¿Dónde están los progresistas en Marruecos?

Mucho tiempo de investigación sobre Marruecos, el país donde me he criado, del que soy y al que pertenezco, me ha llevado a cuestionarme preguntas que si bien pueden parecer pretenciosas, realmente sí que responden a una necesidad intransigente del pueblo marroquí. La necesidad de “cambios”, cambios que aporten esperanza, esperanza que se materialicen en futuro. Cambios que se espera que vengan de quienes teniendo posibilidades, las usan en pos de un bien común.
Sin embargo, leyendo a muchos tristes ególatras progresistas, siento el abandono intelectual de muchos marroquíes hacia su pueblo. Noto la inhóspita burbuja en la que viven casi todos al margen de la dolorosa realidad, en la que no se sienten partes de un país, ni se consideran conciudadanos de los más desgraciados. La misma burbuja por la que sufren en Derechos miles de personas todos los días, a costa de sus dificultades en materia laboral, su explotación en las grandes urbes, desde menores a personas de avanzada edad.
Se trata ni más ni menos de cientos de progresistas intelectuales, entre otros que se confinan en un parlamento para suplicar migajas, no para defender lo evidente, que se conforman con decir “la religión y la política deben separarse”, pero luego corren a esconderse detrás de los altos muros de la soberbia y la codicia que los mantienen y les permiten tener sus estatus, su dinero, su poder.
Sí, a veces está bien mirar para dentro, entre los que pretendemos instaurar el debate entre “progres”, entender que si la religiosidad está en auge como modelo de identidad no es por el “incansable trabajo” de quienes teniendo posibilidades se conformaron, de quienes a sabiendas de lo que el pueblo sufría se conformaron con saber que ellos iban a vivir bien. Ahí reside la violenta indiferencia de los privilegiados. Aquellos que defienden la libertad a susurros, porque saben que el hecho de que ellos vivan al margen de la ley no tiene consecuencias legales reales.
Aquellos que olvidan pronto que la laicidad no hay que defenderla por el bien propio y posible, que permita una vida “occidentalizada y acomodada”, sino que es un modelo de sociedad que ampara las libertades, los derechos de todos y todas por igual, que evita excluir por cualquier motivo y que garantiza la dignidad por encima de todo. Esa que se quebranta y arrebata diariamente a cientos de marroquíes.
Una laicidad que miles de religiosos intentan desmontar diariamente en nombre del ateísmo, bloqueando el acceso a los laicos al escenario público, aquellos que sin rechistar han optado por ocupar el banco del silencio. Un silencio cómplice, que encubre la violencia ideológica hacia las clases bajas y precarias de un pueblo.
Por todo el mundo se siguen clamando derechos en nombre de la “laicidad”, es decir, de la neutralidad religiosa, el derecho a que musulmanes, cristianos, agnósticos, judíos o ateos puedan vivir en libertad. El derecho a poder escoger. La libertad de conciencia. Sin embargo aquellos supuestos defensores de la laicidad no se sienten interpelados por los fanáticos y extremistas que les tildan de ateos occidentalizados, prefieren usar el silencio y acomodarlo en la palabra “tolerancia”, justificar lo injustificable. Dar de comer a quien roba el pan.
Aquellos laicos progresistas marroquíes que con su supremacismo intelectual claman que Marruecos no está listo para normas civiles alejadas de lo religioso. Parecidos a los supramacistas islamistas que se abanderan de los musulmanes en sus países y comunidades.
Pretenden hablar de un Marruecos al que ni siquiera preguntan cómo está, por el que no hablan sobre los matrimonios de menores, la pederastia y la prostitución, la miseria de las zonas urbanas, la falta de infraestructuras en las zonas rurales.
Un Marruecos blanqueado, en nombre de una imagen hacia fuera que por hacer daño niega ni más ni menos el sufrimiento de miles de personas. Esos progresistas anulados en humanidad por lo bonito de sus riads y el casoplón de sus ciudades, que no dudan en negar la realidad cuando desde fuera se cuestiona a su país.
Esos son los progresistas que evaden el debate diariamente. Que no lo abren porque consideran que el resto de marroquíes no son capaces de decidir si quieren normas civiles al margen de la religión, porque creen que no hay marroquíes capaces de comprender que rechazar leyes y normas islámicas no implica rechazar el islam. Esos, son los mismos que niegan el poder de decidir a un mismo pueblo que grita y suplica información, medios, cambios, esperanza y futuro. Ese pueblo que recibe a puñados diariamente doctrina islamista misógina y sectaria, porque los progresistas que tienen oportunidades se niegan a considerarse sus conciudadanos.
Si quieren saber porque un pueblo no es progresista. Pregunten a los progresistas que piensan del pueblo.