Ecuador frena el correísmo bolivariano

Daniel Noboa, líder de Acción Democrática Nacional (ADN), encaraba esta segunda vuelta electoral al frente del país más inseguro del continente americano, excepción hecha de Haití, éste caminando a pasos agigantados hacia un narcoestado irrecuperable. Convertidos los puertos ecuatorianos en la principal puerta de salida de la ingente cantidad de droga producida en los vecinos Perú, Colombia y Bolivia, y con la supervisión a distancia de la Venezuela del régimen madurista, el país encara el mayor reto para su propia supervivencia, con riesgo evidente de caer en las garras del narcoterrorismo y convertirse en un estado fallido.
A sus 37 años, Daniel Noboa encarna justamente la esperanza de que el país, antaño más tranquilo y sosegado de América, no termine en tan trágico destino, sobre todo después de recibir más del 55% del apoyo de los ecuatorianos. Victoria aplastante, pues, e indiscutible también a tenor del veredicto de los observadores internacionales, esos a los que Maduro y sus secuaces impidieron verificar sus propios comicios antes de esconder las actas electorales y autoproclamar su supuesta victoria en los pasados comicios presidenciales, ganados también de manera aplastante por el candidato Edmundo González.
Como también era de prever, además del autoproclamado presidente venezolano, tampoco reconocen el triunfo de Noboa su oponente, Luisa González, dirigente de Revolución Ciudadana (RC), teledirigida por su “jefe”, Rafael Correa, desde Bélgica, país en donde, al igual que el golpista catalán Puigdemont, se ha refugiado huyendo de la justicia. Tanto Correa como Luisa González han empleado las mismas descalificaciones que Maduro para no reconocer al ganador de las elecciones. Otra prueba más de la coordinación del denominado Grupo de Puebla, un invento de la Cuba castrista para recuperar por cualquier medio el poder en los países de los que fue desalojado, y no soltarlo bajo ningún concepto una vez reconquistado.
Noboa, que no oculta sus simpatías por la mano dura instalada en El Salvador por su presidente Nayib Bukele, le ha copiado ya algunas medidas en el año y medio largo en que ha ocupado la Presidencia de Ecuador para completar el mandato del dimitido Guillermo Lasso: declaró el estado de emergencia, militarizó el país e intentó expandir los poderes del Ejecutivo. Medidas que le han valido ser acusado de despreciar las garantías constitucionales de los derechos humanos y embarcarse en una deriva totalitaria. Pero, a diferencia de su admirado Bukele, que ha convertido a El Salvador en “el país más seguro de América” -Donald Trump dixit-, Ecuador sigue sumido en una espiral de violencia que contabiliza sus víctimas a razón de un asesinato cada hora.
Los partidarios de Noboa temen ahora que la candidata derrotada, alentada tanto por su mentor, Rafael Correa, como por sus correligionarios castristas y bolivarianos, tomen las calles y hagan imposible la realización de un programa de gobierno para reconstruir el país. Si ello ocurre, y el pesimismo de que así suceda se extiende por todos los rincones de Ecuador, Noboa se verá ante el dilema de aumentar aún más la represión. El correísmo bolivariano no parece dispuesto a facilitar a Noboa que los cuatro años para los que ha sido elegido, sean de tranquilidad y el país pueda recuperarse.
También, al igual que Bukele, el reelegido presidente de Ecuador goza a priori de las simpatías de la actual Administración norteamericana. Sin embargo, con las estridentes excepciones de querer recuperar el control del Canal de Panamá, impedir la inmigración latinoamericana y hacerse con Groenlandia, aún no está clara la política que Trump va a aplicar al sur del Río Grande, habida cuenta de que los dictadores, por ilegítimos que sean o parezcan, no le provocan arcadas al mandatario norteamericano.