Nuevo orden, nuevo Yom Kipur

Un primer análisis sobre el brutal ataque por sorpresa de Hamás a Israel mueve a pensar que el grupo terrorista lleva tiempo planificando la acción con un objetivo prioritario: reactivar el conflicto aprovechando la debilidad política interna israelí, para provocar el estallido de una guerra, que pueda transformarse en un conflicto regional a mayor escala que deshaga los equilibrios alcanzados tras el final de las guerras de Siria, Irak y Yemen.
La firma de los acuerdos Abraham en los últimos años entre Israel y algunos países árabes (Emiratos, Bahréin y Marruecos) y la aproximación política de Israel y Arabia Saudí siguiendo el mismo camino, había situado a los israelíes en una senda de normalización regional, interpretada por los radicales palestinos como un abismo insalvable para proyectar sus reclamaciones políticas y su discurso antisemita en el mundo árabe.
Para tal fin, Hamás ha elegido la fecha del 50º aniversario de la guerra del Yom Kipur, última ocasión en la que una coalición arabista encabezada por Egipto y Siria estuvo respaldada por el conjunto de la opinión pública árabe. Desde entonces, el estado israelí no había declarado el estado de guerra, a pesar de que la defensa armada contra distintos grupos radicales islamistas (Hizbulá, la Yihad), grupos palestinos (Hamás, Al Fatah o las Intifadas), dictadores (Hussein, Al Asad) o estados antisemitas (Irán), no se detuvo en las siguientes décadas. Dos de las últimas intervenciones del Ejército israelí en Gaza en 2008 y 2014, y otras reacciones para contener las Intifadas resultaron fuertemente criticadas por importantes sectores de la opinión pública internacional.
Sin embargo, a partir de esta última década Israel había conseguido dar la vuelta, al menos parcialmente, a su imagen de actor desestabilizador de la región por su intransigencia y sus políticas represivas. Para convertirse en un renovado actor estratégico, volcado en la innovación y en liderar proyectos multilaterales y capaz de no intervenir directamente en conflictos cercanos, aunque conllevaran riesgos para su seguridad. El desmedido ataque de Hamas es una provocación para que Israel despierte del sueño de la coexistencia pacífica regional, su población recupere el sentimiento de temor permanente y el gobierno reaccione con un nivel de respuesta que haga olvidar la ficción de un nuevo orden distinto y más estable.
Pero en un segundo análisis más abierto a las transformaciones que se están produciendo a escala global, habría que preguntarse si Hamás ha concebido otras razones para ejecutar su acción terrorista en este momento. Y si esas razones han estado promovidas desde otros centros de decisión o desestabilización. Con un orden mundial incierto y sin un liderazgo claro, Estados Unidos replegado de Oriente Medio, la guerra de Ucrania en curso y las grandes potencias sin una posición común para resolver el conflicto, y con la inestabilidad económica presente. Una serie de factores que permiten entender la decisión de Hamás como un intento de provocación a mayor escala que desestabilice el orden regional de Oriente Medio pero que tenga también repercusión en el debilitado orden internacional. En primer lugar, porque aparece un nuevo foco de violencia que lo hace más ingobernable, en segundo porque se pueden reproducir divisiones de criterios entre distintas potencias, y en tercero porque la radicalización integrista puede hacer su aparición en el Norte de África o en otros territorios impulsada por la guerrilla islamista palestina, históricamente financiada por Irán.
Estados Unidos, la UE, las Naciones Unidas y una parte importante de la comunidad internacional ha condenado el ataque de Hamás y respaldado la legitimidad de la respuesta israelí. Instando a Netanyahu a un uso proporcionado de la violencia que sería deseable en términos humanos y políticos. Pero la atención de los gobiernos debe de extremarse ante la posibilidad de que el fuego encendido en Gaza se extienda sobre otros territorios políticos colindantes.