Una carta desde Rabat, una prueba para la derecha europea

Nizar Baraka, ministro de Equipamiento y Agua de Marruecos - PHOTO/ @Equipement_Eau
Nizar Baraka, ministro de Equipamiento y Agua de Marruecos - PHOTO/ @Equipement_Eau
“Señor Presidente, reciba nuestras más sinceras felicitaciones…”

Con estas palabras de cortesía comienza la carta enviada por Nizar Baraka, secretario general del Partido de la Istiqlal, a Alberto Núñez Feijóo tras su reelección al frente del Partido Popular. Pero tras las fórmulas diplomáticas se esconde un mensaje firme, directo y cargado de implicaciones: un llamado urgente a la coherencia política.

El Partido Popular, pilar del Partido Popular Europeo (PPE), es hoy interpelado públicamente por uno de sus aliados históricos en el sur del Mediterráneo. Y no por un detalle menor, sino por su persistente ambigüedad respecto al Plan de Autonomía marroquí para el Sáhara, una propuesta respaldada ya por una mayoría creciente de gobiernos europeos —incluidos muchos liderados por partidos hermanos del PP— así como por Estados Unidos, Francia y Reino Unido.

Desde 2007, el Plan de Autonomía presentado por Marruecos se ha consolidado como la única vía seria, creíble y realista para resolver un conflicto artificial que dura ya medio siglo. No se trata de una posición coyuntural, sino de una convergencia estratégica basada en la necesidad de estabilidad regional, cooperación euroafricana y seguridad compartida.

En este contexto, la indefinición del PP genera desconcierto. ¿Cómo justificar que un partido que comparte bancada europea con fuerzas como la CDU alemana o Forza Italia se mantenga al margen de una posición común que ya se ha convertido en doctrina dentro del PPE? Más aún, ¿cómo entender que esa ambigüedad lo acerque, de facto, a las tesis del Frente Polisario, avaladas por regímenes que el propio PP ha denunciado con vehemencia, como los de La Habana o Caracas?

La incoherencia se agrava si se recuerda que, bajo los gobiernos de Mariano Rajoy, el PP defendió una solución política negociada para el Sáhara, muy similar en esencia a la actual postura del Gobierno español. El problema no es ideológico, es táctico: convertir la política exterior en un campo de batalla electoral es renunciar a toda visión de Estado.

El reciente incidente con la presencia de representantes del Polisario en un congreso del PP ha sido la gota que ha colmado el vaso. Aunque se trató de una invitación informal, el impacto político ha sido inmediato. La carta del Partido de la Istiqlal —moderada en la forma, contundente en el fondo— subraya que no se puede banalizar un tema tan estratégico sin dañar la credibilidad, no solo del PP, sino de toda la familia política europea que representa.

Porque este no es un asunto entre España y Marruecos, ni siquiera entre gobiernos. Es una cuestión de coherencia dentro de un espacio político que aspira a hablar con una sola voz en los grandes desafíos globales. Y el Sáhara es uno de ellos.

Persistir en la ambigüedad equivale a debilitar esa voz común. Equivale a enviar señales contradictorias a un aliado estratégico como Marruecos, cuya estabilidad es clave para el sur de Europa. Equivale, en última instancia, a fallar en el momento en que más se necesita claridad.

La carta de Rabat no es una simple advertencia. Es una oportunidad para rectificar. Para demostrar que la política exterior no se improvisa, ni se subordina al corto plazo. Y para reafirmar que hay principios —como la estabilidad, la paz y el respeto mutuo— que están por encima de las rivalidades internas.

El Sáhara no es un expediente cualquiera. Es una prueba para la madurez de la derecha europea. Y la historia no recordará a quienes guardaron silencio, sino a quienes supieron actuar con responsabilidad.