
Israel es un país acostumbrado a constantes vaivenes en su política, fruto de la enorme diversidad de sensibilidades que coexisten entre sus fronteras, y que se refleja en un parlamento (oficialmente llamado Knesset) muy fragmentado y dividido. Por eso es poco habitual que los gobiernos acaben la legislatura para la que fueron investidos. La fragilidad de las coaliciones y la volatilidad de los pactos de gobierno forman parte del panorama político israelí.
Sin embargo, pocos preveían el repentino giro que ha protagonizado Benny Gantz, el líder de la coalición Azul & Blanco, formada tan solo hace un año por tres partidos unidos por su animadversión a Netanyahu, actual primer ministro. Gantz prometió a su electorado una y otra vez que su coalición no entraría en un gobierno en el que Netanyahu fuera primer ministro. Netanyahu, que lleva más de una década en su puesto, está imputado por corrupción y tráfico de influencias, y está a la espera del juicio, pospuesto a raíz de la pandemia de coronavirus.
La negativa de Gantz a entrar en el ejecutivo con Netanyahu lo llevó incluso a plantearse formar gobierno con la Lista Unida, un partido que representa a la minoría árabe que vive en Israel. Eso se trata de una ocasión casi inédita en Israel, pues para la mayoría de partidos israelíes (y también de su electorado) la colaboración con el partido árabe es una línea roja. La Lista Unida, que con quince es el tercer partido en número de escaños en el Knesset, anunció que apoyaría la investidura de Gantz. Sus quince escaños, sumados a los de la coalición socialdemócrata y a los del partido de derechas laico Israel Nuestra Casa, además de los 33 de Azul & Blanco, daban una estrechísima mayoría de 61 escaños a Gantz sobre Netanyahu.
Pero el 26 de marzo, cuando parecía que el fin del mandato de Netanyahu estaba cerca, Gantz sorprendió al electorado israelí cuando anunció que, en lugar de aspirar al cargo de Primer Ministro, se conformaría con ser elegido presidente del Knesset. Y así ocurrió, pues los partidos de derechas, incluido el Likud de Netanyahu, apoyó a Gantz para dicho puesto. Este radical giro de guion por parte de Gantz fue la consecuencia de un acuerdo entre bastidores alcanzado in extremis con Netanyahu. El cargo de presidente del Knesset es crucial, pues se trata de la persona que marca la agenda de los trámites parlamentarios.
Lo que sorprende de esta decisión es que, pactando con Netanyahu, Gantz ha renunciado a la estrategia que había pactado con el resto de la oposición: aprobar una ley que impediría a un político imputado por un delito ser elegido primer ministro. Esa propuesta iba claramente encaminada a bloquear el camino a Netanyahu, y suponía el primer paso para sustituir a Netanyahu por Gantz tras tres elecciones inconclusas entre 2019 y 2020.
Esa ha sido, pues, la primera victoria de Netanyahu, una centrada en el corto plazo: conseguir tiempo. Convenciendo a Gantz a unirse a él, Netanyahu tiene garantizado ser investido primer ministro, con lo que tendrá inmunidad ante los delitos por los que se le juzga.
¿Pero qué promesa ha recibido Gantz para cambiar el rumbo de su barco tan repentinamente? La idea es que Netanyahu, una vez sea investido como Primer Ministro, gobernará durante un año y medio, y luego será sucedido por Gantz durante el mismo tiempo. Podría parecer que Netanyahu ha cedido, pues al fin y al cabo perderá su inmunidad al cabo de su año y medio de mandato. Pero a muchos analistas no se les ha escapado la astuta maniobra que probablemente tenga en mente Netanyahu.
A mediados de 2021 acaba el mandato del actual presidente de Israel, Reuven Rivlin, que en tanto de jefe del Estado tiene una figura ceremonial y de representación. Y, si finalmente Netanyahu fuera investido primer ministro en los próximos días, su mandato de año y medio acabará, en efecto, a mediados de 2021.
Y esta ha sido la segunda victoria de Netanyahu: la presidencia de Israel. En 2021, los 120 miembros del Knesset votarán a un nuevo presidente. Si Netanyahu consigue los votos suficientes para obtener una mayoría, dará el salto desde la jefatura del gobierno a la Jefatura del Estado, la Presidencia. Y con la presidencia viene, claro está, inmunidad. Si se sale con la suya, Netanyahu añadiría siete años de inmunidad (el tiempo que dura el mandato del presidente en Israel) al año y medio en el que gobernaría como Primer Ministro. Si tal estrategia digna de House of Cards tiene éxito, Netanyahu saldrá de la Presidencia con casi 80 años.
Así pues, la rendición de Benny Gantz al que fuera su máximo rival puede tener consecuencias de larga duración para Israel. Un primer ministro presuntamente implicado en tres casos criminales sería escudado por la inmunidad de los altos cargos gubernamentales. Hace apenas una semana, Gantz tenía el apoyo de una pequeña minoría de los miembros del Knesset. Ahora, su coalición Azul & Blanco se ha partido en dos, con la mitad de sus 32 parlamentarios apoyando a Netanyahu, y la otra mitad consternados hacia lo que ven como “una traición a sus votantes”, en palabras de su ya excompañero de partido Yair Lapid.
Gantz justifica su decisión sobre la necesidad de formar un gobierno estable con apoyo de buena parte de la sociedad civil israelí, especialmente en un momento crítico en el país debido a la pandemia de coronavirus. Para algunos, esta decisión lo encumbra como un estadista que ha priorizado los intereses del país por encima de los partidistas. Para otros, Gantz ha dado una nueva vida a un primer ministro corrupto que, por primera vez en una década, parecía derrotado hace una semana. Debido a la grave crisis que está sufriendo Israel por la pandemia de coronavirus que ya se ha cobrado unos cincuenta muertos entre sus fronteras, las conversaciones entre Gantz y el Likud de Netanyahu parecen haberse ralentizado, pero es cuestión de tiempo que lleguen a un acuerdo.
Sea como sea, lo que está claro es que Netanyahu ha logrado una victoria crucial a costa de una oposición fragmentada. Ha dividido y ha vencido.