
Yevgueni Prigozhin ha salvado el pellejo de momento. El acuerdo con el Kremlin, intermediado por el presidente bielorruso Alexander Lukashenko, es que el hasta ahora jefe absoluto de las milicias Wagner se “exilia” en Minsk y deja que sus mercenarios se avengan a ponerse bajo la disciplina del Ministerio de Defensa. A cambio, el Kremlin retira sus acusaciones de traición y rebelión , enarboladas por el mismo presidente Vladímir Putin, que en caso de consumarse le podrían acarrear veinte años de cárcel en los siniestros presidios de Siberia. Este acuerdo pone supuestamente fin a las graves tensiones entre el Grupo Wagner y el Kremlin, en especial con los dos grandes gerifaltes del Ministerio de Defensa, el ministro Sergei Shoigú y el jefe del Estado Mayor, Valeri Guerásimov.
Prigozhin, que había desempeñado muchos trabajos sucios para el Kremlin en Ucrania, en especial en Crimea y el Donbáss a partir de 2014, se había ido distanciando progresivamente de la cadena de mando, provocándole a su antiguo amigo íntimo Putin serios problemas con sus propias fuerzas armadas.
Concebida, financiada y alabada como una fuerza de choque, en la que sus integrantes, muchos de ellos exconvictos enrolados a cambio de la redención de sus penas de prisión, la milicia Wagner se convirtió no solo en la punta de lanza y carne de cañón de la ofensiva en Ucrania sino que también ha servido para poner de manifiesto las carencias y debilidades del ejército regular de la Federación Rusa. Los servicios de inteligencia de la OTAN han podido verificar el más que deficiente mantenimiento del armamento ruso, la falta de preparación de sus mandos y la casi nula motivación de los soldados, a los que ha habido que llevar al frente casi a rastras. Prigozhin ahondó esas constataciones cuando empezó a quejarse, cada vez con mayor vehemencia, de la falta de municiones y suministros a sus propias huestes.
Aumentaron sus críticas a Shoigú y Guerásimov, ambos máximos representantes del denominado Clan de Moscú, enfrentado en el Kemlin al de San Petersburgo, en el que estarían integrados los viejos camaradas del propio Putin. Esta pugna ha puesto de manifiesto la propia debilidad de Putin, que creyó tener en Wagner y en su antiguo cocinero Prigozhin un as decisivo para mantenerse como árbitro incuestionable entre las facciones en presencia. Pero, la gran cuestión de fondo que ha hecho estallar el tinglado es que las reclamaciones y críticas públicas de Prigozhin han puesto en evidencia que la corrupción rampante es la causante principal de que la “Operación Especial” de Rusia en Ucrania ni haya alcanzado la victoria relámpago que sus generales le vendieron a Putin para desencadenar la invasión, y del empantanamiento de la situación actual en el frente de batalla, donde la única victoria parcial fue la toma de Bajmut y ésta, además, gracias a Wagner a costa de un impresionante número de bajas.
Por mucha censura férrea que el Kremlin haya impuesto, las estridentes denuncias de Prigozhin han calado en la población y en la desazón de las madres a las que el poder en Moscú no les facilita información fidedigna de la situación de sus hijos muertos o heridos, provocando una evidente desmoralización tanto entre los combatientes a la fuerza como entre una población que rumia en silencio su desazón y desconfianza, como en los peores tiempos del stalinismo.
Teóricamente, Prigozhin ha sido desactivado, aunque él mismo sabe que no estará exento de que le suministren una ración de polonio o de novichok si Putin o sus acérrimos enemigos del Ministerio de Defensa quisieran sellar sus labios para siempre. Tampoco ignora que Lukashenko, al fin y a la postre, no es más que un esbirro de Putin, con el que firma y cumple todo lo que éste le pide o le exige.
El propio presidente ruso evocaba, en su alocución televisada ante el avance hacia Moscú de las tropas Wagner, las similitudes con la revolución bolchevique coincidente con los combates que Rusia libraba en la Primera Guerra Mundial. Es evidente que la sublevación de los Wagner y su marcha sobre Moscú, abortada tras el acuerdo mencionado, tendrá consecuencias. El equilibrio de poder en el Kremlin aparece más inestable que nunca desde el comienzo de la guerra con Ucrania. Esa inestabilidad puede derivar en algún derrumbamiento si la marcha de la guerra se torna aún más desfavorable para Rusia. De ahí que las consultas de Biden con sus principales aliados de la OTAN hayan incendiado los teléfonos (no consta que el de Pedro Sánchez esté ardiendo por esta causa), ya que las acciones a tomar en apoyo de Ucrania podrían precipitarse y acelerar el desenlace.
También es evidente que la lucha por el poder dentro del Kremlin pudiera derivar hacia una situación de caos que no interesa a nadie; nada peor que una Federación de Rusia fragmentada, caótica y -¡ojo!- con armamento nuclear descontrolado.
Tampoco habrá que descartar el papel que se le quiera asignar a Wagner. Las alternativas irían desde su desarticulación a su reforzamiento, en este caso para utilizarlo más a fondo aún en África, por ejemplo.