La filosofía de las enseñanzas del Islam (21)

Tres percepciones Coránicas con respecto a la Otra Vida
Ha de tenerse en cuenta que el Santo Corán ha expuesto tres percepciones con respecto a las condiciones de la vida después de la muerte, que a continuación analizaremos.
Primera percepción
El Santo Corán ha afirmado repetidas veces que la vida después de la muerte no es un fenómeno nuevo, y todas sus manifestaciones son reflejos de esta vida. Dice, por ejemplo:

“Y hemos ajustado al cuello de cada hombre el recuento de sus acciones; y en el Día de la Resurrección sacaremos para él un libro que encontrará abierto de par en par” (17:14).
En este versículo, se emplea la palabra “pájaro” como metáfora que denota las acciones, porque cada acción, buena o mala, vuela como un pájaro nada más realizarse, y se acaba la alegría o la pena que se siente al realizarla, dejando solo su huella, profunda o leve, en el corazón.
El Corán expone el principio de que cada acción humana deja su huella oculta en el corazón del que la realiza, y atrae una reacción divina apropiada que conserva la maldad o la virtud de dicha acción. Su huella queda grabada en el corazón, cara, ojos, oídos, manos y pies de quien la realiza. Este es el registro oculto que se manifestará en la otra vida.
Con respecto a los moradores del Paraíso, dice el Santo Corán:

“Piensa en el día en que verás a los hombres y mujeres creyentes con su luz corriendo delante de ellos y sobre sus manos derechas“ (57:13).
En otra parte, respecto al malvado, dice:

“La mutua competición por amasar riqueza os ha distraído. Incluso llegasteis a los cementerios. ¡No! Pronto sabréis. De nuevo, ¡No! Pronto sabréis. ¡No! Si tuvierais el conocimiento de la certeza. Veríais ciertamente el Infierno en esta misma vida. ¡Ay! De cierto que lo veréis con el ojo de la certeza. Entonces, en ese día, seréis llamados a dar cuenta respecto a los favores materiales”. (102:2-9).
Es decir, el deseo de aumentar las posesiones mundanas os seduce hasta llegar a la tumba. No fijéis vuestro corazón en el mundo. Pronto llegaréis a conocer la vanidad de vuestras ocupaciones; repito que pronto llegaréis a daros cuenta de lo equivocados que estábais al perseguir el mundo. Si hubiéseis poseído la certeza del conocimiento seguramente veríais el Infierno en esta misma vida. Pero lo veréis con la certeza de la vista en vuestro estado medio (Barzakh). Entonces seréis llamados a rendir cuentas en el Día del Juicio y el tormento os será impuesto y conoceréis el Infierno a través de vuestra experiencia.
Tres tipos de conocimiento
En estos versículos, Dios Exaltado señala con suma claridad que para los malvados el Infierno comienza invisiblemente en este mundo, y que si reflexionaran verían el Infierno en esta misma vida. Aquí Dios Exaltado indica tres tipos de conocimiento: el conocimiento por certeza de razón, el conocimiento por certeza de visión y el conocimiento por certeza de experiencia. Esto se podría explicar de la siguiente manera: cuando una persona ve a lo lejos una columna de humo, su mente deduce que el humo y el fuego son inseparables, y que por lo tanto donde haya humo también habrá fuego. Esto constituye el conocimiento por certeza de la razón. Al acercarse más, ve las llamas del fuego - y esto constituye el conocimiento por certeza de la visión -. Si entrara en el fuego, conseguiría el conocimiento por certeza de la experiencia. En estos versículos, Dios Exaltado establece que el conocimiento con certeza de la existencia del Infierno puede adquirirse en esta vida mediante el uso de la razón, mientras que el conocimiento mediante la certeza de la visión se adquirirá en Barzakh, el estado intermedio entre la muerte y el juicio, y en el Día del Juicio este conocimiento se comprobará con la certeza de la experiencia.
Tres condiciones
A esta altura cabe destacar que según el Santo Corán hay tres estados de existencia.
El primero es el mundo, llamado la primera creación, y es el estado del esfuerzo. En este mundo el hombre realiza actos buenos o malos. Después de la resurrección, los virtuosos seguirán su progreso dentro de la bondad, pero no como resultado de un esfuerzo humano, sino por la gracia de Dios.
El segundo estado es el estado intermedio llamado Barzaj. En el idioma árabe, Barzaj denota algo situado entre otras dos cosas. Como este estadio se sitúa entre la primera creación y la resurrección, se denomina Barzaj. Siempre se ha empleado esta palabra para designar un estado intermedio. Por lo tanto, esta palabra comprende un gran testimonio oculto a favor de la existencia del estado intermedio. He establecido en mi libro Minanur Rahman que las palabras del árabe son palabras de la boca de Dios, y que el árabe es el único idioma de Dios Santo, el idioma más antiguo, la fuente de toda la sabiduría, la madre de todos los idiomas y el primero y último trono de la revelación divina. Es el primer trono porque el árabe fue la palabra de Dios, y estuvo con Dios desde el principio; finalmente se reveló al mundo, y los pueblos lo convirtieron en su lengua respectiva. Es el último trono de la revelación divina, porque el último Libro de Dios, el Santo Corán, se reveló en árabe.
Barzaj es una palabra árabe compuesta de Barra y Zaja, que significa que el sistema de conseguir méritos a través de la acción ha acabado, y ha caído en un estado oculto. Barzaj es el estado en el que la condición mortal del hombre desaparece, y el alma se separa del cuerpo. Se entierra el cuerpo en un foso, y el alma también se entierra, por decirlo así, en un foso, como indica la palabra Zaja, porque ya no es capaz de merecer el bien o el mal, ya que sólo podía serlo mediante las acciones del cuerpo. Es evidente que la salud del alma depende de la salud del cuerpo. Un golpe en determinado punto del cerebro origina la amnesia, mientras una herida en otra parte del cerebro destruye las facultades mentales, y origina la inconsciencia. Del mismo modo, una convulsión cerebral, un tumor, hemorragia o enfermedad cerebrales, al causar daño, pueden llevar a la insensibilidad, la epilepsia o la apoplejía cerebral. Así pues nuestra experiencia nos enseña que el alma, divorciada del cuerpo, es totalmente inútil. Es completamente absurdo pensar que nuestra alma, sin cuerpo, podría gozar de bienaventuranza alguna. Podríamos imaginar que fuera así, pero la razón no presta ningún apoyo a tal hipótesis. Difícilmente podemos imaginar que el alma, que se altera al producirse las más leves molestias en el cuerpo, pueda mantenerse en perfecta condición una vez cortados para siempre los lazos que la unen al cuerpo. ¿Acaso nuestra experiencia diaria no nos enseña que la salud del cuerpo es esencial para la salud del alma? Cuando llegamos a una edad avanzada, el alma también se vuelve senil. La ancianidad nos roba la reserva de nuestros conocimientos, como dice Dios el Glorioso:

“Y otros que retroceden hasta la senectud, con el resultado de que no saben nada después de haber tenido conocimiento” (22:6).
Estas observaciones nuestras son prueba suficiente de que el alma sin cuerpo no es nada. A favor de esto, también podemos declarar que si el alma sin cuerpo hubiera tenido algún valor, Dios Exaltado no habría tenido ningún motivo para establecer una relación entre el alma y el cuerpo mortal. Además, cabe destacar que Dios Exaltado creó al hombre para realizar un progreso sin límites. Por lo tanto, si el alma no puede conseguir el menor progreso posible en esta vida sin ayuda del cuerpo, tampoco podemos esperar que consiga, por sí sola y sin ayuda del cuerpo, el progreso ilimitado de la otra vida.
(lpbD) – la paz y las bendiciones de Dios sean con él.
(Continuaremos en la siguiente entrega, la número 22, continuando donde nos hemos quedado, dado que la explicación sobre este punto es suficientemente extensa).