Turquía en la encrucijada

<p>El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan - REUTERS/HASNOOR HUSSAIN&nbsp;</p>
El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan - REUTERS/HASNOOR HUSSAIN 
Despedimos el mes de marzo del mismo modo en que nos dio la bienvenida, con un nuevo sobresalto. Un nuevo foco de desestabilización ha aparecido en el horizonte. Y no en cualquier sitio, sino en un país donde todo lo que suceda puede tener un impacto directo y determinante en el panorama geopolítico mundial y con el que España en particular mantiene mucha relación, albergando también importantes intereses. 

Por si no fuera suficiente con el conflicto generado por la invasión rusa de Ucrania, los primeros y turbadores movimientos de la administración Trump (aunque también hay que reconocer que no deberían haber sorprendido a nadie), la reanudación de la guerra en Gaza, de los ataques hutíes en el estrecho de Bar el Mandeb, y las alarmantes noticias sobre el posible progreso del programa nuclear iraní, Turquía, y más concretamente el presidente Erdogan, ha dado un paso más en el camino hacia el autoritarismo, provocando protestas de gran importancia que sitúan al país en una posición inestable y muy peligrosa. 

Turquía es un país que, a pesar de su corta historia como nación moderna y de sus convulsos comienzos tras el final de la Primera Guerra Mundial, tiene un potencial casi infinito y un peso geopolítico enorme, en gran parte marcado por, como diría Tim Marshall, “La tiranía de la Geografía”. 

No hace mucho leí el resumen más brillante que he visto sobre el origen de la Turquía moderna y que reproduzco aquí por ser de gran utilidad para entender algunos elementos de la situación actual y de su posible evolución: “En enero de 1919, los países vencedores de la Gran Guerra celebraron una conferencia en París para fijar las condiciones de paz con los países derrotados…” “La conferencia de San Remo, celebrada en abril de 1920, dio continuidad a las negociaciones sobre el reparto de los restos del Imperio otomano, cuyos términos quedaron especificados en el tratado de Sevres, firmado el 10 de agosto del mismo año…” “…al no quedar conformes con los términos de la partición, los nacionalistas turcos, liderados por el militar más prestigioso del Ejército otomano, Mustafá Kemal Pashá, iniciaron la llamada guerra de independencia turca…” “…nuevas fronteras fueron reconocidas internacionalmente en junio de 1923, mediante el Tratado de Lausana, y en octubre de ese mismo año se proclamó oficialmente la Constitución de la República de Turquía. El líder que la había promovido, Mustafá Kemal asumió la presidencia y se convirtió en Ataturk, padre de los turcos…” “…Ataturk puso en marcha el experimento político más ambicioso de reforma secular que afrontaría un país islámico durante todo el siglo XX…”[i]

En esa secularización basan muchos expertos el rápido desarrollo de una nación que cuenta con apenas 100 años y su gran protagonismo en escenarios donde no es habitual contar con países musulmanes. Aun siendo la religión un elemento identitario importante de Turquía y su pueblo, al contrario que en la mayoría de los países musulmanes, ésta no está tan presente en la vida política, económica, etc. 

Sin embargo, desde la llegada de Recep Tayyip Erdoğan al cargo de primer ministro en 2003, el país ha tomado otro rumbo. 

El antiguo primer ministro y actual presidente de la República, cargo que ostenta desde 2014, no ha ocultado su carácter autoritario y su firme determinación a acumular cada vez más poder y a mantenerse al frente del país a toda costa. Y una de las herramientas que ha utilizado ha sido dar un golpe de timón a lo que había sido la gran obra de “Ataturk”, promoviendo una progresiva islamización del país.  

Cuando llegó al poder, Erdogan privatizó grandes grupos públicos como Türk Telekom, las grandes compañías de gas y petróleo, los puertos y aeropuertos. Liberalizó el mercado laboral, reformó los sistemas bancario y crediticio y fomentó el espíritu empresarial. Esta política aumentó significativamente la inversión extranjera e impulsó el crecimiento en los primeros años, pero al mismo tiempo se comenzó a percibir un alto clima de corrupción en el que importantes familias, incluida la propia familia de Erdogán, se vieron beneficiadas por esas privatizaciones. 

Esta deriva, así como la percepción cada vez más clara de Erdogán como un autócrata y las claras evidencias de corrupción y nepotismo fueron en gran parte la causa del golpe de Estado que se produjo en 2016 por parte de una facción del ejército con vínculos con un antiguo aliado de Erdogan, Fetullah Gullen. El fracaso de este derivó en una purga a todos los niveles del Estado, con especial énfasis en las fuerzas armadas, situación que se ha mantenido en el tiempo y aún perdura. 

En la década de 2020, sin embargo, la economía turca entró en caída libre, llegando a una inflación anual estimada entre el 108% (según el Gobierno) y el 185% (según estimaciones independientes).  

A pesar de los estragos causados por la pandemia de la COVID 19, el año 2021 estuvo marcado por un fuerte crecimiento económico, con el PIB expandiéndose aproximadamente un 11%. Este repunte se debió en gran medida a la recuperación de la demanda interna y externa tras las restricciones de la pandemia. Sin embargo, hacia finales de año, comenzaron a surgir presiones inflacionarias significativas, impulsadas por factores como la depreciación de la lira turca y el aumento de los precios de las materias primas.​ En 2022, la economía turca enfrentó desafíos considerables debido a una hiperinflación creciente. En abril, los precios aumentaron un 69,97% en comparación con el mismo mes del año anterior, afectando gravemente el poder adquisitivo de los ciudadanos y reduciendo la demanda interna. Esta situación fue exacerbada por la invasión rusa de Ucrania y los problemas en las cadenas de suministro globales. Pero aun a pesar de estos desafíos, la economía logró mantener un crecimiento positivo, aunque a un ritmo más lento que el año anterior. A pesar de la mala situación internacional y de afrontar todo tipo de adversidades como los devastadores terremotos en el sureste del país, la economía turca creció un 4,5% en 2023, superando ligeramente las previsiones del gobierno, lo cual se atribuyó a una fuerte demanda interna que compensó los efectos negativos de los desastres naturales. Sin embargo, una vez más, la inflación siguió siendo un problema significativo, con tasas que oscilaron alrededor del 65% durante el año. 

Durante los dos últimos años el crecimiento ha ido disminuyendo, y aunque las políticas monetarias parecen haber estabilizado algo la situación, la inflación continua en tasas insoportables y la moneda no ha dejado de devaluarse. La volatilidad es la palabra que mejor puede definir la situación de la economía de Turquía. 

Y fue ese factor precisamente, el económico, el que provocó que las pasada elecciones fueran las primeras en casi veinte años en las que la victoria del partido en el poder estuvo en entredicho. Nunca la posible derrota del Erdogan había estado entre las opciones, y es exactamente eso lo que ha llevado al actual presidente a dar este peligroso paso. 

La detención del alcalde de Estambul, Ekrem İmamoğlu, en la madrugada del 19 de marzo, pocos días antes de su nombramiento oficial como candidato presidencial por el principal partido de la oposición, el Partido Republicano del Pueblo (CHP), no es más que una nueva y alarmante escalada en el continuo retroceso democrático de Turquía que sin embargo no debería sorprender a nadie. 

Se trata de una maniobra calculada para eliminar a una de las figuras de la oposición más populares del país y enviar un mensaje claro a todos los que se atreven a desafiar al gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP). 

El momento de la detención de Imamoğlu se ha elegido cuidadosamente. No es algo fruto del azar. Tanto las condiciones nacionales como internacionales son perfectas para que el AKP haya podido actuar afrontando unas mínimas consecuencias. 

En el plano internacional, el regreso del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha creado un clima en el que los líderes autocráticos se sienten envalentonados o al menos reafirmados. Y dado su pasado historial, y su política declarada de no inmiscuirse en nada que no afecte directamente a los Estados Unidos, es de prever que se ha contado con que Washington no desafiará las acciones de Turquía.  

Por otro lado, los recientes acontecimientos en Siria han aumentado la importancia estratégica de Turquía. Tras el colapso del régimen de Assad y la expulsión de Irán de zonas clave, Turquía ha ganado mucho terreno y Estados Unidos necesita su cooperación para desestabilizar la región, sobre todo para contrarrestar la influencia de Irán en el marco de seguridad más amplio de Oriente Próximo. La posibilidad de un conflicto con Irán hace que sea muy poco probable que Washington se arriesgue a perder el apoyo de Ankara por la detención de un líder de la oposición. 

En lo que se refiere a Europa, la situación también ha favorecido la actuación turca. La desvinculación, al menos de palabra, de EE. UU. de la seguridad europea sitúa a Turquía -que cuenta con el segundo ejército más grande de la OTAN- como un elemento aún más crítico en la postura de defensa de Europa frente a Rusia, si bien, y esto es otra posible derivada del nuevo marco geopolítico, puede llevar a Turquía a insistir en su ingreso en la Unión Europea como contraprestación a su contribución a esa defensa frente a Rusia. Los gobiernos de la UE, que ya luchan por reconfigurar sus estrategias de seguridad tras la guerra de Ucrania no parecen estar en la mejor situación para enemistarse con Turquía. 

La decisión del CHP de declarar a İmamoğlu candidato del partido antes de tiempo causó alarma en el partido gobernante, y puede que haya sido un error de cálculo de la oposición a Erdogan. Sabiendo que su impulso político no haría más que crecer los años previos a las elecciones de 2028, el AKP ha actuado con rapidez y agresividad. Pero su decisión de actuar ahora, antes de que İmamoğlu pudiera consolidar su apoyo, es también una muestra de debilidad, pues revela hasta qué punto temen su candidatura. 

Pero la eliminación del alcalde de Estambul tres años antes de las elecciones también puede tener como consecuencia que la reacción pública contra la decisión se vaya diluyendo en el tiempo y termine por desaparecer. El resentimiento público está ahora en su punto álgido. Si las elecciones se celebraran el mes que viene, o incluso dentro de seis meses, İmamoğlu obtendría una victoria aplastante. Sin embargo, aunque la ira pública y su apoyo a İmamoğlu puedan ser una fuente de problemas para el AKP a corto plazo, con tres años más por delante, la esperanza es que se disipe con el tiempo. 

Una vez más Erdogan ha demostrado ser un político audaz y calculador, conocedor del entorno que le rodea y de las dinámicas internas. Sin embargo, su apuesta no está exenta de riesgos, pues si las protestas se les va de las manos, o más aun, la represión de éstas, entonces todo puede que se vuelva imprevisible, pues una violencia desmedida, unida a la grave situación económica que está afectando a las capas más humildes de un país donde prácticamente no existe la clase media puede dar lugar a un estallido social sin precedentes. Y desde luego que, en el contexto actual, un país como Turquía se desestabilice puede provocar una reacción en cadena que nos aproxime aún más a la tormenta perfecta.  

Como ya mencionamos hace unas semanas, nos ha tocado vivir “tiempos interesantes”

[i] De la Corte Ibañez, Luis “Historia de la Yihad”, Ed Catarata, 2021