El cuerno de la abundancia trumpista

Cada día que pasa hay un nuevo encontronazo, la reedición corregida y aumentada de una amenaza o un inédito gesto de desprecio.
Sería tan necio como contraproducente ignorar tal acumulación de agravios, simular que son solo los exabruptos de un déspota pagado de sí mismo y plenamente consciente de su inmenso poder, terminaría por consolidar la imagen de una Europa derrotada, que no acaba de entender que el hermano mayor y “protector” de la familia transatlántica ha decidido desentenderse de ella.
Más aún, nos ha presentado incluso una lista de agravios pasados, que habrían sido los causantes del estallido de las supuestamente inquebrantables buenas relaciones entre las dos orillas del Atlántico.
Trump ha decidido pisar el acelerador para pasar cuanto antes la página más larga y beneficiosa, para las dos partes, de los valores compartidos, que hicieron de Occidente un frente tan sólido como envidiado por sus dos resultados más visibles: la libertad de sus ciudadanos y la prosperidad resultante del ejercicio de esa libertad tanto individual como colectivamente, lo que provocó en sus enemigos el consiguiente resentimiento.
Ahora, aprovechando la celebración de su primer Consejo de Ministros, el presidente Trump ha redoblado la intensidad de sus amenazas y el reproche a los europeos. Sin el menor rubor, aleccionó a sus colaboradores en que “la UE fue diseñada para perjudicar a Estados Unidos. Ese era el objetivo y lo lograron. Pero ahora yo soy el presidente…”
Era el argumento para justificar que “muy pronto” Europa tendría que arrostrar aranceles de un 25 % sobre sus exportaciones a Estados Unidos, insistiendo así en uno de los primeros anuncios que lanzara al tomar posesión del Despacho Oval de la Casa Blanca.
A modo también de advertencia preventiva, Trump dijo que [los europeos] podrían verse tentados a tomar medidas de represalia, “pero no lo harán porque saben que somos el cuerno de la abundancia, y tales hipotéticas represalias no funcionarían; nos bastaría con dejarles de comprar, o sea ganaríamos”.
Coincidían tan agrias palabras con un gesto tanto o más desagradable: el plantón del secretario de Estado, Marco Rubio, a su homóloga europea, la estonia Kaja Kallas, que había volado a Washington con ánimo precisamente de limar diferencias a propósito del presunto reparto de Ucrania entre norteamericanos y rusos. Una estentórea bofetada diplomática a la UE, a la que no cabe responder fingiendo no afectarle.
Parece que tal acumulación de detalles debiera ser suficiente para que Europa admita la realidad de que le han forzado a hacerse y comportarse como un adulto. Sabiendo en primer lugar que en el mundo que le rodea no hay el buenismo ingenuo de los que preconizaron en su día el fin de la historia o la inutilidad de mantener un Ministerio de Defensa. Como ya advirtiera el antecesor de Kallas, Josep Borrell, “la UE debe hablar el lenguaje del poder y cambiar rápidamente de dieta, porque no se puede ser vegetariano en un mundo regido por carnívoros”.
Poner eso en práctica requiere un cambio radical en el paradigma europeo: asumir su propia defensa en primer lugar, y promover los pactos y alianzas que mejor convengan a sus intereses, lo cual implica un reforzamiento de su propia unidad -las taifas acentúan la debilidad y facilitan ser devorados sin esfuerzo por los grandes-, y la correspondiente asunción de mayores responsabilidades y esfuerzo para desempeñarlas.
Y, por supuesto, no abdicar de sus mejores valores. “La Unión Europea es el mayor mercado de libre comercio del mundo, que, por cierto, fue una bendición para Estados Unidos”, respondía a Trump un portavoz de la Comisión Europea, antes de añadir que “responderá con fuerza e inmediatez” a los nuevos impuestos aduaneros con que amenaza el presidente norteamericano.
Cuando en su primer mandato Trump esgrimió también los aranceles como arma de guerra, la UE tuvo la inteligencia de responder amenazando con replicar aumentando las tasas a las célebres motos Harley Davidson y al Bourbon norteamericanos. Para los más exaltados aquello parecía una broma como medida de retorsión. Sin embargo, era una disposición más profunda y estudiada de lo que parecía a primera vista. Tanto las motos como el whisky se fabrican en los llamados estados bisagra, es decir en los que unos pocos votos hacen bascular el resultado final y el poder hacia demócratas o republicanos. Aquello surtió efecto y, aunque enturbiadas, las aguas volvieron a remansarse.
Ahora será más difícil porque el Trump actual ha redoblado su poder y será más complicado encontrarle los puntos débiles. Tendrán, pues, que aplicarse mucho más los muy bien pagados burócratas de Bruselas, lo mismo que los ciudadanos europeos, que habrán de aceptar la realidad de que habrán de hacer mayores esfuerzos para vivir igual o peor que hasta ahora, aunque eso sí, manteniendo incólume su dignidad.