Argelia ante el espejo: el Sáhara y el precio de negar la realidad

Mientras potencias internacionales como Estados Unidos, Alemania, España o los Países Bajos reconocen de forma directa o tácita la marroquinidad del territorio, y mientras la comunidad internacional se orienta de forma creciente hacia la propuesta de autonomía presentada por Marruecos en 2007 como solución pragmática, Argelia se obstina en negar la evidencia.
No se trata de una simple divergencia diplomática, sino de un bloqueo estructural. Argelia ha convertido el Sáhara en una herramienta de política interior, en un mito fundacional que alimenta el nacionalismo oficial y justifica una visión del Magreb basada en el antagonismo, no en la cooperación. Esta estrategia ha servido durante décadas para cerrar el debate interno y eludir reformas, pero hoy empieza a mostrar sus límites.
La realidad internacional ha cambiado. En el Consejo de Seguridad, ya no se menciona la opción del referéndum como horizonte realista. Las dinámicas geopolíticas, energéticas y migratorias empujan a Europa a buscar estabilidad en su vecindad sur. Marruecos, por su parte, ha reforzado su legitimidad en África, ha diversificado sus alianzas y ha demostrado su capacidad de ofrecer una solución basada en el compromiso. Incluso quienes no han formalizado su apoyo al plan marroquí lo consideran ahora como el único marco de referencia viable dentro del proceso de Naciones Unidas.
Frente a esta evolución, Argelia mantiene una postura intransigente… y paradójica: se declara “no parte” del conflicto, mientras financia, arma y representa diplomáticamente al Frente Polisario. Esta ambigüedad interesada es precisamente lo que impide avanzar. Sin reconocimiento del propio rol, no hay solución posible.
Pero el mayor riesgo para Argelia no es externo: es interno. La crisis de legitimidad del régimen, la fragilidad económica post-hidrocarburos y el cierre del espacio político hacen que el coste de mantener una posición dogmática sea hoy más alto que nunca. El inmovilismo ya no garantiza estabilidad, sino aislamiento.
¿Qué salida, entonces? Una vía existe: una implicación seria y responsable en el proceso político auspiciado por Naciones Unidas, sin renunciar a su dignidad ni a su historia. Marruecos ha dejado la puerta abierta a un enfoque basado en el respeto mutuo, en el realismo y en la búsqueda de una solución “ganar-ganar” para la región. Persistir en la negación solo prolongará el statu quo, con consecuencias geoestratégicas crecientes para todo el Mediterráneo.
Aceptar el cambio no es claudicar. Es comprender que el futuro del Magreb pasa por la reconciliación, no por la fractura. El Sáhara seguirá siendo marroquí, porque así lo dice la historia, la geografía, la legitimidad internacional… y porque así lo exige la estabilidad del norte de África y del sur de Europa.