Kabul-Damasco, preocupantes similitudes

En esta ocasión volvemos nuestra mirada, una vez, más hacia Afganistán. Un escenario que por siempre será una mancha en nuestra actuación como sociedades avanzadas, modernas y democráticas.
Una referencia a la que mirar cuando queramos evidenciar nuestros fracasos. Y sin duda alguna, una espina muy dolorosa clavada en el corazón de todos aquellos que pasaron por aquellas hermosas pero inhóspitas tierras en las que vivieron experiencias que nunca querrían repetir, vieron cosas que jamás habrían querido ver y dejaron a, más que amigos, hermanos de todas las nacionalidades que cayeron conociendo, como todos los que pisaron aquel suelo, que el modo de afrontar el conflicto llevaría tarde o temprano al ignominioso final que presenciamos hace tres años y medio.
Y el motivo de detenernos en ese rincón de Asia es que, como ya se ha mencionado en diversos medios, y por numerosos expertos, lo que está sucediendo en Siria se parece preocupantemente a lo ocurrido en Afganistán. Y como suele suceder, tras la explosión de interés en mayo de 2021, lo que allí acontece parece no importar ya a nadie.

Para comenzar, es imprescindible recordar que en Afganistán conviven, o, mejor dicho, coexisten, los dos principales grupos yihadistas, Al Qaeda y el Daesh, que en esta región toma el nombre de “Estado Islámico en la provincia de Korashan” (ISKP en sus siglas en inglés).
La presencia de los principales dirigentes de Afganistán se remonta a la década de 1990, cuando el fundador de AQ, Osama bin Laden (muerto por las fuerzas estadounidenses en Pakistán en 2011), prometió lealtad a los talibanes, que a su vez proporcionaron un refugio seguro a Al Qaeda mientras planeaba diversos atentados terroristas, entre ellos los del 11 de septiembre de 2001. Tras la invasión del país por las fuerzas norteamericanas a raíz del ataque de Nueva York y de la implicación de la OTAN en el conflicto con la operación de ISAF, los lazos entre Al Qaeda y los talibanes se vieron reforzados por su lucha común contra las fuerzas internacionales. Como corresponde a un país de costumbres ancestrales y que vive anclado en ellas, los matrimonios mixtos y otros vínculos interpersonales también contribuyeron a afianzar esa colaboración. En el marco de la lucha global contra Al Qaeda, en septiembre de 2019, la Casa Blanca anunció que las fuerzas estadounidenses habían matado a Hamza bin Laden, hijo del fundador de AQ, Osama bin Laden, y líder ascendente del grupo.
En marzo de 2021, durante su intervención en un podcast del Institute for the study of War (ISW), institución de creciente fama a causa de sus análisis del conflicto de Ucrania, y debatiendo sobre las conversaciones de paz que en ese momento se mantenían con los talibanes, el general David Petraeus decía lo siguiente: “…A nadie le gustaría más ver el fin de guerras interminables y de nuestra implicación en ese tipo de conflictos más que a aquellos que han estado luchando en ellas. Y particularmente a aquellos quienes han tenido el privilegio de mandar a esos hombres, aquellos que han sido los que al final del día, fueron los que escribieron las cartas de condolencia a las madres y padres de los caídos en combate. Y nadie más que esas familias son conscientes de los costos y los verdaderos sacrificios de los esfuerzos que allí se han llevado a cabo. Por esa misma razón encantaría ver un acuerdo que permita a nuestras fuerzas y al resto de fuerzas de la coalición volver a casa cuanto antes y que permita a las fuerzas afganas seguir aumentando la seguridad de su país y a las instituciones afganas desempeñar las demás funciones necesarias para el desarrollo de Afganistán…”

“…El problema es que esa perspectiva no existe realmente. Una vez más, los talibanes no han dado muestras de estar dispuestos a reducir la violencia. De hecho, están llevando a cabo una campaña de asesinatos y otras operaciones para erosionar el control de las fuerzas de seguridad afganas y reducir el número de aquellos que, una vez más, son los profesionales afganos de mentalidad moderna que más se oponen al tipo de gobierno talibán que se prevé que se establezca de nuevo…”
“…Pero la guerra continúa, y continuará incluso si nuestras fuerzas se retiran, a menos que haya un acuerdo duradero. Y esa es mi preocupación en este caso. Ciertamente podemos poner fin a nuestra participación en Afganistán. Podemos retirar nuestros últimos 2.500 hombres, que me pregunto si son suficientes en realidad, tal y como están las cosas. Pero lo que dejamos atrás es, sin duda, probable que se convierta en una guerra civil, que acabe con millones de refugiados y todos los horrores que uno podría imaginar como resultado del tipo de guerra civil que vimos en la década de 1980…”
Echando un vistazo a ese documento, cualquiera podría pensar que el general Petraeus algo sabía y sabe del asunto.

Desde la vuelta de los talibanes al poder, los lazos entre Al Qaeda y los talibanes se han mantenido estrechos, pero los observadores de las sanciones de la ONU informan de que los últimos intentan reducir la visibilidad de estas relaciones y han tomado algunas medidas para constreñir a Al Qaeda, lo que ha provocado tensiones entre los grupos.
Un informe de junio de 2023 de los supervisores de las sanciones de la ONU afirmaba que Al Qaeda se encontraba en fase de reorganización, estableciendo nuevos centros de entrenamiento en el este de Afganistán, lo cual, a pesar de lo publicado, no es incompatible con las evaluaciones de los servicios de inteligencia estadounidenses que en el mismo año reflejaban que AQ se encontraba en su punto históricamente más bajo en Afganistán y Pakistán, encontrando grandes dificultades para lograr el mismo nivel de implantación que antaño. Posteriormente, en otro documento fechado hace exactamente un año, en enero de 2024 los supervisores de las sanciones de la ONU reforzaban las anteriores valoraciones, informando que Al Qaeda opera campos de entrenamiento, madrasas y casas seguras en Afganistán, pero concluyendo que el grupo no tiene actualmente capacidad para proyectar ataques sofisticados a larga distancia.

En cierto modo, la nueva llegada al poder del talibán, y diversos sucesos acaecidos en la región, han supuesto, si no un distanciamiento de AQ con estos, al menos una notable pérdida de su favor. Esto, unido a las medidas cosméticas, tratando de lavar su imagen ante la comunidad internacional, ha sido interpretado por la facción del Daesh en la zona como un signo de debilidad tanto de los talibanes como de AQ. De los primeros, porque proporciona argumentos en su contra por apartarse de los postulados más radicales del islam, lo cual se va comprobando día a día que no es cierto, y de los segundos, porque esa pérdida de favor o protección los sitúa en una posición delicada. Y la tesitura es perfecta para que el ISKP trate de tomar un papel protagonista y avanzar en su implantación en un país donde, precisamente por la arraigada presencia de AQ, nunca tuvo un papel protagonista.

Aunque los talibanes y el ISKP comparten algunas similitudes ideológicas, sus bases doctrinales son muy distintas, en gran parte dada la estrecha relación de los talibanes con su rival Al Qaeda y la opinión del ISKP de que el proyecto político nacionalista de los talibanes centrado en Afganistán es contrario a la visión del Daesh de un califato global. El ISKP ha lanzado ataques contra objetivos talibanes desde mediados de 2021, matando a varios altos cargos (incluidos gobernadores provinciales en marzo y junio de 2023), así como operaciones orientadas al exterior, incluidos ataques transfronterizos con cohetes contra Uzbekistán y Tayikistán, ataques contra las embajadas de Rusia y Pakistán en Kabul y un asalto a un hotel de Kabul frecuentado por ciudadanos chinos. Los talibanes parecen considerar al ISKP como la principal amenaza para su posición de poder y también han lanzado ofensivas contra él. En marzo de 2024, un funcionario estadounidense declaró que los talibanes “han hecho progresos en la lucha contra el ISKP, pero han tenido dificultades para desmantelar las células urbanas clandestinas que pueden llevar a cabo ataques contra objetivos blandos...”.

Aunque el ISKP conserva la capacidad de llevar a cabo atentados a gran escala en Afganistán, los atentados vinculados a esta facción en el exterior están haciendo saltar las alarmas en Europa y otros lugares. El grupo, imbuido del espíritu más puro del Daesh, está ampliando su capacidad de operaciones exteriores, como demuestra su creciente presencia en los medios de comunicación (en particular la propaganda dirigida a ciudadanos de Asia Central) y los atentados planeados o reales en Pakistán, India, Turquía y Alemania. El ISKP reivindicó la autoría de atentados con víctimas masivas en Irán y Rusia en enero y marzo de 2024, respectivamente. Y es conocido que previamente, Estados Unidos, a través de sus enlaces de Inteligencia, envió advertencias privadas tanto a Irán como a Rusia de que el ISKP estaba planeando acciones en sus respectivos territorios.
Vemos entonces como una consecuencia directa del abandono de Afganistán ha sido el recrudecimiento de la lucha entre AQ y el Daesh, con el fortalecimiento de este último, acercando poco a poco al país a un nuevo enfrentamiento civil.
Si nos detenemos así mismo en la evolución del régimen talibán en lo que se refiere a la implantación de la sharía, con especial atención al trato dispensado a las mujeres, desde su llegada al poder, después del abandono de las tropas occidentales hasta el día de hoy, el panorama no puede ser más desolador.

Y es entonces inevitable identificar demasiados puntos en común con lo que ha sucedido en Siria y con la evolución de la situación: un grupo con fuertes vínculos con al Qaeda que derroca al régimen en el poder (tiránico, porque eso no podemos olvidarlo tampoco), un país con numerosas facciones armadas enfrentadas entre sí que a su vez defienden intereses de diversas potencias que las arman y apoyan, un nuevo “gobierno” cuya principal preocupación es demostrar al mundo su “tolerancia” y su alejamiento del al Qaeda, pero que ya habla de implantar una “sharía limitada” (concepto que sería importante que alguien nos desarrollara) y cuyos seguidores han dado muestras de no tener muy claro su concepto de tolerancia, y zonas del país controladas por grupos afines al Daesh, que no hace mucho tiempo lograron implantar su ansiado califato en parte del territorio sirio y que, aunque venidos a menos, no han renunciado a su aspiración.
Desde luego, teniendo todos esos factores en cuenta, el futuro no es muy esperanzador, y lo que complica mucho más la situación es que en esta ocasión las potencias globales y regionales no han decidido abandonar, como lo hicieron en Afganistán, sino que tienen fuertes intereses de todo tipo que las llevan a intervenir, aunque, por supuesto, eviten hacerlo directamente, salvo en algunas ocasiones, o de un modo limitado.

El caso es que, en Afganistán, por omisión, y en Siria, por acción, se está reproduciendo un mismo patrón que puede tener como primer efecto alimentar de nuevo las aspiraciones de un Daesh debilitado en la región, pero cuyas capacidades en el Sahel aumentan día tras día. Si ese escenario se materializa, su capacidad para desestabilizar Europa se multiplicará exponencialmente, y no podemos olvidar que hay un actor externo en el país que tiene un inusitado interés en fomentar dicha situación, pues muy probablemente, tras la toma de poder de Trump, el conflicto en Ucrania baje de intensidad en lo que se refiere al combate convencional, pero Europa, que hasta ahora ha evitado implicarse directamente, se va a ver obligada a moverse en un enfrentamiento en la zona gris de un nivel no experimentado hasta ahora, a pesar de que nuestra ceguera nos haya hecho obviar que dicho enfrentamiento ya ha comenzado.