Opinión

Presidente marxista-leninista para Perú

photo_camera Atalayar_Pedro Castillo

No es fácil escoger entre la peste y el cólera. En el mano a mano definitivo para elegir presidente, los 25 millones de electores peruanos debían optar entre una candidata investigada por presunto blanqueo de capitales, y otro que se reclama tributario de Perú Libre. El líder de esta última formación, Vladimir Cerrón, propugna sin ambages la instauración en el país de un régimen neocomunista. En todos los mítines y proclamas electorales Perú Libre ha hecho gala de ser marxista-leninista, añadiéndole también el componente autóctono del mariateguismo, en referencia a José Carlos Mariategui, fundador en 1928 del Partido Socialista Peruano, reconvertido a su muerte en el Partido Comunista.

Después de un escrutinio de infarto, apenas un puñado de votos ha decidido finalmente que sea Pedro Castillo el nuevo presidente de Perú, cerrando el paso a Keiko Sofía Fujimori, representante del neoliberalismo que encarna su partido, Fuerza Popular. Es la tercera derrota electoral consecutiva de la que creyó ser la primera mujer en ocupar la máxima magistratura del Perú.

Lo apurado del resultado demuestra la gravísima polarización que divide al país. Previamente, y conscientes de esta enorme fractura, los candidatos habían hecho promesa de gobernar para el conjunto de la población, a la que invitaban asimismo a sumarse a esa pretendida reconciliación. Eso va a constituir una tarea muy ardua porque Pedro Castillo, el maestro rural y sindicalista, aún rebajando las proclamas de su mentor, Vladimir Cerrón, promete “otro modelo distinto al de la economía de libre mercado”. Así lo entendían las Bolsas de Valores peruanas, que se derrumbaban, al tiempo que los medios empresariales y financieros difundían su temor a una oleada de expropiaciones.

A la hija mayor del encarcelado exdictador Alberto Fujimori no le han bastado los apoyos de las élites económicas e intelectuales –el Nobel Mario Vargas Llosa es el caso más evidente- ni el de los millones de antifujimoristas que la han votado tapándose la nariz. Unas y otros afirmaban querer evitar a toda costa la instauración de otro régimen castro-chavista, que termine alineándose con el eje que de momento conforman Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia.

La enorme fractura entre el Perú urbanita y el rural

La desastrosa gestión de la pandemia del coronavirus ha situado a Perú como el país más castigado en relación con su población de 33 millones de personas: 180.000 muertos; dos millones de parados más y tres millones de peruanos arrojados al infierno de la pobreza. Hay pocas dudas de que las familias de todos ellos hayan votado por el sindicalista y maestro rural Pedro Castillo, el “hermano cholito” (Evo Morales) que se ha erigido en un indiscutible líder campesino, de esos dos tercios del país andino y amazónico que están cada día más alejados del Perú urbanita y económicamente más potente de Lima, Chiclayo, Pisco, Ica, Chimbote, Piura, Sullana, Tacna y Trujillo.

Que cinco de los últimos presidentes del país hayan tenido problemas con la Justicia, y que la propia Keiko Fujimori estuviera encausada, son factores que han contribuido innegablemente al hartazgo de los peruanos respecto de su clase política, y su decisión, aunque sea tan apretadamente mayoritaria, de poner sus esperanzas en un cambio que, con Pedro Castillo al frente, puede ser absolutamente radical.

Con el marco institucional actual, la fuerte división también en el Parlamento hace presumir enormes dificultades para que el presidente Castillo consiga aprobar las leyes que le den por completo la vuelta al modelo económico del país. Pero, como arguyen los que se le oponen, hay ya numerosos ejemplos que demuestran la propensión al totalitarismo de los marxistas-leninistas cuando acceden al poder.

Perú necesitaría desesperadamente –como la práctica totalidad de América Latina, por otra parte- que volviesen las inversiones extranjeras tradicionales, lo que precisa de un marco de estabilidad que, por unas u otras razones, brilla por su ausencia. Las desinversiones de no pocas empresas españolas en el continente es el mejor, o más bien el peor, botón de muestra. Inversiones que por el contrario llegan a América Latina procedentes de Rusia y especialmente de China, y que a pesar de los tratados euro-latinoamericanos, están modificando sustancialmente los nudos y lazos que unían a las dos orillas del Atlántico.

Si las previsibles impugnaciones y recuentos confirman la victoria definitiva de Pedro Castillo, la izquierda habrá dado un nuevo paso en su ofensiva por extenderse a toda América Latina. Será también la ocasión de desmentir o confirmar en su caso la experiencia que dice que los neocomunistas y populistas de izquierda, una vez encaramados al poder se aferran a él para siempre, cegando por las buenas o por las malas toda posibilidad de alternancia.