
El establecimiento de una Zona Libre de Armas Nucleares (ZLAN por sus siglas en inglés) en Oriente Medio es una de las sempiternas propuestas que Naciones Unidas lleva haciendo desde los años sesenta. A pesar del éxito que otras iniciativas de esta clase han cosechado a lo largo del mundo, como el Tratado de Tlatelolco para el establecimiento de una ZLAN en Iberoamérica y el Caribe o el Tratado de Rarotonga para la correspondiente en el océano Pacífico, la realidad es que los avances a este respecto en la región han resultado nimios e insignificantes.
Sin embargo, en la última Asamblea General de Naciones Unidas se aprobó la Resolución 75/33 por la que se insta a las “partes directamente interesadas a que estudien seriamente la posibilidad de adoptar las medidas prácticas y urgentes necesarias para dar efecto a la propuesta de crear una zona libre de armas nucleares en la región de Oriente Medio”. Como vemos, desde Nueva York no se tira la toalla, mas las perspectivas de éxito de un tratado de estas características para Oriente Medio parecen cuanto menos, improbables a tenor de la sin precedentes carrera armamentística en la que está sumergida la región, donde Israel podría dejar de ser la única potencia regional dotada con armas nucleares.
Aun con estos visos tan desesperanzadores para la no proliferación y el desarme, lo cierto es que la concurrencia de una serie de hechos a este respecto hace que al menos el debate sobre las armas nucleares en concreto y sobre el empleo de otras armas de destrucción masiva en la región sea pertinente. El empleo por parte del régimen de Bachar al-Asad de armas químicas en Siria, las crecientes tensiones generadas a raíz del acuerdo nuclear (des)firmado con Irán y los constantes ataques y secuestros de buques en el Golfo y en el estrecho de Ormuz dan fe de ello.
Lo cierto es que la retirada unilateral por parte de la Administración Trump del JCPOA (el acuerdo nuclear de los P5+1 con Irán) y la reimposición de nuevas sanciones sobre la República Islámica con motivo de una serie de supuestos incumplimientos, ha supuesto el retorno de Irán a su programa nuclear. A raíz de este anuncio, Irán anunció que rompería su compromiso de enriquecer uranio por encima del 3,67%, pasando a hacerlo al 20%, lo que es relevante en tanto en cuanto este porcentaje constituye el umbral a partir del cual la cantidad necesaria de energía para alcanzar niveles de pureza del 90% -los ideales para la fabricación de armas nucleares- se reduce drásticamente, allanando el camino hacia la bomba nuclear persa.
Mas la principal preocupación de Israel y del resto de sus aliados no es tanto que Irán posea armas nucleares para mejorar su capacidad negociadora y su peso sobre la región, sino también el hecho de que el régimen de los ayatolás haya demostrado haber desarrollado un sofisticado y avanzado programa de misiles balísticos que podrían transportar las respectivas cabezas nucleares tanto desde Irán como desde cualquier parte del territorio en poder de su proxies; véase Hizbulá en el Líbano, Hamás en Gaza, los rebeldes hutíes en Yemen o Siria.
A este respecto, en el último mes, Irán ha llevado a cabo una serie de demostraciones de su músculo militar para reafirmar su poderío tras el elenco de ataques realizados en Siria, Irak y, especialmente, en las instalaciones petroleras de Arabia Saudí. Estas demostraciones han consistido en una serie de maniobras militares, tanto navales como en uno de los desiertos del interior del país, donde se han empleado misiles de tipo Zulfaqar, Zelzal y Dezful, de la familia Fateh-110, con un alcance de entre 700 y 1.000 kilómetros, los cuales cubren por completo el territorio de todos los Estados del Golfo e Israel. A su vez, la agencia estatal de noticias iraní ha revelado una serie de bases subterráneas, repartidas por toda la costa del país, que sirven de almacén y de plataformas de lanzamiento de su arsenal, lo cual merece ser contextualizado en un clima prebeligerante en el Golfo. Israel e Irán están enzarzados en una espiral de ataques cuyo objetivo no es el territorio de ninguno de los dos países, sino los cargueros y petroleros que cruzan diariamente el estrecho de Ormuz o que se sitúan frente a las costas de Yemen. Desde comienzos de año, los medios regionales han reportado numerosos ataques y represalias y se teme que estas acciones se trasladen a terreno firme o escalen a un conflicto de pequeña-media escala en cualquier parte de la región.
Así, no deja de ser significativo que Israel añadiese en 2018 a sus fuerzas aéreas un nuevo escudo de misiles -conocido como Arrow 3- para actuar en retaguardia de un eventual fallo de las Fuerzas Armadas del Estado judío. El creciente clima de inestabilidad y desconcierto en el que está sumido Oriente Medio en la actualidad –si es que este no es su estado, desgraciadamente, natural- hace que el establecimiento de una Zona Libre de Armas Nucleares en la región sea una quimera. Sería necesario proceder con una fórmula que, si bien no desnuclearizase a Israel -puesto que a juzgar por su política exterior Israel no accedería a tal proceso- garantice una sucinta y gradual reducción de su arsenal; estableciendo también un sistema de control sobre su posible uso. En definitiva, sería necesario gestionar las ya existentes cabezas nucleares israelíes e impedir a toda costa que Irán acceda a su producción con el fin de que las disputas regionales se diriman a través de la diplomacia y otros medios que no amenacen la seguridad global.
Empero, el foco de las grandes potencias y del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas no debe recaer exclusivamente sobre las armas nucleares, pues el uso de otras armas de destrucción masiva en la región es un hecho más que constatado y, de la misma manera, el grado de desarrollo de los vectores para estas armas -esto es, los misiles balísticos- no deja de ser inquietante. Por ello, pese a el reciente anuncio del retorno a las negociaciones entre EEUU. e Irán para retomar el JCPOA -que trae consigo un atisbo de esperanza para recuperar la estabilidad de la región- el acuerdo de cooperación entre China e Irán, las medidas aprobadas por el parlamento persa para desligarse de los controles de la Organización Internacional para la Energía Atómica o la oposición del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, a un acuerdo nuclear con Irán no hacen sino minar cualquier esfuerzo para evitar una escalada armamentística de resultados inciertos, pero probablemente catastróficos. Lo cierto es que de entre toda esta nebulosa de desencuentros, amenazas y nervios, solo podemos afirmar con certeza que la proliferación está al alza en Oriente Medio.