Opinión

Israel y el inocultable problema palestino

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El Estado de Israel ha cumplido 75 años. Tres cuartos de siglo de una formidable historia, en la que el país ha pasado en tan breve lapso de tiempo a convertirse en una de las más avanzadas potencias tecnológicas del mundo, cuya expansión e influencia le ha convertido también en uno de los ejes más influyentes en la geopolítica del planeta. Su bimilenaria diáspora desde que el emperador Vespasiano encargara a su hijo Tito la destrucción de Jerusalén en el año 70 de nuestra era y el Holocausto del siglo XX han cimentado un pueblo indestructible, consciente de su identidad y su destino. Su actual crisis política, a propósito del proyecto de recortar las facultades e independencia del poder judicial, ha desencadenado un estruendoso debate, jalonado con multitudinarias manifestaciones que se levantan contra lo que interpretan como un intento de acabar con la democracia, signo distintivo principal de la sociedad israelí. 

Esas manifestaciones de cientos de miles de ciudadanos, pacíficas pero de gran firmeza, enarbolando la bandera nacional, se han celebrado ininterrumpidamente todos los fines de semana desde hace cuatro meses. Solo se han desconvocado el pasado viernes, coincidiendo con la operación que los militares israelíes realizaban contra la Yihad Islámica Palestina (YIP), actuación calificada de perfecta por el primer ministro Benjamin Netanyahu, al haber liquidado a la práctica totalidad de los dirigentes de una organización a la que Israel acusa de estar armada, financiada y teledirigida por Irán. 

Este episodio evidencia el sino de Israel desde su nacimiento: contrarrestar todos los intentos de atacarle y destruirle, de los que en estos tres cuartos de siglo ha salido claramente vencedor, anexionándose incluso más territorios de los que le concedió la ONU cuando decretó la creación de dos Estados en la Palestina sometida al mandato británico. Una decisión que contó de inmediato con el reconocimiento tanto de Estados Unidos como de la Unión Soviética, pero rechazada por los países árabes.  

El 15 de mayo es también y por lo tanto una fecha recordada, no festejada ni conmemorada, por los palestinos. Se cumplen 75 años de lo que denominan la Nakba (catástrofe), en recuerdo de las 500 pueblos y aldeas que fueron vaciadas y de las 700.000 personas que comenzaron un éxodo sin fin a consecuencia de la primera guerra árabe-israelí de 1948-1949. La no aceptación de la resolución de Naciones Unidas no solo por los palestinos, sino también por Egipto, Irak, Siria, Líbano, Transjordania, Arabia Saudí y Yemen, todos ellos miembros entonces de la Liga Árabe, se saldó con la victoria total de Israel, que repetiría después en la de los Seis Días (1967) y Yom Kippur (1973). 

Aunque en la hirviente región del Medio Oriente han surgido nuevos problemas que han alterado sustancialmente los equilibrios, e Israel ha logrado uno de los mayores hitos de su diplomacia con los Acuerdos de Abraham, sigue sin resolverse el problema palestino. El fracaso de los sucesivos intentos de encontrar una solución ha desembocado en un agravamiento de la situación de los seis millones de palestinos, descendientes de aquellos primeros 700.000, que en gran parte siguen viviendo en los 59 campos de refugiados instalados en el Líbano, Siria y Jordania. Tutelados por la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina (UNRWA), sus condiciones de vida empeoran de día en día, habida cuenta de la fatiga de los donantes, que han recortado drásticamente los fondos de ayuda al no ver un final a una tragedia que se suponía que duraría mucho menos tiempo y no se eternizaría como es el caso. 

Tampoco está resuelto el problema de los palestinos que viven en el país y tienen la ciudadanía israelí. Cierto es que las generaciones más jóvenes se muestran más proclives a aprovechar las oportunidades de vivir y formarse aceptando el hecho consumado del Estado judío. Pero, ni ellos ni los judíos pueden vivir libres de amenazas: los árabes, por saberse sometidos al reproche inquisitorial de quienes enarbolan la peripecia trágica de los que hubieron de marcharse o murieron en aquella primera guerra; los judíos, porque, como pueden comprobar casi a diario, saben que pueden ser atacados por infiltrados, por terroristas en estado latente o por los misiles lanzados desde Gaza o el sur del Líbano. 

El Israel de hoy es muy distinto y mucho más próspero que el creado en 1948. Pero, el problema palestino, que se presumía se arreglaría o diluiría repartiendo a los refugiados de entonces por los países árabes limítrofes, sigue latente y condicionando el despegue de Israel y su liderazgo en la región, además de su indiscutible poder blando en el mundo. También los nuevos jóvenes israelíes se cuestionan si toda su vida habrán de estar pendientes de la seguridad personal y de sus fronteras, conscientes de que no por ignorar un problema éste se va a solucionar como por ensalmo. Israel ha demostrado tener fuerza suficiente para aplastar las intifadas o los conatos de levantamiento, pero es evidente que precisará cada vez de mayor fuerza y recursos si no se intenta de nuevo encontrar otras vías de solución.