
El presidente Pedro Sánchez afila la guadaña para cortar las cabezas de sus ministros ya amortizados, quemados o impacientes por abandonar el barco.
Nada se comenta fuera de un pequeño círculo muy selecto. Nada ha trascendido desde el Palacio de La Moncloa, el complejo de edificios que acoge la sede de la Presidencia del Gobierno alberga la residencia oficial de quien dirige los destinos de España y acoge a los centenares de altos cargos, asesores, funcionarios y personal de seguridad que le rodea.
El dosier está bajo llave en uno de los cajones de la mesa del despacho del jefe de Gabinete del Presidente del Gobierno, Iván Redondo. En definitiva, una espesa cortina de humo envuelve la crisis de Gobierno que está próxima a producirse y que debe dar paso a un cambio de ministros en el Ejecutivo.
Los nombres de los salientes y entrantes es del máximo secreto, pero el excesivo silencio, las maniobras de despiste y los acontecimientos que están próximos a producirse a escala nacional anuncian que el momento para hacer efectiva la crisis se avecina a pasos agigantados.
El actual equipo ministerial se constituyó el 20 de enero del presente año. Es el resultado del pacto de coalición suscrito el 30 de diciembre de 2019 entre PSOE y Unidas-Podemos. Pero la mitad de los 22 ministros del nuevo Ejecutivo son heredados del anterior Gabinete de Pedro Sánchez y llevan dos años y medio ocupando una cartera ministerial.
Buena parte de esos 11 están “quemados”, “amortizados” o están “impacientes” por coger las maletas y dar un portazo… un portazo suave, por supuesto. Algunos no han dudado en comentar ‘sotto voce’ a sus más allegados que están deseosos “de abandonar el barco antes de que se estrelle contra el iceberg de una economía nacional herida de muerte”. Los que pueden ser eliminados confían en que, a modo de consolación, el jefe les despida tras propiciarles un cargo que les exija poco trabajo y muchos ingresos, algo así como la presidencia de una gran empresa o de una fundación.

El listado de cabezas cortadas y nuevos ungidos que maneja Iván Redondo no está ultimado y sufre cambios cada semana. La relación de nombres de los que entran y salen es tan voluble como lo es Pedro Sánchez, que tiene acostumbrado a su partido, a sus aliados, a la oposición y a los españoles a hacer una afirmación por la mañana y por la tarde, la contraria.
Un caso especial lo representa el ministro de Sanidad, Salvador Illa. Reservado para capitanear la lista por Barcelona del Partido Socialista de Cataluña (PSC). Para cuando se convoquen las elecciones en Cataluña, Illa será una de las grandes excusas para justificar la remodelación del Gabinete.
Una de las que espera la ocasión para decir adiós a su puesto es la vicepresidenta tercera y ministra de Asuntos Económicos y Transformación Digital, Nadia Calviño. En privado, salta de alegría por volver a ocupar un importante cargo en Bruselas, tras su sonado fracaso del mes de julio pasado al ser derrotada en la votación para presidir el Eurogrupo.
Otra que ansía abandonar su amplio despacho en el Paseo de Castellana número 109 es la ministra de Defensa, Margarita Robles. Cada semana se prodiga varias veces en visitas a instalaciones militares ‒preferentemente en Madrid o alrededores‒ y en proclamas en las que repite hasta la saciedad “sentirse orgullosa de las Fuerzas Armadas españolas”. Pero quienes la conocen saben que su aspiración es llegar a ser la primera mujer en presidir el Tribunal Supremo o el Consejo General del Poder Judicial. Tampoco desdeñaría una Vicepresidencia del Gobierno.
El titular de Ciencia e Innovación, Pedro Duque, también peligra. Astronauta reconvertido a ministro para dar un toque de espectacularidad al primer Ejecutivo de Pedro Sánchez, el efecto ya está más que amortizado. No juegan a su favor sus reiteradas meteduras de pata ni su falta de facilidad de palabra. Tampoco le acompaña el hecho de no haber sido propuesto para asumir la Dirección Ejecutiva de la Agencia Espacial Europea, ni el reciente fiasco de la puesta en órbita del satélite español Ingenio.

Otra que no lo tiene fácil para permanecer en el Palacio de Santa Cruz es la responsable de las relaciones exteriores, Arancha González Laya. La política internacional que sigue Pedro Sánchez requiere de alguien especialista en malabarismos y en Moncloa no la ven como la mujer idónea.
Pedro Sánchez la patrocinó a mediados de año para alcanzar la Presidencia de la Organización Mundial de Comercio. Pero un mes después del anuncio, ella renunció a presentarse a la elección tras llegar a la conclusión de que sus posibilidades de obtener el cargo eran nulas.
El titular del departamento de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, José Luis Escrivá, está también en el filo de la navaja. Ha tenido y tiene muchos rifirrafes con diferentes ministros del sector de Unidas-Podemos e incluso con el vicepresidente segundo y ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030, Pablo Iglesias.
Otras tres que podrían ver la puerta de salida serían la titular de la cartera de Política Territorial y Función Pública, Carolina Darias, una autentica desconocida a nivel de calle pero de la que se dice que es una gran gestora. Y la veterana del equipo, la ministra de Educación y Formación Profesional, Isabel Celaá, de 73 años, que ya fue relevada de su función de portavoz del Gobierno. Ahora, su propuesta de Ley de Educación, la octava de la democracia española, ha levantado una fuerte oposición en múltiples sectores del ámbito familiar y docente.
La lista se amplía con la archiconocida vicepresidenta primera, Carmen Calvo, de 63 años, de reiterados errores verbales y carencias intelectuales. Pero tanto Carmen Calvo como Isabel Celaá tienen a su favor que ambas acaparan las iras de la oposición y liberan a Pedro Sánchez de muchas críticas.
En el ámbito de Unidas-Podemos, Pablo Iglesias y su jefe de Gabinete, el general del Aire Julio Rodríguez, son los que tienen la llave de la expulsión. Por un lado está el ministro de Universidades, Manuel Castells. Polifacético profesor en numerosos centros de prestigio internacional, ha resultado ser un auténtico fiasco en la dirección de la gestión de sus responsabilidades hasta el punto que de él se dice que “no sabe por dónde le da el viento”. La otra es la ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, que cada día que pasa provoca el rechazo de las feministas radicales más acérrimas y está puesta en cuestión por la ministra de Igualdad, Irene Montero.