Opinión

Dueling Banjos

photo_camera Ascent of the Capitolio de Washington

Es complejo, explicar lo ocurrido en la tarde del 6 de enero en Washington, un análisis profundo, desde la calma de lo ocurrido debería ser y, probablemente, será cuestión de múltiples análisis en los próximos, días, meses y años. Es complejo explicar que, un acto de estas características, tratar de revertir por la fuerza un cambio político, legítimo, en Estados Unidos, es un hecho que no esperábamos ver si no hasta habernos convertido en los más viejos del lugar, y en un contexto donde los procesos cíclicos de alternancia del poder a nivel global propiciasen la sustitución de un liderazgo por otro. 

Es también difícil plantear, sin perder la perspectiva, pero con la suficiente calma, intentando ir más allá de análisis llenos de tópicos, carentes de contenido y tendentes a proporcionar respuestas fáciles a problemas complejos, el cómo y el porqué, de la concatenación de hechos que desembocaron en la entrada en el Congreso de EEUU de una masa de ciudadanos con la intención de detener la sesión que ratificaba a Joe Biden como presidente electo del país. 

Si podemos calificar la legislatura de Donald Trump como una tragicomedia, el acto final de esta estuvo precedido en las últimas semanas por un bombardeo de mensajes desde los medios de la derecha norteamericana, insistiendo, con la fuerza que da la cercanía del hecho -ratificación en el Congreso de Joe Biden como presidente electo- en el fraude electoral, robo de la democracia, y deslegitimación del proceso y sus resultados. Al mismo tiempo, animaban a los ciudadanos a demostrar su rechazo, por todo el país, por los medios que fuesen necesarios, con las implicaciones que un mensaje así puede tener en una sociedad como la de EEUU, incluyendo marchar a Washington, para evitar, empleando la retórica de la derecha mediática,  un atentado contra la democracia.

Los primeros señalados: Micht McConnell, líder del Partido Republicano en la Cámara Alta, señalado tras negar las acusaciones de fraude electoral y admitir la victoria demócrata; y la presidenta del Congreso, Nancy Pelosi, demócrata, una de las políticas más beligerantes con la Administración Trump, pero también responsable del fiasco que supuso la investigación del ‘Rusiagate’, la presunta intervención de Rusia a favor de Trump en las elecciones del 2016.  Los domicilios de ambos dirigentes políticos amanecieron cubiertos de pintadas entre los días 2 y 3 de enero. Con este precedente y el clima político y social sumamente enrarecido el día 6 de enero, animados por la derecha mediática y política, miles de ciudadanos norteamericanos se concentraron en el exterior del Capitolio.

En este punto, de nuevo se nos plantean cuestiones de difícil respuesta, determinadas por la presencia del presidente en ejercicio, Donald Trump, amén de otros destacados líderes políticos liderando a los concentrados. Participando, como ideólogos, y transmisores de un mensaje que hasta ahora se habían encargado de divulgar a través de las redes sociales y los ‘mass media’ de la extrema derecha de EEUU, pero que hace tiempo retiraron su apoyo a la causa de Trump, incluyendo las redes sociales, medio de expresión por excelencia del presidente.

Manifestantes pro-Trump escalan un muro mientras asaltan el edificio del Capitolio de Estados Unidos

Una demostración de fuerza en las cercanías del Congreso donde en ese momento se legitimaba el cambio político en EEUU, con Giuliani arengando a sus partidarios en términos épico-históricos, cuasi religiosos,  a resolver la situación mediante un juicio por combate, con las connotaciones que ese tipo de afirmaciones tienen para gran parte de los concentrados frente al Capitolio, y Trump animando a marchar contra este, para devolver el valor perdido al Partido Republicano y revertir el resultado de las elecciones, la masa actuó tal y como se la estaba requiriendo.

En televisión Steve Bannon cargaba contra Trump, ya que, según el antiguo asesor de comunicación del presidente, este no era capaz de arengar a los suyos para revertir un acto que, no solo ratificaría a Biden como nuevo presidente, si no que otorgaría el control de Congreso y Senado a los demócratas.

En una secuencia de hechos más parecida a la primera media hora de la película ‘Deliverance’ que, a una comedia trágica de Plauto o Eurípides, organizada en torno a grupos y organizaciones políticas abarcando todo el espectro de la extrema derecha norteamericana, cientos de manifestantes desbordaron el sistema de seguridad previsto, forzando la suspensión de la sesión en curso. 

Estamos ante el intento de subversión del resultado electoral mediante un acto de fuerza, tanto en el Capitolio como en las sedes de varios Parlamentos estatales, que no es más que la consecuencia de cuatro años de alteración y polarización y fractura social alentada desde el Gobierno apoyada en organizaciones de extrema derecha y filo-fascistas mayoritarias como Proud Boys, o el Movimiento Boogalo, reforzadas por miembros del Ku Klux Klan, y simpatizantes de grupos nazis minoritarios.  También organizaciones como QAnon, exiliados iraníes organizados alrededor de la plataforma Iranians for Trump, cercanos al MEK, del que el propio Giuliani es simpatizante, así como prominentes exmiembros del Gobierno Trump, como John Bolton. 

Estas organizaciones representan la praxis de un mensaje político retorcido, plagado de medias verdades, mentiras y promesas sin contenido que responsabilizan de su incumplimiento al adversario político, convirtiéndolo en un objetivo legítimo del ciudadano que ve sus expectativas defraudadas. 

Pero un mensaje que cala en una mitad del país que para la otra mitad no es más que la denominada ‘white trash’, patanes desdentados disfrazados que bailan al son de los banjos y paramilitares que consideran su derecho a empuñar un arma el más importante de los derechos de un ciudadano, el que quita y da legitimidad a las decisiones de un Gobierno en el que no creen. Mientras la otra mitad, del país los mira con una mezcla de condescendencia y desprecio sorprendiéndose de su capacidad acción y movilización. 

Un mensaje falsario que transmite a un granjero del ‘corn belt’, por poner un ejemplo, que parte de la élite económica y política, representada por Trump, está a su lado. Que es el deseo y la capacidad de terminar con la opresión regularizadora que ejerce el Gobierno sobre esta ‘white trash’, el que traerá la libertad en términos económicos y sociales. Que es la libertad para ejercer el legítimo derecho a la defensa y a portar armas la garante de las libertades individuales. Libertad para disponer de sus recursos como mejor crea conveniente, sin tener que prescindir de estos para, en forma de impuestos, sostener un Estado en el que no creen, sin tampoco reparar que, quien transmite ese mensaje, posee más recursos y por tanto dispone de más capacidad coercitiva, sin la acción reguladora de un Gobierno, a la hora imponer sus condiciones. 

Un mensaje que utiliza el pasado histórico más arraigado en el acervo cultural de EEUU, para apelar al ciudadano americano, a la causa perdida. Luchamos pero perdimos, id a casa en paz, llegó a decir Donald Trump cuando ya se había consumado el disparate. El mensaje de la causa perdida al ciudadano americano es el de la traición de otros a la lucha legítima del hombre común, al que le dicen que ese mismo trabajador del ‘corn belt’ representa, al que le han robado su Gobierno y su capacidad de decidir. Perdimos la guerra pero ganamos la paz, porque es mejor que nos retiremos a nuestras casas que condenar al país a un nuevo conflicto y a dios pongo por testigo, que mañana será otro día. 

Un manifestante dentro de la cámara del Senado después de que el Capitolio de EEUU fuera asaltado
Demagogia en estado puro

Ahora cabe preguntarse cómo hemos llegado hasta aquí. Cómo se han dado las condiciones adecuadas para que miles de ciudadanos, concentrados en Washington hayan sido capaces de irrumpir en el Congreso, poniendo en peligro el proceso de alternancia política, clave en el correcto desarrollo de un sistema democrático. 

En este punto podemos plantear dos hipótesis plausibles, un acto de fuerza alentado por el propio Trump, avalado por los 70 millones de personas que le votaron a él y no al partido y apoyado en la gran masa de seguidores concentrada frente al Capitolio. Hecho que, en sí mismo no constituye un golpe de Estado, pero que, cuanto menos, podríamos calificar de sedición, ya que su fin último sería revertir el legítimo proceso de alternancia política, y un golpe de Estado desde la tecnoestructura del Estado, apoyada en las bases del Partido Republicano, destinado a crear las condiciones necesarias para forzar la destitución de Donald Trump. 

La primera de las hipótesis planteadas, la que más fuerza habría cobrado tanto a nivel interno como externo, sería la adopción de una solución de fuerza, facilitada por la actitud del presidente Trump, canalizada a través de la movilización de sus bases en términos de no aceptación de los resultados de las últimas elecciones.

Esta solución de fuerza implicaría la interrupción de la sesión del Congreso en la que se ratificaría la victoria electoral de Joe Biden por la simple presión de los seguidores del presidente. Un despliegue de seguridad insuficiente y laxo en las medidas a tomar con respecto a los manifestantes, que, desbordando a la seguridad del Capitolio, fueron capaces de invadir el edificio, impidiendo el normal funcionamiento de la cámara y evitando la ratificación de Biden. A lo largo de la tarde, mediante una actitud ambigua, condenando los hechos y al mismo tiempo justificándolos, habría procurado no intervenir en la solución necesaria para garantizar la seguridad del Congreso, negando el despliegue de unidades de la Guardia Nacional en el distrito de Columbia que hubiesen garantizado la seguridad en la capital y el normal desarrollo del proceso de ratificación de Biden. De esta manera, con la situación aparentemente fuera de control, se dio la inesperada intervención de otros actores como Larry Hogan, gobernador de Maryland o su vicepresidente, Pence, quien, mostrándose abiertamente hostil al presidente, habría autorizado el despliegue de unidades de la Guardia Nacional en Washington desactivado la estrategia de una solución de fuerza. Trump finalmente sería neutralizado por el sistema bipartisano de partido único y sus apoyos en la tecnoestructura.

Partidarios armados del presidente Trump durante una protesta el 6 de enero de 2021 en Salem, Oregón

En el segundo supuesto, el aparato del Partido Republicano, que inició hace tiempo el alejamiento progresivo del mensaje y la praxis política del Gabinete Trump, certificó la ruptura definitiva con el reconocimiento del ya mencionado senador McConnell, líder republicano en el Congreso de la victoria electoral de Joe Biden. La coincidencia entre ambos partidos políticos, republicanos y demócratas, de la necesidad de un cambio político urgente, que sacase de la ecuación política norteamericana al actual presidente, desactivando, en un futuro un posible proyecto político encabezado por el propio Trump al margen de los partidos mayoritarios. Estos factores unidos a la imprevisibilidad del actual presidente propiciarían las condiciones, para desde dentro del aparato estatal, facilitar primero la concentración de seguidores del presidente en las cercanías del Capitolio y posteriormente permitir la marcha de estos hasta el Capitolio. 

A pesar de las severas medidas de seguridad que rodean a la capital de EEUU, el despliegue mínimo de fuerzas policiales y de seguridad organizado en torno al Capitolio facilitaría una acción de fuerza por parte de los asaltantes.

Los Ministerios de fuerza dentro de la tecnoestructura estatal habrían facilitado las condiciones necesarias para ralentizar el despliegue de unidades de la Guardia Nacional en la Capital, escudándose en que la capacidad de movilización de estas unidades en Washington es potestad única del presidente. Ante la presunta negativa del presidente y de los mandos en el Pentágono a ordenar este despliegue, estos estarían incapacitados sin una orden directa del presidente o del vicepresidente, fueron dos gobernadores, Maryland, republicano y Virginia, demócrata, que sí tienen potestad en sus estados para movilizar a la Guardia Nacional, los que habrían ordenado el despliegue y la movilización de las unidades hacia Washington. 

La actitud aparentemente timorata de Trump con respecto a los sucesos dentro y fuera del Capitolio, dando la sensación de vacío de poder y las repercusiones que podría tener la entrada de unidades miliares en la capital del país, epítome de la democracia occidental, serían el desencadenante de la defección del vicepresidente Pence, que escenificando a través de medios de comunicación y redes sociales una posición contraria a la manifestada por el presidente, habría ordenado el despliegue de la Guardia Nacional en Washington, poniendo fin a los disturbios en el Capitolio, certificando de manera definitiva la derrota de Trump.

Este movimiento habría posibilitado, tal y como se solicitó desde varios medios de comunicación e incluso habría sugerido la propia Nancy Pelosi, la aplicación del artículo 25 de la Constitución de EEUU, para suspender los poderes presidenciales, que serían asumidos por Pence de manera provisional hasta que Joe Biden jurase como presidente el 20 de enero. De nuevo, en este sentido, se han venido sucediendo las voces al más alto nivel político que abogan por una solución en este sentido, aduciendo la plena capacidad del presidente para la toma de decisiones vinculantes en Exteriores y en Defensa, enfatizando en la cuestión peliaguda del llamado botón rojo. Es complejo pensar que incluso alguien tan explosivo e imprevisible como el actual presidente de EEUU fuese capaz de jugar de alguna manera la baza nuclear, mas, teniendo en cuenta no existe evidencia alguna de la intervención de ninguna potencia extranjera en toda esta secuencia de acontecimientos. 

Precisamente, la intervención extranjera, junto con la provocación política de grupos de extrema izquierda ha sido uno de los argumentos más empleados para justificar los disturbios en el Capitolio. Ambas opciones representan lo que hemos venido a llamar soluciones fáciles a problemas complejos, simplemente no existe evidencia empírica, hasta el momento, de la participación ni de elementos de extrema izquierda ni de potencias extranjeras, no al menos en los niveles en que los que un analista, ajeno a los niveles políticos más altos de EEUU puede operar. 

Aquí es donde nos debemos preguntar si todo lo sucedido en EEUU en los últimos meses, desde el proceso electoral de noviembre, que ha culminado con los disturbios de Washington y la invasión del Capitolio, es un síntoma de inestabilidad consecuencia del final de un ciclo hegemónico y el comienzo de otro. Suena extremadamente complejo y lejano, además de necesitar de un análisis muchísimo más exhaustivo que lo que pueda dar de sí un artículo, pero recordemos, la hegemonía es cíclica.

Un partidario del presidente Donald Trump porta armas mientras protestaba por las elecciones, el miércoles 6 de enero de 2021, en el Capitolio de Austin, Texas

Es probable que en Pekín y en el resto de capitales de países enfrentados con EEUU se froten las manos con el espectáculo ofrecido desde Washington. Para una potencia como China, que se encuentra en una posición de fuerza frente a EEUU, los sucesos del día 6 no deberían representar un incremento o una disminución en la percepción que en términos de disputa hegemónica mantienen con EEUU. 

China disputa el liderazgo a EEUU más que en términos militares, en términos económicos, basándose en su propio peso demográfico, industrial y en la capacidad de movilización de recursos, tanto materiales como humanos que ha llevado al gigante asiático a completar el proceso de industrialización y urbanización del país en menos de 40 años, adoptando en su acción exterior un modelo económico capitalista, lo suficientemente dinámico como para poder saturar con sus excedentes industriales el sistema-mercado global.  

En este sentido, podríamos decir, que, empleando terminología académica, China cumple las condiciones impuestas tanto por Wallerstein como por Modelski a la hora de posicionarse de cara a un cambio, más que plausible debido también al aumento de las condiciones de fractura y degradación del tejido social en EEUU tras cuatro años de Administración Trump. Dominio tecnológico, ventajas comerciales y un cada vez mayor control del sistema económico mundial, incluyendo un cada vez mayor control de recursos estratégicos y energéticos y el dominio de la región pivote tal y como postuló Mackinder. Si bien, quedan factores de extrema importancia por determinar; por ejemplo, cuál va a ser la composición de la Administración Biden y cuáles van a ser las líneas maestras en Política Exterior y en Defensa, no parece que a corto plazo el sistema multipolar de relaciones conformado durante los cuatro últimos años vaya a revertirse. Pudiera darse, a corto o medio plazo, cumpliéndose determinadas condiciones, plausibles, caso de un realineamiento de EEUU, recuperación del espacio cedido, y recomposición del sistema de alianzas y caso de completarse el rearme de China, la evolución a un sistema bipolar, paso previo a un cambio de ciclo.

De nuevo resulta extremadamente complejo determinar qué ocurrirá el día después, tomando como día, una unidad de tiempo indefinida, lo suficientemente amplia como para constatar consecuencias derivadas del asalto al Capitolio, como a quién beneficia lo ocurrido en el Capitolio el 6 de enero. En un análisis macro, conseguiremos determinar, causas y efectos, condicionantes y factores, al alcance de nuestros recursos. Sin embargo, el análisis micro, el que determinará en un sentido o en otro la implicación de la tecnoestructura del Estado se nos resistirá por falta de recursos. Así mismo, abordar el análisis de los hechos desde un punto de vista comparativo, entre sistemas claramente diferenciados, que por peso económico, demográfico y cultural están en niveles inferiores a EEUU, estableciendo paralelismos entre procesos sociales completamente diferentes, sería un error que llevaría a obtener una imagen, si no distorsionada, sí contaminada en exceso por el elemento subjetivo que, aunque imposible de eliminar, la menor influencia de este factor debería ser un objetivo a la hora de abordar este análisis. De lo contrario caeríamos en uno de los grandes errores que condujeron a esta concatenación de hechos, la demagogia.