Mucho más que un mazazo arancelario

Es la fecha que había fijado el mismo presidente Donald Trump para que entraran en vigor sus brutales aranceles a Europa y a gran parte del resto del mundo, cuya primera consecuencia, se rebajen o dulcifiquen o no tales incrementos, pondrán patas arriba el comercio mundial, con derivadas, unas previsibles y otras no, sobre el orden internacional ya en construcción.
En el caso de Europa, está en vías de cuantificación el incremento de los perjuicios conjuntos, toda vez que, además de los aranceles directos sobre los productos procedentes de los 27 países europeos, habría que añadir los que terceros países exportan a Europa, que serían penalizados también por la decisión del presidente norteamericano.
En el caso específico de España, si se aplican las amenazas del 25 % anunciado, estaremos hablando nada menos que de unos 12.000 millones de euros. Serían, pues, los impuestos adicionales a los 18.200 millones del valor de las mercancías y servicios exportados el año pasado a Estados Unidos, y de las importaciones por valor de 28.200 procedentes de países susceptibles ahora de ser sancionados con estas nuevas tasas.
Con ser brutal el castigo, no es menor la enorme brecha de desconfianza que se abre entre la orilla oriental del Atlántico europeo y la que baña las costas estadounidenses. Europa ha pasado del estadio de socio y aliado preferente al de blanco político directamente, sin siquiera pasar por el purgatorio de la indiferencia. Un desencuentro, que si bien ha tenido inicialmente la virtud de que una amodorrada Europa se despertara, ahora la obliga a construir aceleradamente alternativas a su propio orden ahora convulsionado, decisión que va a ser tan costosa que puede amenazar incluso la existencia misma de la Unión Europea, habida cuenta de la primera y lógica reacción cuando aparece por sorpresa el tsunami: la del sálvese el que pueda.
Existe bastante coincidencia en los informes que las embajadas acreditadas en Estados Unidos envían a sus respectivos gobiernos, siempre confidenciales, claro está, pero que “hasta dónde se puede llegar sin descubrir ningún secreto clasificado”, aprecian no ya un distanciamiento de Europa y los europeos, sino también una creciente hostilidad.
A los diplomáticos y demás observadores de todo tipo les ha sorprendido que el tándem presidencial, Donald John Trump y James John Vance, este último parece ser el que profesa un mayor resentimiento contra Europa. A este respecto, en la filtración -casual o tal vez no- del denominado Grupo Signal, puede leerse que el vicepresidente dice textualmente “odiar tener que rescatar otra vez a Europa”.
En esa conversación, en la que incluyeron supuestamente por error al editor jefe de The Atlantic, el vicepresidente Vance se refería a los inminentes bombardeos norteamericanos a los hutíes de Yemen, al tiempo que consideraba un error que Estados Unidos se involucrara en ese avispero teniendo en cuenta que “solo el 3 % del comercio norteamericano pasa por el Canal de Suez frente al 40 % del europeo”.
Si a todo ello se añade la cada vez más decidida voluntad de anexionarse Groenlandia, “de una u otra forma, sin descartar la opción militar”, son ya indicios más que elocuentes para certificar que, con todas las cautelas y restricciones mentales que se quieran, EE. UU. y Europa están en vías de ruptura estructural.
¿Y entonces? Pues, que bien colectivamente (lo más deseable), bien cada uno por su lado, los europeos habrán de buscarse la vida. Y, en este planeta cada vez más pequeño en términos globales, no hay muchas alternativas. Trump y Vance parecen estar empujando a Europa en brazos de China, con quién no va a ser nada fácil nadar y guardar algo de ropa en la orilla. El acelerado viaje del presidente Pedro Sánchez a Pekín denota que, aparte sus muchos otros problemas, busca ser el primero en ponerse en el mostrador chino de soluciones de urgencia alternativas. También habrá que lidiar con Rusia, a cuyo presidente Vladímir Putin, está reintroduciendo Donald Trump en el proscenio internacional.
En cualquiera de los casos, entramos en el peligroso juego de las alianzas por situarse en el lado bueno de la historia. Una actividad casi meramente recreativa en tiempos de estabilidad, bonanza y calma chicha, pero con indudables riesgos de errar, patinar y dar con los huesos en el mar de fango y miseria del lado equivocado.