Fricciones euroamericanas

No tardará mucho el presidente Donald Trump en hacerlos patentes y ponerlos sobre la mesa, probablemente con su habitual manera de negociar, es decir señalando con brutalidad tus debilidades antes de lanzar ofertas del tipo lo tomas o lo dejas y te atienes a las consecuencias.
De los muchos puntos de fricción, unos más que evidentes y otros latentes, entre uno y otro lado del Atlántico, pronto van a emerger dos particularmente importantes: uno relativo a lo que Estados Unidos considera vital para su seguridad e intereses, y otro más centrado en la diferencia de valores, y por lo tanto de la visión del mundo entre norteamericanos y europeos. Se trata del futuro de Groenlandia, de una parte, y de la conformación de la opinión pública global a través de las redes sociales, de otra.
Respecto de la isla más grande del planeta, hoy bajo soberanía de Dinamarca, con un Gobierno autónomo desde 1979 y con el reconocido derecho a declarar la independencia desde 2009, Trump no bromea. Sus consejeros y él mismo tienen la intención declarada de completar lo que ya intentaron sin éxito el presidente Harry Truman en 1946 y el propio Donald Trump en 2019: poner bajo soberanía norteamericana a ese gigantesco territorio de 2,2 millones de km2, cubierto de hielo en un 84 %.
Ni fueron suficientes los 100 millones de dólares con los que Truman quiso comprar la isla a Dinamarca ni tampoco los que pensara aportar Trump en su primer mandato presidencial. Tanto con uno como con otro Copenhague contestó que Groenlandia no estaba ni está en venta. Cierto es no obstante que el Gobierno danés se avino a que en 1951 Estados Unidos instalara la base militar aérea de Thule, ahora rebautizada como base espacial Pituffik. Copenhague también permitió que Estados Unidos levantara la base nuclear de Camp Century, que entre 1959 y 1967 sirvió como base de alerta temprana y control de los movimientos de la Unión Soviética.
Al valor para su seguridad que concede Estados Unidos a Groenlandia, especialmente al abrirse las rutas marítimas permanentes del Ártico a causa del deshielo provocado por el cambio climático, se une el inmenso valor estratégico de sus estimadas reservas de 1,5 millones de toneladas de tierras raras. La producción y el comercio de este conjunto de 17 elementos de la tabla periódica, vitales para controlar la tecnología del futuro, están actualmente en las manos casi exclusivas de China.
Junto a la nueva negativa a negociar la hipotética venta de la isla, Dinamarca se ha apresurado a ofrecer a Estados Unidos negociaciones para aumentar la cooperación en la explotación y distribución de materiales tan sensibles para la seguridad económica y militar. Menos de dos semanas antes de su toma de posesión, Donald Trump mantuvo una conversación telefónica con la primera ministra danesa, Mette Frederiksen, intercambio que fuentes cercanas a las instituciones europeas calificaron de “especialmente intenso”.
Se da la circunstancia de que Frederiksen sostenía varios despachos en esos días con el primer ministro de Groenlandia, Múte B. Egede, sobre la celebración la próxima primavera de un posible referéndum de independencia, y en el que por lo tanto solo tendrían voz y sobre todo voto los 57.000 habitantes de este inmenso territorio. No hubo acuerdo en tales conversaciones, a cuyo término Egede insistió en su voluntad de obtener la independencia, dejando claro al mismo tiempo que ni él ni sus paisanos quieren ser estadounidenses.
En tales circunstancias, y por mucho que clamen Dinamarca y la propia Unión Europea, no es difícil augurar que Trump meterá toda la presión posible para que Copenhague se avenga a celebrar ese referéndum de independencia; también que su resultado será favorable, y posteriormente que Washington ofrecerá a Nuuk toda la protección, seguridad y ventajas económicas que precise, o sea… Los 500 millones de euros que actualmente aporta Dinamarca al presupuesto anual de Groenlandia, 2.500 millones, serán cubiertos y multiplicados sin dificultad legislativa y financiera alguna por la Administración Trump. La pérdida de soberanía danesa y europea sobre Groenlandia le restará, en consecuencia, a la UE mucha de su fuerza en el concierto global.
Respecto del segundo tema, el del control de la información -y derivada conformación de la opinión pública- estamos ante un problema capital. Las grandes compañías tecnológicas, que capitanean los ultramegamultimillonarios Elon Musk, Mark Zuckerberg y Jeff Bezos, han abrazado la tesis de que las redes sociales son herramientas para canalizar la libertad de expresión, o sea que deben desaparecer los filtros y los llamados verificadores. Y, sobre todo, que estos no pueden erigirse en controladores, juzgadores y sentenciadores de aquellos contenidos que no les gusten.
Estaba claro desde su aprobación que la Ley de Servicios Digitales (LSD) europea, de febrero de 2024, es incompatible de todo punto con la Primera Enmienda de la Constitución americana, donde la libertad de expresión es prioritaria y no caben por lo tanto regulaciones que no son sino formas de censura. La LSD otorga a los Estados la potestad de designar “reporteros de confianza” para que sean los gendarmes de la libertad de expresión, una regulación que, en España, por ejemplo, se quiere implementar con una ley de medios que ya apunta un asfixiante sesgo partidista.
Fabrice Epelboim, catedrático de la francesa Science Po y especialista en redes sociales, cree que este diferendo entre Estados Unidos y Europa refleja un choque cultural más amplio, que “corre el riesgo de exacerbar las tensiones con los ciudadanos, que, influidos por Hollywood durante generaciones, se imaginan beneficiándose de una libertad de expresión similar a la de Estados Unidos cuando en realidad no es así”. A su juicio, esta crisis demuestra que nos encontramos en un punto de inflexión histórico, tanto que califica de “irreconciliable” la visión estadounidense y la visión europea de la democracia.