Opinión

Bantustanes de Rusia

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Vamos camino de nuevos hechos consumados, y tal vez de una nueva edición de cómo se mira para otro lado cuando al líder del Kremlin se le mete entre ceja y ceja que un determinado país, por el hecho de haber pertenecido en su día al imperio de la Unión Soviética, no tiene derecho alguno a emanciparse y a regir su propio destino. 

Que la Duma haya acordado otorgar su permiso al presidente Vladímir Putin para que reconozca la independencia de las provincias del Donbass rebeldes de Ucrania es el primer paso para dar una cobertura legal a lo que en realidad será una nueva operación de anexión o conquista del territorio de otro país. Ya lo hizo con las regiones georgianas de Abjasia y Osetia del Sur, convertidas en teóricos países independientes, pero que en realidad no son sino bantustanes o protectorados de Rusia, desde los cuales no deja de amenazarse no solo la integridad sino la propia estabilidad de la república caucásica con capital en Tiflis. 

Y, por supuesto, es la misma estrategia seguida en 2014 con Crimea, península ucraniana de una extensión similar a Cataluña y base naval fundamental para dominar el Mar Negro, cuyo acceso  cada vez pinta cada vez más oscuro para una Ucrania bloqueada por la flota y el asedio de la marina rusa. 

Las regiones orientales ucranianas de Donetsk y Lugansk se aprestan, pues, a ser reconocidas por Moscú como Estados independientes. Además de la guerra que los separatistas de ambos territorios sostienen desde hace ya ocho años contra el Ejército de Kiev, el apoyo del Kremlin ha cubierto todos los flancos, desde la distribución de pasaportes rusos a otros tantos ucranianos rusoparlantes y de antiguas raíces, a facilitar pertrechos militares para que sus protegidos convirtieran sus territorios en inexpugnables frente a las ofensivas de Kiev

No es ningún secreto que la Duma no ha hecho otra cosa que seguir las directrices del Kremlin. Dice Viacheslav Volodin, el presidente de la misma, que la iniciativa de este reconocimiento partió a primeros de este año del Partido Comunista de Rusia (KPRF) y que, tras ser discutido por todos los grupos parlamentarios, el texto de recomendación al presidente Putin fue aprobado a finales de la pasada semana. Los diputados de la cámara rusa, en donde tiene aplastante mayoría el partido Rusia Unida, creado precisamente para que el presidente ruso tenga una base prácticamente hegemónica en la que apoyar sus designios, argumentan que “Kiev ignora los acuerdos de Minsk”, condición suficiente a su parecer para que Rusia emprenda las acciones pertinentes para garantizar “la seguridad de nuestros ciudadanos y compatriotas”.

No sería de extrañar que la consumación de este nuevo expolio territorial a un país limítrofe por parte de Rusia sea contemplado pasivamente por Occidente, a pesar del calentamiento prebélico de estas últimas semanas. Habrá, sí, sanciones y condenas, pero es muy posible que, una vez puesto el Donbass bajo la tutela del Kremlin, ya no haya vuelta atrás. Ucrania tendría que conformarse y aguantar la amputación de una parte de su territorio mientras en las cancillerías occidentales se pergeñarían los correspondientes argumentarios para justificar que bien merece la pena esa pérdida de Ucrania si se preserva la paz y se evita una guerra que parecía inminente. La sombra de Neville Chamberlain, planeando una vez más sobre una población europea, demasiado acostumbrada quizá a contemplar estas peripecias como algo lejano a su entorno inmediato y a su bienestar. Pero, una vez más Putin habrá dado una nueva sacudida al orden internacional si, como resulta cada día más previsible, el oriente de Ucrania bien vale un repliegue.