Opinión

Erdogan dobla la apuesta y gana

PHOTO/REUTERS - El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, durante una conferencia de prensa en Estambul, Turquía, el 3 de febrero de 2020
photo_camera PHOTO/REUTERS - El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, durante una conferencia de prensa en Estambul, Turquía, el 3 de febrero de 2020

En tiempos de tribulación no hacer mudanza, aconsejaba Ignacio de Loyola. A lo que se le podría añadir que en épocas de guerra se imponen las personalidades más fuertes. Estamos ahora inmersos directa o indirectamente, con diferentes grados de implicación, pero afectados todos por la guerra en Ucrania, y cada cual intenta apropiarse de algún jirón sustancioso de victoria. Y, tras la cumbre de la OTAN en Vilna, cabe asegurar de que uno de los que ha obtenido mayor tajada de esta es el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. 

Ganador contra pronóstico de las últimas elecciones, Erdogan ha reforzado aún más si cabe su enorme poder hasta asemejarse a los antiguos grandes sultanes otomanos. Y ha aprovechado esa renovada fuerza para imponer en el plano internacional buena parte de sus pretensiones y hacer bien ostensible esa victoria con ocasión del encuentro celebrado en la capital de Lituania. 

El largo bloqueo de un año que impuso a la entrada en la Alianza de Suecia le ha servido para aumentar el nivel de sus exigencias, y hacer intervenir en la concesión de estas a todos los grandes líderes de la OTAN. Inicialmente el pretexto para oponerse a la admisión de Suecia era la presunta protección que Estocolmo proporcionaba a los muchos exilados kurdos en su territorio del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), al que Ankara no ceja en su persecución como organización terrorista. Como consecuencia de ello, y como reconocía el nuevamente renovado secretario general de la OTAN, el noruego Jens Stoltenberg, “Suecia ha llegado a modificar su Constitución. Ha reforzado las leyes antiterroristas, estableciendo nuevos mecanismos para el intercambio de información de inteligencia. E incluso, hace apenas unos días un tribunal sueco condenó a un miembro del PKK por contribuir a la financiación del terrorismo”. 

Aunque en público Erdogan no se daba por satisfecho, puesto que planteaba también la extradición de los miembros más prominentes del PKK refugiados en Suecia, el presidente turco ya había deslizado la segunda gran exigencia: que Estados Unidos le facilitara un contingente de aviones caza F-16, necesarios según Ankara para el seguimiento, control y disuasión de los movimientos amenazadores tanto en el mar Negro como en la frontera con Siria, donde Turquía ha establecido una importante “franja de seguridad”. Finalmente, y tras varias conversaciones telemáticas y telefónicas directas entre el propio Erdogan y el presidente norteamericano, Joe Biden, éste accedía a firmar la venta de 40 aviones F-16 a Turquía antes de que ambos coincidieran en Vilna y permitieran que el anuncio de la incorporación de Suecia como miembro número 32 de la OTAN asumiera el principal protagonismo de la cumbre. 

Pero, no contento con lo obtenido, Erdogan salió con la última, por ahora, de sus peticiones: sacar del letargo las congeladas relaciones con la Unión Europea. Bruselas y Ankara habían suspendido totalmente desde 2018 el supuesto proceso de adhesión de Turquía, so pretexto de que Turquía, lejos de cumplir las diferentes etapas de adecuación al acerbo comunitario, se estaba alejando cada vez más, especialmente en los capítulos más sensibles, los relativos a las libertades individuales, con especial incidencia en la de expresión, y la separación de poderes, también con serias advertencias respecto de la independencia de los jueces. 

Consciente de las fuertes reservas de Bruselas a aceptar una “revitalización” de ese proceso de adhesión, Erdogan forzó a Biden a realizar una declaración que en la capital comunitaria cayó como una imposición: “Estados Unidos siempre ha apoyado el camino de Turquía hacia su incorporación a la UE”, aunque matizara después que tal proceso es una cuestión bilateral para resolver por Bruselas y Ankara. 

La realidad es que el presidente del Consejo Europeo, el belga Charles Michel, celebró un encuentro efectivamente bilateral con Erdogan, a cuyo término Michel escribió en su cuenta de Twitter tanto que ambos habían sostenido tal encuentro como que el contenido de este se había centrado en “revitalizar nuestras relaciones” tras explorar las oportunidades de la cooperación entre la UE y Turquía. Un reconocimiento implícito de que esa “revitalización” forma parte del precio a pagar por permitir que Estocolmo pueda cobijarse definitivamente bajo el paraguas de la OTAN, tanto más cuanto que el Consejo Europeo, reunido poco antes, había rechazado la pretensión de Ankara. 

Con todo este bagaje Erdogan vuelve a Turquía con el zurrón de concesiones prácticamente lleno. E incluso con una baza más: la de la necesaria ratificación del Parlamento turco, en el que el presidente tiene mayoría aplastante, para la entrada de Suecia. Un trámite que la cámara legislativa turca podría retrasar o adelantar según el presidente aprecie o no que se van cumpliendo a su gusto los plazos de los compromisos adquiridos.