Quo Vadis Europa

Un edificio destruido por el ataque ruso con misiles del 8 de julio aparece en las instalaciones del Hospital Infantil Nacional Especializado Ohmatdyt en Kiev, Ucrania, el 12 de julio de 2024 - PHOTO/Ukrinform/Kaniuka Ruslan/vía AFP
Un edificio destruido por el ataque ruso con misiles del 8 de julio aparece en las instalaciones del Hospital Infantil Nacional Especializado Ohmatdyt en Kiev, Ucrania, el 12 de julio de 2024 - PHOTO/Ukrinform/Kaniuka Ruslan/vía AFP
Cuando a finales de la década de los ochenta, la caída del muro de Berlín marcaba el comienzo imparable de descomposición del llamado “bloque del Este”, una corriente de esperanza recorrió el mundo. 

La creencia de que se estaba ante el inicio de una nueva etapa en la que los conflictos y enfrentamientos armados podían pasar a ser definitivamente algo del pasado recorrió todo el orbe. Y durante un corto periodo de tiempo, el espejismo casi nos pareció real. Los lugares del mundo aún asolados por guerras nos quedaban muy lejos, y nuestra sociedad vivía ajena al dolor y el sufrimiento causado por el fantasma de la guerra.

Sin embargo, esa ensoñación duró poco. A comienzos de los años noventa, y como consecuencia directa de la debacle de la Europa del Este, la frágil unión de territorios que formaban la República de Yugoslavia, una vez libres del yugo comunista, saltó por los aires derivando en una guerra de una crueldad no conocida en Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial. 

La esperanza de esa “paz perpetua” se disipó lanzándonos frente a la cruda realidad, y el Viejo Continente entendió que la única manera de lograr la paz es imponerla. Como no hace mucho leí de la mano de un conocido: “La paz no se mantiene, la paz se impone”. Y tras el periodo más largo de paz, desarrollo y progreso conocido nunca en este rincón del mundo, y a pesar de eventos como la guerra de los Balcanes, nuestra querida y vieja Europa, parece haber olvidado esa realidad.

Y lo más grave es que ese olvido puede tener consecuencias irreversibles. Si Europa quiere tener como ente un papel relevante, algo que hasta ahora no ha sucedido, debe asumir su responsabilidad y las consecuencias de dicho rol.

Varios son los núcleos de tensión y los focos vivos de enfrentamiento que nos rodean. Y todos y cada uno de ellos tienen implicaciones para Europa. Es obvio que la guerra de Ucrania es el epicentro, pero no es menos cierto que lo que sucede en el Sahel, a pesar de lo que la gran mayoría piensa, nos afectará a medio plazo más gravemente. 

La guerra en Ucrania va camino de su tercer año, y el papel de la Unión Europea ha dejado mucho que desear. Este conflicto ha destapado las graves carencias en materia de defensa en el Viejo Continente. 

Esta insuficiencia no es un asunto menor ni reciente, y el desmantelamiento progresivo de la industria de defensa ha tenido como primera consecuencia la incapacidad de reaccionar debidamente cuando más se nos necesitaba, teniendo que recurrir de nuevo a los omnipresentes Estados Unidos de América. Y ese hecho nos ha puesto delante del espejo de nuestro buenismo. 

Ese mundo idílico que imaginamos no es tal, y el buenismo que nos ha calado hasta la médula nos puede pasar factura. La necesidad de ayudar a Ucrania ante la infame agresión de Rusia ha obligado a un gran número de países europeos a vaciar parte de sus stocks de munición para evitar que Moscú lograra sus objetivos, y aun así no ha sido suficiente y Ucrania continúa en una situación muy complicada. 

El problema que se nos presenta ahora es la necesidad de reponer lo enviado al Este, y la situación de debilidad en la que nos podemos encontrar hasta que no sólo se reponga lo consumido, sino hasta que se alcancen unos niveles aceptables (ni qué decir tiene que los niveles previos a la invasión rusa no son una referencia adecuada). Pero no se ha destapado solo un problema de stocks de munición y equipamiento. El problema va mucha más allá. Es un problema de entidad de las fuerzas disponibles, de adiestramiento, de material fundamental, y lo más grave, de mentalidad. Ni aun viendo cómo ha cambiado el campo de batalla el empleo masivo de drones, se atisba una intención de evolución ágil y concreta.

Predecir cómo va a evolucionar la situación en Ucrania es muy complicado, hay demasiados factores, tanto internos como externos, que influyen en el conflicto, y por desgracia para los ucranianos, lo que suceda no depende sólo de su determinación por defender lo que es suyo.

Pero como ya se ha dicho, son más los frentes a los que Europa debe prestar atención. Y el principal se encuentra al sur. La situación en el Sahel se está endemoniando día a día, y la UE parece haber tirado la toalla, cediendo un espacio que inevitablemente había de ser ocupado por alguien, y que es Rusia quien “pasaba por allí”, viendo la oportunidad perfecta de tomar partido en la región, no sólo por el acceso a unos recursos estratégicos que a su vez puede negar a Europa, sino por la enorme capacidad de influencia en el Viejo Continente que le proporciona su presencia y arraigo en esa convulsa región. El problema que nadie parece intuir es que cuando decidamos que queremos intervenir en África para proteger nuestra seguridad y estabilidad, habremos de hacerlo confrontando los intereses de quien ya se ha implantado allí, es decir de Rusia. Y puede que el enfrentamiento que hemos tratado de evitar en el Este debamos afrontarlo en nuestra frontera sur, toda una paradoja desde luego.

Del mismo modo, otros escenarios de conflicto no nos son ajenos, y, sin embargo, o nos comportamos como si tal fuera el caso, o lo que es peor, se adoptan posiciones difícilmente comprensibles, como en la guerra de Israel contra los “proxies” iraníes que operan en sus fronteras. 

La estabilidad en esa parte del mundo es clave para nuestro bienestar, y gracias a los Acuerdos de Abraham se estaban abriendo escenarios y posibilidades imposibles de imaginar hasta hace un par de años. 

Esos acuerdos suponían un golpe en la línea de flotación de Irán, el principal elemento distorsionador en la región. Cualquier movimiento hacia la estabilidad pasa obligadamente por disminuir la capacidad de influencia de Teherán. Hablamos en esos términos porque hoy en día, una caída del régimen de los ayatolás no es ni previsible ni viable. Y, sin embargo, aún hemos de asistir a posicionamientos más cercanos a los mencionados “proxies” que a Israel, olvidando por cierto que quien actúa de patrocinador de esos grupos terroristas (así los reconoce la UE, aunque en ocasiones no lo parezca), está a su vez apoyando el esfuerzo bélico de Rusia contra Ucrania, algo que, por si a alguien se le había pasado, hace con la mezquina intención de contribuir al desgaste y desestabilización de Europa.

Como vemos en este somero repaso a los tres principales focos de crisis actuales, todos nos afectan y todos tienen vasos comunicantes. Y de seguro, si añadiéramos otros a la lista, descubriríamos lo mismo. El modo en que se resuelva cada uno de ellos nos afectará irremediablemente, y las consecuencias pueden ser irreversibles. Por ello es necesario que, de una vez por todas, Europa entienda que debe tomar partido para defender sus intereses y hacerlo sin complejos y sin fisuras. 

Precisamente, la dificultad para adoptar posiciones comunes es nuestra mayor debilidad, y nuestros enemigos lo saben y explotan esa grieta. Seguramente, más pronto que tarde, nos encontremos en el momento de tomar decisiones duras y asumir sacrificios a los que desde hace ochenta años hemos renunciado, y hemos de entender que es precisamente esa renuncia la que nos ha llevado a la situación actual. Siempre y cuando, como es lógico, Europa asuma el futuro que quiere y decida luchar por él. Si no es así, entonces sólo ha de dejarse llevar y hacer. Otros tomarán las decisiones que conformarán el mundo que vivirán o sufrirán nuestros hijos.