España necesita regenerar el Estado

Puede derivar en un terremoto social peor que el que originó la Guerra Civil de los años 30 del siglo pasado, o en una benéfica segunda Transición con la regeneración del Estado.
El Estado español se ha mostrado incapaz de hacer frente a la hecatombe. Muchos de los 220 muertos se podían haber evitado; muchas de las destrucciones devastadoras ocasionadas por las salvajes riadas, también. Cuando sepamos la cifra real de vidas sesgadas – algunos se aventuran a elevarla hasta mil – nos llevaremos las manos a la cabeza: ¿cómo ha sido posible? ¿Qué ha pasado?
Cuando la gente escucha hablar de un “Estado fallido”, se piensa en Somalia, en Libia, en Afganistán, en Haití o en Sudán, porque en esos países el Estado simplemente no existe, y si existe no funciona. Un Estado se declara en quiebra cuando, disponiendo de medios suyos y ajenos, es incapaz de socorrer a la población, de escolarizar sus hijos, de cuidar a sus ancianos, de dar de comer a sus bebés, de cuidar la salud de sus ciudadanos, de dar horizonte a los jóvenes.
El “Estado fallido” no es sinónimo de pobre, de decadente o de facineroso, no; no es sinónimo de falta de estructuras, de medios de comunicación, de redes, tampoco. Simplemente, no funciona, está atascado. Por mil razones, corrupción, ignorancia, soberbia de sus mandamases, luchas fratricidas, egoísmos territoriales, reinos de taifas, y por, sobre todas ellas, una grotesca burocracia con tres millones de funcionarios en la que todos mandan y nadie es responsable. Perdón, sí: el Gobierno de España es el responsable número uno, los demás son subsidiarios. Y el presidente del Gobierno es el máximo responsable. No lo es el jefe del Estado, porque no tiene atribuciones; ni lo son los presidentes autonómicos, que solo tienen competencias locales.

La tragedia que estamos viviendo estos días en España, es eso: la de un Estado fallido, inepto, incompetente. Frente al cual sólo se alza una verdad: la solidaridad de millones de españoles con los afectados, con sus familias, con los que han perdido todo salvo la dignidad. El pueblo español es solidario, el Gobierno no. Bomberos, sanitarios, policías, militares, guardias civiles, voluntarios, la gente de pueblos y ciudades, están con las víctimas; el Estado está ausente.
La violencia con la que la gente en Paiporta acogió a “la comitiva oficial” está plenamente justificada. No era terrorismo, sino indignación y rabia contra los responsables, y en primer lugar contra Pedro Sánchez. El presidente dice que “la mayoría de los ciudadanos están con él”. No es así: la mayoría de los españoles están con los que están sufriendo.
Hoy más que nunca es necesario regenerar el Estado. La Transición política española de hace medio siglo fue necesaria para pasar de un sistema dictatorial a otro participativo, democrático y representativo. Hoy el problema es otro. La Transición dio paso a un ejército burocrático en el que se diluye la responsabilidad; a unas normas constitucionales que han multiplicado los centros de poder y creado dieciocho administraciones (15 de Autonomías, 2 de Ciudades Autónomas y 1 Central) en las que partidos políticos, sindicatos y organizaciones civiles colocan a sus enchufados y “hacen caja”.
Hoy hay que cambiar todo esto. No se trata de “borrar el pasado”, sino de ponerse al día. La revolución más arrasadora de la Historia, la rusa de 1917, se sostuvo gracias al Ejército Rojo al que se incorporaron 48.000 exoficiales del Ejército zarista, y 214.000 exsuboficiales. La Iglesia católica, con un pasado de dos milenios de luces y sombras lo hizo con el “aggiornamento” en el Concilio Vaticano Segundo.

España necesita hacerlo, para que los muertos no hayan sido inútiles, para que sus familiares y amigos les lloren como héroes, no como sacrificados. Felipe VI sintió empatía con el pueblo gracias en parte a su esposa Letizia; pero el Rey no tenía responsabilidad, aunque podía haberse puesto firme y exigir una reacción rápida del Estado. En cambio, Pedro Sánchez se escabulló a la primera pedrada. Si no lo hubiera hecho, corría el riesgo de ser linchado, porque él sí tenía la responsabilidad de la parálisis y el abandono.
Regenerar el Estado llevará tiempo. Necesita nuevas caras, sangre nueva y una extraordinaria dosis de purga burocrática. La mitad de la burocracia sobra, la mitad de las administraciones también. Y todavía está por ver si el actual sistema de representación política es el más adecuado, si el actual Estado de las Autonomías es el adecuado.