El principio de la historia

Las torres gemelas del World Trade Center arden detrás del Empire State Building, el martes 11 de septiembre de 2001, en Nueva York - AP/ MARTY LEDERHANDIER
Las torres gemelas del World Trade Center arden detrás del Empire State Building, el martes 11 de septiembre de 2001, en Nueva York - AP/ MARTY LEDERHANDIER
Gravemente herido tras los atentados de las Torres Gemelas, Estados Unidos decide responder y perseguir a los terroristas para hacer justicia, reestablecer la seguridad y fortalecer su liderazgo.

Convencido de que su supremacía militar le permitiría actuar unilateralmente y confiado al mismo tiempo de que su papel hegemónico en el orden global le permitiría obtener los respaldos regionales y multilaterales necesarios para establecer sus objetivos. 

En 2003, Irak se convierte en uno de los puntos centrales de su estrategia antiterrorista. Pero la decisión de intervenir se produce sin el apoyo unánime de socios y aliados y la fractura en la opinión pública es aprovechada por determinados rivales y enemigos para debilitar el liderazgo norteamericano. 

Putin da un paso entonces para tejer una posición crítica junto con el eje francoalemán (Chirac – Schröder) en Europa, mientras la izquierda se lanza a la calle bajo el mensaje ultra progresista del “no a la guerra”, que Ione Belarra ha trasladado ahora a su camiseta “post wokista” para oponerse a la seguridad de las democracias europeas frente a la autocracia antiliberal rusa. 

El Gobierno de Aznar apostó entonces por el compromiso con la mayoría de sus aliados euroatlánticos y con Estados Unidos, mientras Zapatero decidió hacerse eco de los gritos discordantes y debilitar la credibilidad de España al retirarse de forma precipitada de la coalición multilateral construida por los norteamericanos para actuar contra el terrorismo en Irak. Para después sumarse al insustancial proyecto de la “Alianza de Civilizaciones”, puesto en marcha por el progresismo para intentar lavar la cara occidental en un Oriente Medio incendiado por los grupos terroristas, las primaveras árabes fracasadas y los teócratas islamistas. 

Herida de muerte la imagen de la democracia y debilitado con la crisis económica su principal valedor, el eje euroatlántico, las autocracias recomponen sus alianzas e intereses en la segunda década del milenio e inician el siguiente paso en su objetivo de debilitar el orden liberal: fracturar los valores y las instituciones democráticas y ganar peso en los mercados. Aprovechando para lo primero los nuevos canales digitales y la desinformación, y para lo segundo la globalización y la transición energética que ha producido un nuevo entorno geopolítico y geoeconómico. 

El fortalecimiento de las autocracias y el deterioro de las democracias son advertidos por los estrategas de ambos sistemas y el nuevo orden de competición entre potencias se plantea desde Washington a partir de la Estrategia de Seguridad Nacional de 2017 como un remedio para afianzar las alianzas entre países y potencias con valores comunes, que sirviera como polo de atracción a terceros países no democráticos, pero que no cuestionara su idiosincrasia política. El precipitado final de aquella “Belle Epoque” postmoderna y de aquel fin de la historia que había pronosticado Francis Fukujama de manera tan insustancial, trasladó simultáneamente el radicalismo ideológico a las democracias y el realismo geopolítico a las autocracias. 

Y los resultados de este cancerígeno proceso político global se han manifestado en la persecución de la oposición y el asesinato de Navalny en Rusia; las victorias fraudulentas de Maduro en Venezuela; las victorias legítimas pero inexplicables de Trump en Estados Unidos; el ascenso de la extrema derecha en Europa; el apoyo de partidos antisistema y secesionistas al Gobierno en una España masivamente europeísta y atlantista; la reactivación de los grupos terroristas y la represión en Oriente Medio; y la consolidación de los autócratas a nivel global. Y finalmente, en la guerra de Ucrania tras una invasión ilegal. 

Aunque la complejidad es más sencilla de explicar si se utilizan razonamientos simples, la cuestión no es comprender cómo hemos llegado a esta situación. Ni mucho menos extrañarse de que la política internacional haya alcanzado tal nivel de complejidad. La cuestión es tomar conciencia de la desastrosa evolución que ha tenido la política europea para corregir los errores que nos han conducido a ser menos libres, estar más indefensos frente al exterior y sentirnos peor representados por nuestros dirigentes, en medio de una propaganda constante y vacía. 

La transformación del orden mundial no es consecuencia exclusivamente de la guerra de Ucrania, ni tampoco la necesidad de que Europa asuma los desafíos y costes de su defensa es una exigencia que no existiera desde hace décadas. Pero ambas cuestiones se han hecho presentes en este momento histórico en el cual los valores democráticos deben ser reforzados y los intereses y riesgos euroatlánticos deben estar mejor definidos.