas hemos construido.