Opinión

Sacralización de Xi Jinping, ¿y luego?

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Guía del Pueblo. Tal será con toda probabilidad el nuevo y flamante título con el que el presidente Xi Jinping sea investido al cabo del XX Congreso del Partido Comunista Chino (PCCh). No es una distinción cualquiera, puesto que significará la sacralización definitiva de su figura, convertida a partir de ese momento en absolutamente intocable, y cuyos deseos serán mucho más que órdenes, será la voluntad del nuevo dios de Pekín. Será la cúspide de los demás poderes que ya acumula, y que seguramente le serán renovados: secretario general del Partido Comunista, jefe de la Comisión Militar Central del PCCh y presidente de China.

Se romperá así la costumbre de no acumular más de dos mandatos “para evitar la tentación totalitaria que conlleva eternizarse en el poder”, según proclamaban las resoluciones del partido bajo el liderazgo de Deng Xiaoping. Xi Jinping abrirá así la vía a acumular y disponer de un poder superior incluso al de Mao Zedong, aunque sin la legitimación histórica de éste como guía y líder de la revolución que derrotó a los nacionalistas de Chiang Kai-Shek y cambió el rumbo de China para siempre. Pero, al que Xi Jinping superará en poder por la vía de los hechos.

El nuevo gran timonel aspira a mejorar incluso la epopeya de su antecesor: reunificar territorialmente el país mediante la incorporación, de grado o por la fuerza, de la isla de Taiwan, romper el dique de contención de las islas-estado que supuestamente impiden su expansión más allá de los límites del Mar de China, y completar el desafío al liderazgo global de Estados Unidos.
 
Tarea de semejante envergadura exige en primer lugar que la totalidad de la inmensa población de China esté firme en su respaldo al guía supremo. Y Xi Jinping se ha afanado en culminar esa tarea mediante una persecución implacable contra la corrupción en el seno del partido y una represión sin cuartel contra las minorías y los disidentes que pudieran cuestionar el omnímodo poder del partido.

Condenas a muerte para que sirvan de ejemplo

Se han multiplicado así las actuaciones de los órganos de supervisión disciplinaria, especialmente a lo largo de este año, en que más de un millar de altos dirigentes han sido sometidos a juicios sumarísimos, no sólo por corrupción sino también por no haber cumplido los objetivos económicos, sociales o de carácter medioambiental determinados por la cúpula del PCCh. Los medios oficiales, es decir todos, han hecho especial escarnio de figuras como el exviceministro de Seguridad Pública, Sun Lijun, condenado a muerte, conmutada por cadena perpetua, por haber acumulado 92 millones de dólares procedentes de comisiones asimilables a sobornos; el exministro de Justicia, Fu Zhenghua, también convicto de haberse embolsado 16 millones de dólares sin poder justificar su procedencia, y Wang Like, exdirector de Asuntos Políticos de la provincia de Jiangsu, con una fortuna oculta de otros 62 millones de dólares, fruto de haber aceptado miles de sobornos. Fu y Wang pasarán el resto de sus vidas en presidio, tras ver también conmutadas sus penas de muerte. Durante los primeros diez años de su condena, serán compañeros de penal de los antiguos jefes de Policía de Shanghai, Chongqing y la provincia de Shanxi, condenados asimismo por corrupción.

Además de lanzar una severa advertencia a quienes dentro del partido osaren desafiar su poder y sus directrices, Xi Jingping ha querido con esta campaña recuperar el respeto al PCCh, cuyos 98 millones de miembros se consideran no sólo la élite del régimen sino también la columna vertebral de la nación.

Un país totalmente vigilado y controlado

Respeto, pero también temor, porque China se ha convertido en el primer país del mundo en el que la totalidad de la población se halla vigilada y supervisada por un avanzado sistema de control en el que la inteligencia artificial (IA) se ha convertido en la más poderosa herramienta de seguridad. No es aventurado concluir al respecto  que en China no se mueve una mosca sin que no lo sepa Xi Jingping.

En tales condiciones, resulta muy improbable, por no decir imposible, que prospere cualquier movimiento de oposición popular. Pero, tampoco parece que resulte fácil hacerlo dentro de la cúpula misma del PCCh, pese a la jerarquización del mismo: Comisión Permanente y Buró Político, como órganos máximos en los que se cuece y dilucidan todos los pactos y movimientos de los jerarcas, órganos absolutamente opacos para la opinión pública, a la que sólo se le informa de las conclusiones sin que quepa preguntar por qué.

Esos órganos, sin embargo, y aunque sea a puerta absolutamente cerrada, habrán de debatir los grandes problemas del país: consecuencias del aislamiento por la política de Covid Cero, decretada por Xi Jinping, que exaspera a millones de confinados a la fuerza; el vertiginoso declive de la burbuja inmobiliaria y la fuerte ralentización del crecimiento económico.

En cuanto a la política exterior, China, que se ha abstenido en la última votación de Naciones Unidas para condenar a Rusia por la anexión de cuatro regiones ucranianas, proseguirá seguramente con su política de cooperación con África, América Latina y Asia, acentuando su antagonismo con el modelo euro-americano. Pekín trata de demostrar que su modelo de sociedad, que no considera fundamental valores como la libertad, es más eficiente que su antagonista. Planteamiento que acaricia los oídos de todos los dictadores en ejercicio o en potencia, sobre todo si ello va acompañado de fuertes inversiones en infraestructuras y otros capítulos de desarrollo, de los que siempre es posible detraer alguna comisión en beneficio propio. Una corrupción a la que Xi Jinping no le hace ascos en el exterior, pese a que en el interior de China la persiga y castigue de manera implacable.