
Acaba de celebrarse el congreso convocado por la gestora que dirige el Movimiento Cinco Estrellas con el fin de marcar sus nuevas líneas políticas y de escoger una dirección que asuma el papel que tuvo Luigi Di Maio hasta el pasado 22 de enero. Y este evento lo único que nos permite concluir es que este partido sigue sin rectificar el mal rumbo que le acabará llevando muy seguramente a una debacle definitiva en las siguientes elecciones generales, que serán convocadas, a lo más tardar, a comienzos de 2023.
El partido, debe recordarse, nació en el año 2009 como un “movimiento anti-política”, pero la realidad es que, tras entrar (y con mucha fuerza) en el Parlamento tras las elecciones de febrero de 2013, se convirtió en un partido político como tantos otros. Eso sí, utilizando un modo de funcionamiento muy en boga hoy en día (el llamado “asambleario”, con permanentes consultas a las bases) y desmarcándose en todo momento de cualquier posible pacto con cualquier fuerza política. Ello explica que, llegado el momento de celebrar los comicios de marzo de 2018, fueran la única formación que se presentara en solitario: hubo coalición de centroderecha, igualmente otra de centroizquierda, y en el medio quedaban ellos como partido básicamente transversal.
La realidad es que, tras pactar con la Lega de Matteo Salvini a finales de mayo de 2018, y formalizar con él un pacto de legislatura (el conocido como “contrato de gobierno”), pasaron a entrar de lleno en el engranaje no sólo parlamentario, sino también de poder, al formar parte del gobierno central. Y además se presentaron a aquellas elecciones con una cabeza de cartel, Luigi Di Maio, Vicepresidente de la cámara baja entre 2013 y 2018.
El principal problema para Cinco Estrellas es que su nuevo líder fue pronto más conocido como el “yerno favorito de todas las suegras italianas” (por su aspecto aseado y saludable) que como un auténtico líder político. Y esto no sólo lo vio Matteo Salvini, que hizo con Di Maio lo que quiso y más hasta hundirle políticamente, sino también el Presidente de la República, Sergio Mattarella, quien en circunstancias normales hubiera encargado a Di Maio formar gobierno por liderar la lista más votada con diferencia (casi catorce puntos de diferencia con respecto a la segunda, la del PD de Matteo Renzi) y, en cambio, prefirió dar dicho encargo de gobierno a una persona totalmente ajena a la política (el jurista Conte, hasta ese momento Profesor de Derecho en la Universidad de Florencia, que cierto es que, figuraba en la lista de los ministrables del Movimiento Cinco Estrellas pero que no era militante del partido). Y es que seguramente pesó mucho más sobre la decisión de Mattarella el hecho de que Conte sí tuviera carrera universitaria (frente a un Di Maio de cuya formación académica nada se sabe) que el que Di Maio hubiera ganado las elecciones, en un país donde los casi treinta “premiers” que ha habido en sus 75 años de historia republicana han pasado, sin excepción, por la prestigiosa institución universitaria transalpina.
Sabido es que Di Maio no tuvo más remedio que dimitir cuando apenas se habían cumplido dos años de la victoria electoral de su partido: con él primero como VicePrimer Ministro (y además titular tanto de Trabajo como de Desarrollo Económico), y luego como Ministro de Asuntos Exteriores en el Segundo Gobierno Conte, la cruda realidad es que el partido no hizo más que ir hacia abajo tanto en intención de voto como en apoyo electoral directo.

Claro que la debacle de Di Maio no sólo se debía a sus numerosas carencias intelectuales y personales. También fue clave en ello el flagrante incumplimiento por parte de su partido de la medida clave que les había llevado a ganar los comicios de 2018: la célebre “renta de ciudadanía”, un subsidio por valor de 780 euros que debía haber llegado a unos cinco millones de habitantes en el país. Ahí fue donde la ciudadanía descubrió que este partido, que había hecho de la honestidad su bandera principal, les había engañado, ya que ya llevarla a cabo en la práctica suponía un descomunal aumento del gasto público que la Unión Europea nunca iba a permitir, y así fue. De tal manera que fueron pocos, poquísimos, los ciudadanos transalpinos que recibieron esta cantidad. Consecuencia de todo ello: perdida masiva de votos por parte de Cinque Stelle.
Despojado de sus principales políticas a manos de un Salvini mucho más hábil, en su segundo pacto de legislatura (forjado con el PD en septiembre de 2019) esta peculiar formación sigue poniendo de manifiesto que no tiene nada relevante que ofrecer al electorado. Y que además de no poder materializar la “renta de ciudadanía”, no tiene ni la más remota idea de gestionar lo público: sus ministros, tanto en el Primer como en el Segundo Gobierno Conte, están destacando más por su irrelevancia que por su capacidad para marcar una línea política clara.
Pero, a pesar de que quedar todo esto en evidencia, la formación tenía en este congreso una ocasión única para intentar enderezar el rumbo y rectificar errores. A fin de cuentas, tenía y sigue teniendo margen para ello: su grupo parlamentario, a pesar de contar con casi medio centenar de bajas entre ambas cámaras, sigue siendo el más numeroso con diferencia; el Primer Ministro (Conte), aunque no militante de su partido, es persona que está en constante contacto con los principales dirigentes de Cinque Stelle; y la previsión es que las elecciones generales no tengan lugar hasta, como mínimo, finales de enero de 2022, que es cuando concluirá el mandato presidencial de Sergio Mattarella y habrá que elegir nuevo Jefe de Estado. A partir de ahí, lo previsible es que se inicien las hostilidades entre los partidos que forman parte de la actual coalición y que el nuevo Presidente de la República (muy seguramente el exgobernador del Banco Central Europeo, Mario Draghi) convoque elecciones para antes de que concluya ese año. Con lo que sigue quedando tiempo para intentar cambiar la dinámica de derrota constante.
Es más, puede decirse que, a pesar del fiasco de Di Maio, y de que entre los ministros del actual Ejecutivo ninguno puede realmente liderar el partido, sí tienen a alguien que podría levantar, y de manera sustancial, la actual situación de postración de la formación. Es no es otro que Alessandro Di Battista, durante años el otro “hombre fuerte” del partido junto con Di Maio. Porque debe pensarse que Di Battista tiene presencia, carisma y mucho tirón entre los votantes de la formación. Al no tener escaño parlamentario ni haber formado parte de ninguno de los dos gobiernos en los que ha estado presente Cinco Estrellas, su figura se encuentra a salvo de la debacle general que está sufriendo este partido. Pero, por la razón que sea, además de en su momento escogerse a Di Maio antes que a Di Battista para que fuera el cabeza de cartel en las elecciones de marzo de 2018 (operación, por otra parte, exitosa, hasta que se descubrió que Di Maio no tenía fondo político alguno), en los últimos meses se ha llevado a cabo una marginación sistemática del político romano.
Así que, en lugar de apostar por Di Battista sabiendo que el margen que hay por delante es de poco más de un año (a lo sumo dos), y sabiendo que en el fondo el Primer Ministro Conte no tiene la más mínima intención de ser el líder del partido (aguantará solo hasta cuando tenga que dimitir como “premier”, para lo que pueden quedar solo unos meses dado el enorme desgaste personal que lleva encima), los “pesos pesados” del partido ha preferido inclinarse por una “dirección colegiada” que, de cara a los electores, es casi como no decir nada. E igualmente han dejado sin definir las políticas por las que apostar: el único que sí habló claro durante la convención fue, precisamente, el marginado (Di Battista), pero en este momento de nada sirve.
Desde el punto de vista electoral, en meses venideros el Movimiento Cinco Estrellas prácticamente nada se juega: salvo perder la alcaldía de Roma (que cierto es que no es poca cosa), debe recordarse que no hay convocado ningún comicio para elegir el gobierno de la región. Pero lo que seguramente también sucederá será que Di Battista no se quede cruzado de brazos esperando a la debacle final, y que esté ya preparando una escisión en su partido donde seguramente le acompañarían senadores relevantes como Gianluigi Paragone o el también marginado Davide Casaleggio hijo. Con el voto de la formación dividido en dos posibles candidaturas (la oficial y la de Di Battista), y sabiendo que muy seguramente el “sbarramento” (umbral de votos necesario para entrar en el Parlamento) va a subir del 3 al 5% para formaciones individuales en la nueva ley electoral que se está negociando, no sería de extrañar que de aquel Movimiento Cinco Estrellas que arrasó en las elecciones generales de 2018 no quede... más que un mero recuerdo. Y que, en cambio, Di Battista recupere el protagonismo perdido. En cualquier caso, será el tiempo el que dicte sentencia.
Pablo Martín de Santa Olalla Saludes es Doctor en Historia Contemporánea y autor del libro Italia, 2013-2018. Del caos a la esperanza (Madrid, Liber Factory, 2018)