
Conocido es que, durante el año 2020, España e Italia fueron prácticamente de la mano en todo lo relacionado con la epidemia del coronavirus. Ello explica que ambos países fueran los principales beneficiados del Fondo de Reconstrucción aprobado por los líderes de la Unión Europea en julio del año pasado: 209.000 millones para Italia, mientras que España se llevaba un montante total (entre préstamos y dinero a fondo perdido) de 140.000 millones. El coronavirus, como es sabido, había comenzado a hacer estragos unas tres semanas antes en Italia que, en España, pero la realidad es que ambos países fueron los que más sufrieron las consecuencias: además de que ambos han rebasado ya claramente la cifra de 100.000 fallecidos, el Producto Interior Bruto español retrocedió 10,8 puntos por 8,9 el italiano. Así que la deuda nacional sobre ese mismo PIB se ha ido en el caso español a ya cerca del 130%, mientras en el caso de Italia esta ya se sitúa en torno al 156%.
Pero la salida de la llamada “emergencia económica” está comenzando a ser ostensiblemente diferente entre ambos países. Y es que ya se conoce un primer dato relevante: ese mismo Producto Interior Bruto ha crecido un 0,1% en el primer trimestre en el caso de la economía italiana, mientras el español ha vivido, en cambio, un claro decrecimiento (en concreto, un -0,5%). Y da la impresión de que esto no ha hecho más que empezar. Porque hay que tener en cuenta que el aparato productivo italiano se sustenta sobre bases más sólidas: su industria, sin ser lo pujante que llegó ser, sobre todo, en los años sesenta y setenta del siglo pasado, sigue teniendo un peso muy relevante en la economía nacional, mientras en España, después de acometer en los años ochenta la llamada “reconversión industrial”, no hemos conocido otra actividad industrial importante que no fuera la de la construcción y, esta, como ya hemos visto, no resultaba sostenible en el tiempo.
Añadamos a ello que el auténtico fiasco que está suponiendo la campaña de vacunación (en ambos países el ritmo de vacunación deja bastante que desear) está dejando a España sin la importantísima afluencia de visitantes que deberían haber llegado este año y que, de momento, no llegarán (por momentos esto recuerda a la celebre película de ‘Bienvenido, Mr.Marshall’, donde, como recordarán nuestros lectores, un pueblo entero se preparó para recibir al Sr. Marshall, autor del plan de reconstrucción europeo tras la Segunda Guerra Mundial, hasta comprobar que este nunca vendría). Y es que el Gobierno británico, representante de un país importantísimo para España, ha sido uno de los primeros en recomendar a su población que no venga a tierras hispanas: el paupérrimo 20% de población completamente inmunizada con que hemos iniciado el mes de junio ha llevado a pensar al “premier” británico (Boris Johnson), que lo mejor que puede hacer es sugerir a sus conciudadanos buscar otro lugar donde pasar las vacaciones.
En cambio, los norteamericanos sí parece que van a ir en masa a conocer Italia, y es que la diferencia sustancial entre ambos países tiene un nombre clave: el de Mario Draghi, presidente del Consejo de Ministros desde el pasado 13 de febrero. Se trata de una figura del máximo prestigio internacional: hombre de las instituciones italianas desde que en 1990 comenzara a trabajar en la Dirección General del Ministerio del Tesoro, ha sido, entre otras muchas cosas, gobernador del Banco de Italia y, posteriormente, presidente del Banco Central Europeo. Un extraordinario “currículum” que comenzó a fraguarse cuando se doctoró en Economía en el Instituto Tecnológico de Massachussetts (Estados Unidos) y a partir del cual ha sido capaz de forjar una imagen de gestor del máximo nivel. Lo que se contrapone con un presidente del Gobierno español (Pedro Sánchez) con enormes lagunas a todos los niveles y quien en no pocas ocasiones da la impresión de vivir en un mundo irreal.
Añadamos a ello que Draghi, que recibió del presidente de la República (Sergio Mattarella) el encargo de formar Gobierno tras caer la coalición de centroizquierda que gobernaba el país desde septiembre de 2019, se ha rodeado de los mejores en su nuevo Ejecutivo, como es el caso de Daniele Franco, director general del Banco de Italia y ahora ministro de Economía y Finanzas, o de Marta Cartabia, la primera mujer en presidir la máxima magistratura del país y quien en este momento desempeña la cartera de Justicia. No resulta de extrañar, con esta realidad, que la reacción inmediata de las bolsas europeas fuera de subida en lo referente a las inversiones italianas y que, igualmente, bajara de inmediato la prima de riesgo: los alrededor de 100 puntos en que se encuentra situada en este momento es una cifra no vista desde los tiempos del Gobierno Renzi (2014-16). Frente a esta realidad, Sánchez apenas ha tocado su Gobierno, que viene de la primavera de 2018, y ello a pesar de que resulta más que evidente que falta músculo y que muchos de los titulares ministeriales no hacen más que pasar sin pena ni gloria por sus respectivas carteras. Draghi también en su Ejecutivo ministros de poca entidad, pero ya se encargó de que ninguno de ello pudiera estar al frente de un ministerio de auténtica relevancia. Y es que las carteras realmente importantes (Economía y Finanzas, Transición Ecológica o Justicia) están ocupadas por personalidades del máximo nivel, lo que no sucede en nuestro país.
El dato que hemos dado antes del Productor Interior Bruto (PIB) resulta particularmente preocupante si prestamos atención a la evolución de este parámetro en la última década (2011-20): en el caso italiano, nunca fue capaz de superar la barrera del +2% (el +1,7% del Gobierno Gentiloni es lo máximo logrado la década pasada), mientras España creció en 2015 al 1,9%; en 2016, al 3,3%; en 2017, al 4,1%; en 2018, al 3,2%; y, finalmente, en 2019, al 2.6%. Y es que conocido es el gravísimo problema que tiene la economía italiana, desde hace dos décadas, para crecer, frente a las elevadas tasas logradas por España. Así que la realidad de que ahora esté aumentando ese PIB a un ritmo claramente superior a nuestro país (y da la impresión de que el segundo trimestre confirmará esta tendencia), debería tener a los españoles más que preocupados. Todo ello sin olvidar que el nivel de desempleo transalpino se sitúa por debajo del 10%, mientras en España ya está en torno al 16% sin contar los más de 600.000 trabajadores en situación de ERTE, que, de perder su trabajo, llevarían la desocupación nacional claramente por encima del 20%.
Además, no olvidemos que, a día de hoy, Draghi tiene asegurada una abrumadora mayoría parlamentaria (le apoyan todos los partidos menos los Hermanos de Italia de Meloni, y un grupo de escindidos del Movimiento Cinque Stelle) que se va a mantener muy seguramente hasta, como mínimo, mediados del año 2022, si es que no llega hasta los primeros meses de 2023. Frente a ello, Sánchez tiene un gobierno de coalición que no pasa de una mera mayoría simple y, para sacar adelante las votaciones, depende de los nada fiables votos del independentismo catalán.
Y es que en todo este asunto se ha puesto de manifiesto una importante debilidad de nuestro sistema político que los italianos, en cambio, sí supieron prever: el papel clave que juega el jefe del Estado. Porque el presidente de la República italiana goza de dos prerrogativas fundamentales: por un lado, encarga formar Gobierno (además de que, en la práctica, debe dar su “visto bueno” a todos los ministros que conformen un nuevo Ejecutivo), y, por otro, puede convocar cuando lo considere necesario elecciones anticipadas o recurrir a un gobierno de independientes (como ya se hizo con Ciampi en 1993, con Dini en 1995, con Monti en 2011 y ahora con Draghi). Frente a ello, el jefe del Estado español (el rey Felipe VI) asume el llamado “papel ceremonial”, que limita enormemente su capacidad de maniobra: básicamente, después de cada elección general, encarga formar Gobierno al partido más votado.
Esta realidad es la que ha permitido al presidente Mattarella recurrir, en un momento clave, al mejor hombre del que dispone el país, con el objetivo de que sepa aprovechar al máximo los generosísimos fondos que la Unión Europea ha concedido a Italia. Mientras que en España estos fondos habrán de ser administrados por un gobierno de bajo nivel, débil parlamentariamente y sin una visión clara de lo que hay que hacer (lo que más desazón genera es que la alternativa, situada en el centroderecha, es más de lo mismo, con lo que convocar elecciones y cambiar el gobierno prácticamente de nada serviría).
Lo que habrá que preguntarse en este momento es qué va a hacer la Unión Europea cuando vea que España se queda claramente rezagada en el proceso de recuperación de la debacle que está generando el coronavirus. Porque la previsión, a día de hoy, es que Italia, de la mano de su primer ministro Draghi, va a seguir abriendo brecha y que irá posicionando a su país mucho más cerca del eje francoalemán que de la vecina España. Es, sencillamente, cuestión de tiempo: Italia acelera, mientras España sigue a un ritmo que genera cada vez mayor preocupación. Y lo peor de todo ello es saber que nuestro país también tiene un Draghi o algo bastante similar al banquero y economista romano, pero nuestro sistema político no lo hace posible.
Pablo Martín de Santa Olalla Saludes es profesor del Centro Universitario ESERP y autor del libro ‘Historia de la Italia republicana’ (1946-2021) (Madrid, Sílex Ediciones, 2021).