Opinión

El Mediterráneo oriental y su papel en la Historia

photo_camera Mediterráneo oriental

El Mediterráneo oriental se ha convertido en el epicentro de los grandes movimientos geopolíticos de los últimos tiempos. No deja de ser cierto que esa zona siempre ha sido un foco de conflictos y generadora de tensiones que de un modo u otro terminaban reflejándose en otras regiones. Pero hasta el momento nunca había tomado el protagonismo que tiene hoy día como elemento fundamental del tablero de juego ni como lugar donde se dirimen cuitas y cuestiones que pueden cambiar el rumbo de la historia. 

Dicho así puede resultar exagerado, pero cuando se presta atención a los asuntos que están en juego, a los actores directamente implicados y a los que de un modo u otro tienen intereses por una u otra parte, el panorama que se muestra ante nuestros ojos es impactante. Parece como si la historia, en uno de esos giros con cierto aire de sarcasmo, nos recordara que justo en esa zona tenemos la cuna de la civilización y nacieron los mayores imperios que la humanidad ha conocido, y que en cierto modo vuelve a reclamar su lugar.

Dentro de los movimientos que se observan, hay uno especialmente preocupante para Europa y sus diferentes organizaciones supranacionales. Pocos podían pensar el papel que tomaría Turquía aprovechando la evolución de la situación. Su implicación ha ido progresando de un modo ascendente hasta convertirse en el actor principal y en el elemento clave capaz de provocar una desestabilización sin precedentes no sólo en el área de su interés, sino en toda Europa, en la Unión Europea y en la OTAN. De hecho ya ha voces que claman que si el país otomano va más allá podría provocar la disolución de facto de la Alianza.

Esta aseveración tal vez pueda ser algo exagerada, pero una crisis profunda y grave sí que sería algo más que probable, y desde luego, coincidente en el tiempo con los negros nubarrones que se aproximan por el este vía Bielorrusia provocaría un escenario cuanto menos inquietante. No olvidemos que nos encontramos en un momento en el que todo aquel que tiene ciertas aspiraciones y se considera con capacidad de influencia política y músculo militar suficiente está acechando a que las circunstancias le ofrezcan su oportunidad. 

En el anterior trabajo se puso de manifiesto cuales son las bases sobre las que Turquía asienta su política exterior actual y los fundamentos de la doctrina “Mavi Vatam” o “Patria Azul”. Pero el gobierno de Ankara parece decidido a ir más allá y a implementar sus aspiraciones a toda costa, y para tratar de encontrar alguna explicación es importante hacer mención a ciertos factores. El primero y fundamental es la necesidad. Como describió magistralmente Santiago Modéjar (@intelogia) en su artículo, a pesar de las apariencias, la economía turca sufre enormes dificultades y es vital para el país hacerse con los recursos necesarios que le proporcionen esa ansiada independencia energética que al mismo tiempo le permita sanear su economía y continuar con su desarrollo tecnológico e industrial.

Junto a esa necesidad se encuentra la percepción que tiene Turquía de que las antiguas amenazas han cambiado. La guerra de bloques y la amenaza de una URSS a las puertas de sus fronteras que la situaban en primera línea empujaron a Turquía a los brazos de la OTAN, convirtiéndose además en una pieza fundamental de esta organización tanto por su ubicación geográfica como por su imponente ejército, uno de los dos más numerosos de los miembros continentales de la Alianza. Pero la posibilidad de una invasión soviética hace mucho que quedó atrás, y las diferencias e incluso enfrentamiento con la Rusia actual se dirimen en otros campos de batalla y otros escenarios.

Otro factor a tener en cuenta es el problema migratorio. La guerra de Siria empujó a miles de refugiados no solo sirios, sino de otras muchas nacionalidades que aprovechando la situación de caos, y víctimas de las mafias se lanzaron a buscar el sueño europeo. Y la Unión Europea hubo de acudir a Turquía en busca de ayuda como elemento de contención de una avalancha imparable. El país otomano aprovechó la situación para obtener ayudas y apoyos, pero al mismo tiempo tomó conciencia del enorme poder que le otorgaba dicha situación.

Y a ello hay que añadir el profundo conocimiento que tiene Turquía de las dinámicas de la UE y de las enormes dificultades que presenta, salvo en contadas excepciones, lograr una respuesta rápida, unánime  y contundente ante cualquier asunto, y mucho más en la situación actual en la que la pandemia no sólo lleva a los países miembros a mirar por sus propios intereses, sino que complica mucho más cualquier decisión conjunta. Sobre todo en asuntos que afectan a intereses de seguridad y económicos que a priori sólo tiene repercusión directa para alguno de sus miembros.

Por último, hay un elemento que no suele tenerse en cuenta pero que en la mentalidad de los actuales dirigentes turcos tiene su peso. En el pasado, y en diversas ocasiones y circunstancias Turquía ha llamado a las puertas de le UE solicitando que se tomara en consideración la posibilidad de iniciar los trámites para dar los pasos que la llevaran a ser admitida dentro de la Unión. Estas llamadas siempre han sido respondidas con unas muy diplomáticas negativas, pero la realidad es que son perfectamente conocedores de que esa negativa es definitiva. Y el resultado es una mezcla de frustración y resentimiento. 

Por lo tanto. ¿Que motivos hay para que Turquía de marcha atrás en sus acciones y aspiraciones?
El último episodio en esta escalada viene marcado por el desplazamiento del buque Oruc Reis, encargado de realizar prospecciones sísmicas con vistas a localizar posibles yacimientos de gas, en las proximidades de la isla griega de Kastellorizo. Unas aguas causa de disputa entre ambos países.

Para dejar claras sus intenciones, a dicha nave le acompañan varios buques de guerra en un claro mensaje de que Turquía no permitirá que se interrumpan sus trabajos. Grecia ha acudido a la Unión Europea, pero como era de esperar, una respuesta conjunta y determinante se está haciendo de rogar. Las prospecciones se están llevando a cabo en una zona donde las disputas entre Turquía, Grecia e Israel no son algo inusual.

La escolta del Oruc Reis no es nada desdeñable, nada menos que cinco barcos pertenecientes a la Fuerza Naval turca. Y Grecia ha desplazado unidades navales propias para vigilar sus actividades y preservar sus aguas de soberanía, algo que inevitablemente ha aumentado la tensión. Turquía por su parte anunció que sus actividades en la zona se desarrollarían entre el 10 y el 23 de agosto. Un anuncio así no sólo debe ser visto como una forma de “advertir” a los países de la zona, sino que significa una forma de “obligarse”. Al anunciar el periodo de inicio y finalización, cualquier interrupción en los trabajos seria visto como un triunfo de Grecia en este caso, y por lo tanto al poner fecha de conclusión están marcando un punto de no retorno.

No aceptarán nada que le impida llegar a él. Prueba de ello son las declaraciones del ministro de asuntos exteriores Mevlut Cavusoglu afirmando que Turquía continuará con sus actividades de exploración en el Mediterráneo oriental y que bajo ningún concepto renunciará a sus derechos. A ello añadió que Ankara otorgará nuevos permisos para prospecciones en la zona oeste de su plataforma continental a partir de finales de agosto. Si tratamos de acotar a los actores principales en este asunto debemos ceñirnos a Turquía, Grecia, Egipto, Chipre e Israel.

La primera respuesta de Grecia, buscando alianzas y apoyos ha sido firmar un acuerdo con Egipto para establecer una zona económica exclusiva conjunta en la región. Algo evidentemente visto con recelos por Ankara. Del mismo modo, Grecia, Chipre y Egipto ya denunciaron el tratado entre Turquía y el GNA que incluía acuerdos en materia de seguridad.

Lo interesante es la actitud de Tayyip Erdogan, la cual podría calificarse como la del bombero pirómano. Pues tras las protestas de Grecia ante la UE pidiendo algún tipo de reacción conjunta manifestó que “debían actuar todos como países Mediterráneos buscando fórmulas que protegieran los derechos de todos”. Añadiendo a renglón seguido “No podemos permitir que otras naciones ignoren a un gran país como Turquía y traten de mantenerlo constreñido entre sus límites costeros”. Lo cual, no deja de sonar a advertencia, aunque también  podría interpretarse como un mensaje de liderazgo dejando claro su pretensión de convertirse en la potencia regional.

Otro elemento que no se puede pasar por alto y que podría haber actuado como catalizador de la deriva turca es el acuerdo firmado en enero entre Grecia, Chipre e Israel para llevar adelante el proyecto del gasoducto que recorrerá el Mediterráneo oriental hasta territorio europeo. El cual cuenta con la frontal oposición  de Ankara, pues choca directamente con sus aspiraciones. El origen de este enfrentamiento lo encontramos en Chipre. La República turca del norte de Chipre no está reconocida internacionalmente, pero Turquía reclama para ella todos sus derechos, y ello incluye tanto aguas territoriales como la zona económica exclusiva. Y los yacimientos de gas que darían origen a ese gasoducto se encuentran dentro de la zona económica  exclusiva de la isla. Es por ello que Ankara reclama su parte de dichos yacimientos.

Pero en contrapartida, el acuerdo firmado entre Turquía y el GNA establece una zona económica que entra en directa colisión con Grecia, pues dentro de la misma están las islas de Creta y Rodas.
Como puede observarse Turquía está jugando por un lado con la situación “indefinida” o no resuelta de Chipre y por otro con la fortaleza que le otorga su papel en el conflicto de Libia, poniendo con su reciente acuerdo sobre la mesa la disputa por las aguas de dos importantes islas como Rodas y Creta como pieza de negociación para obtener rédito de los yacimientos de gas de Chipre. Y todo ello respaldado por su propia agenda estratégica “Patria Azul”.

Por ello podemos identificar tres puntos fundamentales origen de una disputa por el control de unas aguas potencialmente ricas en recursos energéticos: Kastellorizo, Creta y Rodas y Chipre. En función de cómo se interprete la normativa internacional y la validez de los diferentes acuerdos, la balanza puede inclinarse claramente en beneficio de uno u otro de los contendientes. Pero no se puede olvidar algo, y es la firme determinación de Turquía a no ser la perdedora del juego, y este es un factor muy importante a la vez que peligroso.

Los incidentes nos confirmados pero anunciados por Turquía que habrían afectado a embarcaciones deportivas o recreativas acosadas o incluso atacadas según se ha llegado a decir, por parte de buques de guerra griegos deberían ponernos en guardia. Dichos supuestos actos por parte de Grecia podrían servir de justificación para una presencia mayor e incluso permanente de naves turcas en la zona, lo cual equivaldría a una ocupación del terreno en un enfrentamiento terrestre. De cara a futuras negociaciones ello significaría una posición de fuerza: “si yo ocupo el terreno no se discute sobre a quién pertenece, sino como acordamos que yo lo desaloje y que obtengo a cambio”. Es sencillamente un cambio esencial en las reglas del juego.

Un cambio que pone frente a frente al que decíamos unas líneas más arriba que era el mayor ejército de los países continentales de la OTAN con el segundo en tamaño. A estas alturas es obvio el motivo de que tanto Grecia como Turquía tuvieran y aun tengan unas fuerzas armadas tan desmesuradas en proporción al resto de sus aliados, y la antigua URSS no era la razón. En este apartado de poderío militar hay que hacer referencia a un elemento que a futuro puede inclinar la balanza de lo que está sucediendo. 

A día de hoy todos los movimientos navales turcos están siendo minuciosamente monitorizados por el arma submarina griega, que hasta el momento mantiene cierta superioridad tecnológica. Pero a lo largo de este año la balanza cambiará su posición con la entrada en servicio de los seis nuevos submarinos de factura alemana construidos para la fuerza naval turca. El cambio será determinante, y a estas alturas de la situación este tipo de factores cuentan y mucho.

Para concluir nuestro análisis debemos hacer referencia a las implicaciones internacionales. La guerra de Libia ha enfrentado directamente a Francia con Turquía, aliándose el país galo con las tesis de Grecia. Y esta guerra y los intereses que genera ha creado de facto una división en el seno de la UE y por ende de la OTAN, alineando de un lado a España, Italia y Malta, si no con Turquía, si con las tesis contrarias a aplicar sanciones por su actitud. Y de otro a Grecia, Francia y Chipre contra el país otomano.

Es esta una situación del todo indeseable por las consecuencias que puede tener en el seno de ambas organizaciones, y por la oportunidad que esta división ofrece a otros actores con fuertes intereses en la frontera este y que de nuevo está simplemente esperando su oportunidad. Es inevitable volver los ojos atrás y ver como ciertas alianzas o “simpatías” entre naciones se vuelven a dar casi exactamente de la misma forma en que se dieron hace poco más de cien años. La historia tiene ese encantador punto de ironía y los hombres esa detestable tendencia a la desmemoria.