El año que vivimos

Vladimir Putin y Donald Trump - PHOTO/ARCHIVO
Vladimir Putin y Donald Trump - PHOTO/ARCHIVO
Ya estamos en 2025, y, si echamos a mirada atrás, no habrá nadie que hace justo un año pudiera imaginar todo lo que nos iba a deparar el año que acabamos de despedir

Y ello, a pesar de que un nuevo año siempre debe ser motivo de esperanza, hace que no pocos miremos el futuro inmediato con cierto reparo o expectación.

Como en numerosas ocasiones hemos repetido, estamos asistiendo a un momento histórico en el que el panorama geopolítico mundial se está reconfigurando, así como los balances de poder. Es mucho lo que vemos que confirma esta afirmación, y mucho más lo que no vemos. Y ello trae a la memoria la conocida bendición o maldición, según se mire, apócrifa atribuida a Confucio: “Ojalá vivas tiempos interesantes”. Porque de lo que no hay duda es de que los doce meses que tenemos por delante serán muy interesantes.

Son muchos los conflictos que asolan diversas partes del planeta, muchos más de los que ocupan las portadas de los medios, y aquí tratamos de fijar la atención en todos ellos; sin embargo, en esta ocasión vamos a mencionar los que pueden considerarse con más capacidad de tener repercusiones importantes a nivel global a corto plazo.

Tenemos como foco principal de interés la guerra entre Rusia y Ucrania, que probablemente entre en su año decisivo. También tiene un papel preponderante la situación en Próximo Oriente con el conflicto entre Irán e Israel materializado en la lucha de Israel contra Hamás en la Franja de Gaza, Hezbolá en el Líbano y los rebeldes hutíes en Yemen. A ello hemos de añadir el escenario creado en Siria tras el derrocamiento de Al-Assad y la toma del poder por parte de los yihadistas del HTS. En paralelo a este último hemos de considerar las acciones y aspiraciones turcas en el norte de Siria. Al otro lado del océano, China continúa su expansión y desarrollo militar con la vista puesta más en las imprescindibles rutas comerciales que en Taiwán, a pesar lo que muestran las apariencias. Y todo ello con el recelo de los países de la región, entre los que hay además diversos litigios, y por supuesto de EE. UU., que ve crecer año tras año a la que podría ser la próxima potencia hegemónica mundial, con el permiso, eso sí, de la India que, de nuevo, al contrario de lo que se nos presenta, porque no vende, es probablemente el país más afectado y preocupado por los movimientos de Pekín, y que probablemente tendrá mucho que decir al respecto. Por último, tenemos un marco latente, que paso a paso va avanzando hacia las primeras planas, y no es otro que el Ártico.

Algo que no debemos pasar por alto es que lo que suceda en cualquiera de los conflictos mencionados tendrá repercusiones en el resto. Entre otros motivos porque, a poco que nos detengamos a analizarlos uno por uno, veremos que tenemos actores e interese entrelazados y, como suele ser habitual en no pocas ocasiones, los intereses de dos actores enfrentados en un conflicto convergen en un marco diferente, creando en ocasiones situaciones imposibles que son precisamente las que pueden llevarnos a un enfrentamiento generalizado.

Se ha establecido la llegada al poder de Donald Trump como el punto de inflexión que determinará el comienzo del fin de la guerra de Ucrania. Esto puede ser cierto en parte, entre otras cosas porque sólo Rusia, y especialmente Ucrania decidirán cuando ponen fin al conflicto. Y decimos que “especialmente” Ucrania porque como ya mencionamos hace año y medio, sólo a Ucrania le corresponde decidir sobre su futuro, y nadie debe albergar dudas sobre que, incluso sin el suministro de armas occidentales, Ucrania seguirá luchando, seguramente con un coste más alto, incluso perdiendo más territorio, pero virando a lo que conocemos como un escenario de guerra irregular que convertirá todo el territorio ucraniano en un infierno para el invasor. Un posible acuerdo, del que últimamente tanto se habla, sólo será posible cuando las autoridades ucranianas, por los motivos que consideren, así lo estimen. 

Desde luego, las presiones externas pueden pesar en la decisión final, pero no serán determinantes. No lo serán en un país que lleva casi tres años desangrándose en defensa de su integridad territorial. No debemos además olvidar que las presiones también recaerán sobre Moscú, que es el otro actor que debe decidir. Y del mismo modo que al Gobierno ucraniano se le puede presionar por parte de EE. UU. con una drástica disminución del apoyo militar y financiero si no se avienen a una negociación, a Rusia, que no se debe olvidar está también pagando un altísimo coste por su aventura ucraniana, se le puede apretar con la ecuación inversa. Si no busca la forma de negociar, entonces Ucrania dispondrá de todo el material que hasta ahora no ha recibido, en cantidades suficientes y de manera sostenida, además de libertad plena para su empleo. 

Lo que suceda en Ucrania, sin lugar a duda, afectará en primer lugar a la región Ártica, y eso significa que influirá en los planes y movimientos de Pekín que a su vez tendrá sus consecuencias en la India.

China ya ha declarado su interés por el Ártico, no por el acceso directo a los recursos que alberga, pues no es nación ártica y no tiene derecho a ello, pero sí por el empleo de la ruta del norte, lo cual cerraría el círculo de su “ruta de la seda”, acortando además tanto tiempos como costes. Además, la posibilidad de arrendar el uso de algún puerto a lo largo de esa ruta es algo que no debemos desdeñar, pues es algo habitual en el modo de actuación de Pekín, y a una Rusia desgastada por tres años de guerra es una posibilidad que no le vendría precisamente mal (sumado a los beneficios que ya de por sí obtendría del empleo de esa ruta).

Evidentemente todo movimiento de ese tipo lleva aparejado un movimiento paralelo en el plano militar. Y, probablemente, ese temor es lo que hay detrás del reciente anuncio de Trump sobre su interés por Groenlandia. Hay quien se lo ha tomado como una salida de tono más (repetida en esta ocasión), del a veces histriónico personaje. Sin embargo, esa manifestación esconde mucho más. A todos los que se lo toman a mofa habría que recomendarles que se interesaran por lo que se conoce como la brecha GIUK o “GIUK gap”. Esa zona es considerada clave en el dominio marítimo en caso de conflicto con Rusia y, a pesar del castigo de tres años de contienda, tanto la flota del Báltico como la flota del Norte mantienen grandes capacidades. Si a ello unimos el creciente interés de China por avanzar en su presencia en la región, entenderemos por qué el nuevo presidente de EE. UU. tiene la aspiración de aumentar el control sobre ese punto clave con el movimiento de Groenlandia.

Pero las cosas no van a ponérselas fácil a Donald Trump. Y sus principales problemas vendrán casi con toda seguridad desde dentro. Y no hay mayor ejemplo que los dos atentados sufridos hace una semana. Uno de ellos de corte islamista, amenaza que no ha desaparecido y que probablemente este nuevo año seguirá acrecentándose después de la toma del poder en Siria por el HTS y la imparable expansión de estos grupos en el Sahel, escenario que por cierto también se verá afectado por lo que suceda entre Rusia y Ucrania. El otro ataque es quizás el más preocupante. La explosión de un Tesla (empresa perteneciente a Elon Musk) frente a un hotel propiedad de Donald Trump, con el conveniente suicidio del autor, es un mensaje que a pocos se les escapa. Y las explicaciones dadas, autor incluido, son algo, por así decirlo, inverosímiles. 

Por ello, hemos de esperar situaciones a nivel interno nunca vistas hasta ahora en Estados Unidos. Y esta afirmación nos lleva a otro de los puntos para tener en cuenta para este nuevo año. Si algo ha quedado claro es que nadie desea un enfrentamiento bélico directo porque, aunque suene frívolo como poco, es por un lado demasiado costoso en el plano económico y, sobre todo, más costoso aún en el plano político (los ataúdes cubiertos por una bandera cuestan votos y gobiernos). Así de fría y dura es la explicación. Y por ello, cada vez nos aproximamos más a un panorama de enfrentamiento en la zona gris, permanente y de creciente intensidad. De nuevo hemos de hacer mención del conflicto de Ucrania. Pase lo que pase, si hay una certeza, es que Rusia va a intensificar sus acciones en este ámbito porque le es mucho más rentable, mucho más fácil y, sobre todo, tienen mucha más experiencia y menos escrúpulos. Y esa zona gris no abarca sólo sabotajes como los que ya se han producido o acciones en el ciberespacio o en el dominio cognitivo. Una de las mayores herramientas a utilizar es el uso de la inmigración ilegal como arma, algo que ya demostró tener una capacidad desestabilizadora enorme. 

Pero no sólo Rusia está adentrándose cada vez más en este campo. Podemos esperar que China, que ya de por sí es muy activa en él, también intensifique sus acciones. Éste, probablemente sea uno de los mayores peligros que enfrentamos, tanto por el daño que pueden causar estas acciones en el ámbito civil y de la población en general, como por el riesgo de que por algún motivo desaparezca la posibilidad de la “negación plausible”, y ello nos lance sin buscarlo al temido enfrentamiento directo y global.
Y es por ello por lo que 2025 va a estar marcado por un incremento aún mayor del gasto militar y una mayor urgencia en todos los países razonables por poner al día sus Fuerzas Armadas, no sólo en lo que a material y stocks de munición se refiere, sino en todo lo referente a nueva doctrina, tácticas, técnicas y procedimientos, pues el conflicto ucraniano, si algo ha demostrado, es que la forma de hacer la guerra ha cambiado, no en lo básico, pero el campo de batalla se ha modificado para siempre. Este incremento y esta necesidad de avanzar en materia de defensa tiene también una clara explicación, y es que ya se acepta por todo el mundo (o más bien por casi todos) que, en caso de desencadenarse un conflicto generalizado, éste no será ni fácil ni rápido. Debemos prepararnos para un enfrentamiento largo en el tiempo.

Incluso algunos países de la idealista y buenista Europa parecen haber entendido la situación. Pero en este lado del mundo aún queda mucho camino por recorrer, y, sobre todo, mucho por cambiar. Todos y cada uno de los conflictos mencionados y de los esbozos de escenarios planteados nos afectan directamente. Y en ninguno de ellos parece que Europa actúe como una sola entidad que sabe perfectamente cuáles son sus intereses y que está dispuesta a hacer para defenderlos.

Como vemos esa maldición/bendición apócrifa mencionada al comienzo nunca ha sido más real. Y puede que estemos dando los primeros pasos del año en que cambió todo.