
Casi en silencio, Etiopía consumó el primer llenado parcial de su Gran Presa del Renacimiento (GERD, por sus siglas en inglés), pero con el estallido de júbilo de sus 109 millones de habitantes, la desconfianza de Sudán y la hostilidad manifiesta de Egipto. La recogida de los primeros hectómetros cúbicos de la que será la más gigantesca presa de África y la séptima del mundo fue achacada por el primer ministro etíope a la gran cantidad de lluvia con que el cielo ha premiado este año al país, y que en Sudán ha provocado grandes y graves inundaciones. Ante la falta de acuerdo entre los tres países para este y muchos otros aspectos técnicos relacionados con la presa, el primer ministro etíope, Abiy Ahmed, se escudó en ese fenómeno meteorológico para justificar la primera gran contención de agua sobre el Nilo Azul, el principal afluente del Nilo, el que aporta el 86% del caudal total del río.
Casi todas las negociaciones celebradas hasta ahora han concluido sin acuerdos, y cada vez parece más cercana una confrontación abierta entre intereses que chocan frontalmente. Egipto siempre se opuso a la edificación de esa presa, y siempre se apoyó en los Acuerdos de Aguas de 1959, firmados durante la colonización británica, en los que se estipulaba que el 75% de las aguas del Nilo presentes y futuras correspondían a Egipto y un 25% a Sudán. Según tal documento, los países por los que discurría el Nilo Blanco y el Nilo Azul debían limitarse a contemplar el tranquilo fluir de las aguas camino de su delta en el mar Mediterráneo. Uganda fue el primero en no respetar tales acuerdos de la época colonial al construir varias presas en el curso alto del río.
En total, son 450 millones de personas las que beben del Nilo, cuyas aguas también dan origen a la cinta verde de las explotaciones agrícolas que, a una y otra orilla del río, cortan la parduzca monotonía del desierto. En el caso de Egipto, la dependencia del río es existencial, puesto que de él extraen las necesidades personales, agrarias y ganaderas de sus casi 100 millones de habitantes. En el sentir de sus gentes no ha variado por tanto lo que el presidente Anwar El Sadat proclamara en 1979: “El Nilo es la única razón por la que Egipto iría a la guerra”.
Pero, del lado de Etiopía la renuncia a la construcción y explotación de la GERD, conocida como ABAY por los etíopes, sería autocondenarse al subdesarrollo. La presa, con sus 6.450 Mw, aumentará en un 300% la producción energética del país, un impulso al que el Gobierno de Addis Abeba no quiere renunciar. El proyecto ha sido siempre un horizonte de unidad nacional, al que los etíopes empezaron a aportar sus ahorros y donaciones desde 1960. Si no se empezó a acometer su construcción hasta 2011 fue precisamente por el miedo a la confrontación con Egipto, este apoyado en sus reivindicaciones por Sudán.
La caída de Hosni Mubarak, la guerra de secesión de Sudán y la irrupción de China en el continente africano, con sus presuntos programas de gigantescas ayudas económicas a fondo perdido, fueron la ocasión que aprovechó Addis Abeba para iniciar unas obras que, cuando completen sus 145 metros de altura y sus 1.800 metros de longitud, originarán un enorme lago de 247 kilómetros cuadrados y 74.000 millones de metros cúbicos de agua.
China, que ha comprado millones de hectáreas en toda África para asegurarse su cultivo y consiguiente suministro de alimentos, se ha convertido también en el valedor de este gran proyecto de Etiopía frente a un Egipto que goza de una sólida alianza con Estados Unidos, invariable desde que El Cairo, frente a todo el mundo árabe, firmara la paz con Israel y se convirtiera en el primer país árabe en establecer relaciones diplomáticas con el Estado judío.
La actual situación geopolítica, con la más que evidente guerra fría chino-norteamericana, convierte a la región con el río más largo del mundo en un virtual escenario de confrontación entre las grandes superpotencias. Los más extremistas acusan a Etiopía de haberse convertido paulatinamente en un protectorado chino, e incluso acusan a Addis Abeba de no haber estado vigilante cuando capital, arquitectos y obreros chinos construyeron la flamante sede central de la Unión Africana, tras descubrirse que toda su red informática estaba conectada a los servicios de espionaje de Pekín. Un hecho que no es ni mucho menos aislado ya que, según una investigación del diario francés Le Monde, China ha construido o renovado enteramente, con personal y tecnología exclusivamente chinos, 186 edificios oficiales de los gobiernos de 40 países africanos. Un continente que, a la vista de tales revelaciones, ha sustituido en gran parte el poder y la influencia de las antiguas potencias coloniales por el de China, erigido así en protector y dueño ya de hecho de muchas de sus codiciadas materias primas y tierras fértiles.