
Salieron al plató en busca del votante moderado, escondido frente a la televisión de su casa, temeroso de que una manifestación antifa o una banda de ciudadanos armados le increpara en la calle o de que sonaran siete tiros disparados por error. En busca de la votante aún indecisa y preocupada por el coronavirus y su familia, y de los ancianos inmigrantes de tercera generación que no se atreven a salir entre el humo de los gases lacrimógenos y los incendios del cambio de clima. Joe Biden y Donald Trump aparecieron elegantes y bien trajeados, con corbatas discretas y un fondo suavemente azulado decorado con frases leves que describían los fundamentos de la democracia americana. El primer debate entre los candidatos a las elecciones presidenciales de Estados Unidos planteó un escenario tranquilizador para América y sus ciudadanos corrientes. Naturalmente Trump, se encargó de agitarlo.
Aunque el presidente era consciente de que el debate tenía un olor inconfundible a establishment, no dejó pasar la oportunidad para llamar mediocre a su rival y para hacer valer su discurso anti-prensa enfrentándose, con cierta corrección, al propio moderador, e interrumpir de vez en cuando a Biden para destartalar su imagen de fino moderado conciliador. “Sus propuestas recuerdan a las propuestas socialistas de Bernie Sanders”, le dijo hablando de la salud pública y el Obamacare, que sonaba a un argumento un poco trasnochado en un país donde se infectan y mueren cientos de personas diariamente como consecuencia de la pandemia. “Su mala gestión del coronavirus ha provocado miles de muertos y ha situado a Estados Unidos a la cabeza de contagios y víctimas”, le respondió el candidato demócrata, para dejarle claro que la COVID-19 es un tema de campaña y que millones de ciudadanos van a pasar la factura de sus consecuencias en estas elecciones.
Pero Joe Biden se mantuvo cauto, quizá demasiado, y no perdió su convicción de que una mayoría de americanos “sabe que el presidente miente en todo lo que dice, y que no tiene un plan”. Aunque no tuvo el tiempo ni la energía suficiente como para explicar cuál era el suyo. Más allá de haberse convertido en una figura cándida que sonríe con ironía, políticamente correcta, ante los improperios del magnate, cuyas cuentas no están claras, y que ahora ya ejerce como presidente candidato a un segundo mandato, convencido de que es mejor que su rival.
Es difícil decir quién ganó. Los ‘trumpistas’ aseguran que el presidente lo hizo con claridad. Los medios demócratas que Biden venció, aunque sin convicción. Las espadas han quedado en alto y la pelota en el tejado de Kamala Harris y el vicepresidente Pence que se enfrentarán en el segundo ‘round’. Se diría que la democracia americana ganó a los puntos, porque sobre el escenario de Ohio quedó claro, con toda corrección, que en las elecciones de 2020 es mejor votar, aunque sea sin salir de casa. Mejor participar en el proceso que quedarse recluido en casa, mientras por las avenidas y de noche, pasea la agitación. Este clima de mayor compromiso del ciudadano medio, si acaso, pudiera favorecer a Biden. Si es que el candidato demócrata consigue dejar de ser tan políticamente correcto y empieza a ser electoralmente más enérgico.