Es hora de revisar la historia de las relaciones entre Marruecos y Francia

Este texto ha sido publicado originalmente en Morocco World News. Puede consultarlo en el siguiente enlace.

El 2 de febrero, la cadena de televisión más importante de Francia, BFMTV, anunció la apertura de una investigación interna, confirmando las informaciones según las cuales había suspendido al periodista franco-marroquí Rachid M'Barki por "sospecha de injerencia extranjera" en la difusión de contenidos. El comunicado de BFMTV revela que desde hace más de dos semanas se está llevando a cabo una investigación interna para determinar cómo tratar lo que el personal y la dirección de la cadena califican de inaudito e imperdonable.
 
De la "decena de contenidos sospechosos" que la investigación del canal había afirmado haber identificado, Politico informó tras la declaración bastante críptica de BFMTV que "al menos un contenido" se refería a Marruecos.
 
Así, se acusa a M'Barki de extralimitarse e ignorar "los circuitos habituales de validación [editorial]" durante un reportaje sobre el Foro de Dajla en junio de 2022. En concreto, el periodista se había referido al "reconocimiento del Sáhara marroquí por parte de España", una descripción intolerable en el panorama mediático francés, dada la dudosa posición de París sobre el contencioso del Sáhara.
 
Aunque la suspensión de M'Barki se produce en un contexto de creciente tensión diplomática entre Rabat y París por diferencias persistentes, el asunto ha llevado naturalmente a muchos marroquíes a preguntarse si esta saga de BFMTV sobre la "posible injerencia de un Estado extranjero" no es otra extensión de la frialdad diplomática entre Francia y Marruecos.
 
En efecto, habida cuenta de los contenidos altamente polémicos y politizados propuestos por la mayoría de las cadenas y medios de comunicación franceses en los últimos años cuando cubren temas de importancia primordial para los intereses estratégicos de Francia (en particular en el África francófona), sólo el uso por parte del periodista de la expresión "Sáhara marroquí" parece constituir una infracción especialmente "grave y condenable" de la práctica editorial de BFMTV.
 
Pero ¿pueden las cadenas y los medios de comunicación franceses pretender sinceramente ser modelos de las virtudes periodísticas de imparcialidad e integridad intelectual cuando promueven regularmente los intereses geopolíticos de Francia?
 
Ciertamente, no hay nada malo en que medios como Agence France-Presse, RFI o France24 defiendan los intereses de su país o promuevan una narrativa acorde con su agenda política. Al fin y al cabo, estas agencias de noticias intentan cumplir con su deber.
 
Y parte de ese deber en los últimos meses ha parecido ser la necesidad de poner en práctica la recomendación del presidente francés Emmanuel Macron, quien en un discurso a los embajadores franceses el pasado mes de septiembre pidió un "mejor uso" de la red de medios públicos (France Médias Monde). En lugar de informar de forma desapasionada y objetiva sobre las noticias geopolíticas, Macron instó a los medios de comunicación franceses a esforzarse por controlar la narrativa de forma que beneficie a los intereses franceses.

Marruecos en la encrucijada

Mientras tanto, lo que está mal y es perjudicial para los intereses estratégicos y la estabilidad de Marruecos es que una parte considerable de la élite marroquí sigue estando apasionadamente unida a Francia y la ve como un país leal que ha apoyado a Marruecos siempre que ha estado en cuestión. Sorteando la alienación cultural y lingüística, esta élite socialmente desarraigada tiende a creer que Francia es la fuente última de refinamiento cultural y de proeza científica o intelectual.
 
Los miembros de esta élite desarraigada tienden a olvidar que, hagan lo que hagan para adoptar la cultura francesa, la élite francesa seguirá mirándolos por encima del hombro como a los otros, despreciándoles siempre como a esos marroquíes -o musulmanes- inferiores que un día fueron súbditos de la gran Francia y que, de hecho, se espera que permanezcan bajo el yugo de la dominación cultural y política de la metrópoli.
 
La decisión de Francia en septiembre de 2021 de imponer restricciones sin precedentes a los visados para los marroquíes fue una prueba clara de esta arrogancia cultural. El hecho de que esta decisión no excluyera ni siquiera a antiguos ministros, empresarios, médicos, estudiantes matriculados en institutos de enseñanza superior en Francia, o incluso a aquellos que debían ser atendidos en hospitales franceses, fue muy revelador del desprecio francés hacia los marroquíes.
 
Llegados a este punto, los marroquíes deberían tomarse un momento de reflexión e introspección, aprender de la reciente evolución de las relaciones franco-marroquíes y presionar a Francia para que reconsidere su comportamiento hacia Marruecos. Sin embargo, esto sólo podrá hacerse si los marroquíes hacen que Francia y su élite política y mediática se miren en el espejo del oscuro pasado de su país, mostrando al mismo tiempo determinación para deconstruir todas las mentiras y mitos que la élite cultural y la clase dirigente francesas han estado propagando sobre Marruecos durante más de un siglo.
 
Y lo que es más importante, los marroquíes de todas las tendencias deberían trabajar juntos para arrojar nueva luz sobre la historia no contada del horrible historial de la presencia colonial francesa en Marruecos. Sólo entonces podrán los marroquíes sentar las bases de una relación basada en el respeto mutuo y la reciprocidad.

Las naciones atraviesan periodos cruciales que pueden tener un impacto duradero en su futuro. La historia moderna de Marruecos estuvo marcada por dos momentos decisivos que tuvieron un impacto catastrófico en el futuro del país: la derrota de las tropas marroquíes frente al ejército francés en la batalla de Isly en agosto de 1844 y la guerra de Tetuán con España (octubre de 1859-marzo de 1860).
 
Estos dos acontecimientos provocaron la dislocación del Estado marroquí, el colapso de su frágil economía y la propagación de conflictos y disturbios políticos en el reino. Los países europeos aprovecharon estas condiciones para debilitar aún más a Marruecos desde dentro y someterlo a la ocupación y la colonización.
 
Sesenta y seis años después de su independencia de Francia, Marruecos atraviesa ahora un periodo crucial que, si se gestiona con lucidez y previsión, podría permitirle desempeñar un papel de liderazgo a nivel regional. En la última década, Marruecos ha dado pasos de gigante en la preservación de su integridad territorial. Igualmente importante es que el país ha logrado diversificar sus asociaciones estratégicas, y su acción diplomática ya no se limita a ciertos socios denominados tradicionales.
 
Con su regreso a la Unión Africana en 2017, Marruecos no ha escatimado esfuerzos para recuperar su liderazgo regional, ya sea político, económico, espiritual o deportivo. Cada vez más, Marruecos parece decidido a recuperar el papel que ha desempeñado a lo largo de la historia como puente entre África, Europa, Asia y América.
 
Y lo que es más importante, dado que Marruecos posee el 70% de las reservas mundiales de fosfatos, desempeñará un papel central en la consecución de la seguridad alimentaria mundial a corto, medio y largo plazo. La creciente demanda de fertilizantes beneficiará a Marruecos no sólo económicamente, sino también geoestratégicamente, permitiéndole reforzar su influencia en la escena regional e internacional.
 
Sin embargo, para que Marruecos dé el salto cualitativo que le permita tener voz en los foros regionales y mundiales, debe emprender urgentemente una reforma radical de sus sistemas sanitario, educativo y judicial. También debe combatir la cultura de la corrupción y la mentalidad rentista que durante tanto tiempo ha asolado a la sociedad marroquí. Igualmente es esencial en esta fase la necesidad de invertir fuertemente en facilitar los procedimientos administrativos para atraer la inversión extranjera, así como el capital -financiero y humano- de los marroquíes que viven en el extranjero.
 
Dicho esto, uno de los principales retos que Marruecos debe asumir es el de cambiar la mentalidad del pueblo marroquí. Esto sólo puede hacerse mediante la adopción de un sistema educativo cuyo principal objetivo sea formar nuevas generaciones de marroquíes seguros de sí mismos, orgullosos de su historia, su cultura y su identidad, y abiertos a los demás, al mundo. Ninguna nación puede construir su presente y preparar su futuro de forma saludable si no se apropia y escribe su historia, da forma a su propia narrativa nacional y se asegura de aprender valiosas lecciones de ella.
 
El complejo de inferioridad hacia todo lo que viene de Occidente, especialmente Francia, ha sido un rasgo definitorio de la mentalidad marroquí durante las últimas seis décadas. La mayoría de los marroquíes están impregnados, sin darse cuenta, de este complejo de inferioridad, y están aquejados de una falta general de confianza en sí mismos y en su capacidad para competir con los franceses o superarlos.
 
A pesar de pertenecer a uno de los Estados-nación más antiguos del mundo, de haber heredado una cultura rica, sofisticada y diversa que es admirada, cuando no envidiada, por muchas otras naciones, la mayoría de los marroquíes han interiorizado este complejo de inferioridad y durante décadas han parecido poco dispuestos a desafiarlo. Una de las manifestaciones más importantes de este sentimiento de inferioridad es la preocupación de una gran mayoría de marroquíes por hablar francés, estando absurdamente convencidos de que hablar esta lengua les hace sofisticados y refinados.

Enfrentarse al mito de la fraternidad franco-marroquí

Los marroquíes deberían aprovechar la actual tensión diplomática entre París y Rabat para replantearse su percepción de Francia y del legado de su protectorado en Marruecos. Por ejemplo, deberían cuestionar la validez de la narrativa histórica dominante en torno a la colonización francesa de Marruecos. Esto significaría enfrentarse y deconstruir muchas de las falacias y mitos históricos que han servido durante mucho tiempo para ocultar el salvajismo y la crueldad de Francia durante los años del protectorado.
 
En efecto, el relato dominante de la historia del encuentro -y luego de la relación- entre ambos países es el resultado de la labor de propaganda llevada a cabo por los misioneros coloniales franceses para influir en las mentes y el comportamiento de los marroquíes.
 
Como han demostrado brillantemente autores como Albert Memmi, Aimé Césaire y Frantz Fanon, el truco fundamental del colonizador consistía en convencer a los colonizados de que le necesitaban, de que su bienestar presente y futuro dependía de que se comportaran y pensaran como él. Así, resignados a vivir para siempre a la sombra de sus antiguos amos, los antiguos colonizados parecen contentarse -y a veces se esfuerzan- por imitar los hábitos evolucionados de la metrópoli.
 
En su libro "El drama marroquí", publicado en 1956, Rom Landau, reputado arabista, diplomático y escritor británico, explica cómo la admiración de los marroquíes por la cultura francesa y el complejo de inferioridad que les inculcaron los franceses llevaron a muchos a esforzarse por imitar la cultura, los hábitos y las costumbres europeas:
 
La imitación de Occidente ha debilitado naturalmente ciertos elementos de la cortesía morisca (...) La manía moderna de gritar en vez de conversar; de hablar en vez de escuchar; de precipitarse en una discusión acalorada y dejarse llevar a la menor provocación; de pensar más en lo que nos agrada a nosotros que en lo que podría agradar a los demás; de considerar afeminadas o "antidemocráticas" una aproximación cortés y un tono de voz bajo; todas estas son tendencias que hacen que nuestros intercambios sociales se parezcan a encuentros en la jungla. Pero como somos más ricos, mejor educados y dotados de "saber hacer", el simple moro piensa que, para conquistar nuestros logros, debe adoptar también nuestras maneras. Casablanca está llena de gente así engañada, y los franceses los llaman "évolués".
 
En el caso de Marruecos, esta autoalienación se refleja en la firme creencia de muchos marroquíes francófonos de que a ellos y a Marruecos les interesa estar estrechamente asociados a Francia, adoptar su lengua y permanecer en su órbita geopolítica. En el frente diplomático, la "fraternidad franco-marroquí" es el nombre que se da a la creencia engañosa de que Francia ha sido un amigo cercano y leal de Marruecos durante las últimas seis décadas.
 
Dada la omnipresencia de esta narrativa engañosa entre los marroquíes cultos, es crucial que los historiadores, periodistas y otros intelectuales marroquíes conscientes de la tácita y verdadera historia de la presencia colonial de Francia en Marruecos recuerden a sus compatriotas de una vez por todas que, desde 1844, nunca ha habido una relación de igualdad entre Francia y Marruecos. Que Marruecos ha sido sistemáticamente víctima de una relación asimétrica en la que sólo Francia fijaba las reglas del juego. Y que, en lugar de un amigo fiable, Francia siempre ha actuado como un tirano que busca despiadadamente imponer su agenda y satisfacer sus ambiciones imperiales en Marruecos.

Subyugar a Marruecos es lo que Francia siempre ha querido

Además, Francia ha sido, durante la mayor parte de su historia, un enemigo que ha buscado subyugar a Marruecos, destruir su identidad cultural y mantenerlo bajo su dominio económico, político y cultural. Contrariamente a la narrativa dominante, ampliamente difundida por los franceses desde hace más de un siglo, la intervención colonial de Francia no contribuyó a mantener la unidad de Marruecos ni a perpetuar el sistema monárquico marroquí.
 
Más bien, el colapso del Estado marroquí a principios del siglo XX fue el resultado de las largas maquinaciones francesas para sembrar la semilla de la división en el reino y debilitar la autoridad y legitimidad de sus sultanes.

En una época en la que Francia aún luchaba contra los choques psicológicos y geopolíticos de su derrota ante Alemania en la guerra de 1870 y la pérdida de Alsacia-Lorena, los políticos franceses vieron la conquista de Marruecos como un primer paso para restaurar la grandeza de Francia. Para ellos, poseer y subyugar Marruecos era una forma segura de reactivar su alicaída economía.
 
Este sentimiento se refleja en las cartas que Théophile Delcassé envió a su esposa mientras era periodista, diputado, ministro de Colonias y luego ministro de Asuntos Exteriores de Francia. Someter a Marruecos al yugo imperialista de Francia y conseguir el apoyo de otros países europeos para sus ambiciones expansionistas en el reino fue la principal preocupación de Delcassé durante toda su etapa en el Ministerio de Asuntos Exteriores.
 
Mientras Gran Bretaña, convencida de que la supervivencia de Marruecos como Estado independiente servía a sus intereses estratégicos, trabajó durante la segunda mitad del siglo XIX para preservar el statu quo en el país, Delcassé estaba decidido a "liquidar" la cuestión marroquí tratando de forjar acuerdos diplomáticos con Italia y España.
 
Pero no fue hasta 1903 cuando Delcassé buscó un acuerdo cordial con Gran Bretaña sobre Marruecos y Egipto. Mientras tanto, Francia trabajó incansablemente para preparar el terreno para su posterior ocupación del país fomentando el conflicto y el malestar e incitando a muchas tribus a rebelarse contra la autoridad de los sultanes.
 
Mucho antes del nombramiento de Delcassé como ministro de Asuntos Exteriores, una de las tácticas utilizadas por Francia para socavar la soberanía de los sultanes fue el abuso del sistema de protección que los cónsules y comerciantes europeos disfrutaban en Marruecos desde 1863.
 
Con el fin de crear las condiciones para el conflicto político y la inestabilidad, Francia intentó extender este sistema a los marroquíes empleados por europeos. Existe consenso entre los historiadores en que la protección obtenida por muchos colaboradores marroquíes -que les situaba por encima de las normas legales y fiscales del país- fue una de las principales causas del declive del control del Estado central sobre las distintas regiones del país y del agotamiento del presupuesto nacional.
 
Tras darse cuenta del peligro que el sistema de protección representaba para la estabilidad y la soberanía del país, el sultán Hasán I solicitó la ayuda de Gran Bretaña y España para persuadir a otros países europeos de que entablaran negociaciones con el fin de eliminar este sistema o, al menos, limitar sus abusos. Estas negociaciones desembocaron en la Conferencia de Madrid de 1880.
 
Sin embargo, debido a la intransigencia francesa y al apoyo italiano, los esfuerzos del sultán resultaron inútiles. El sistema de protección adquiriría ahora una dimensión más seria. No contenta con ampliar el círculo de beneficiarios de su protección, Francia trató de apoyar a los jefes de ciertas tribus en rebelión contra el sultán.
 
Así, Francia concedió protección a Sharif Wazan en 1884, utilizando el hecho de que pertenecía al linaje del profeta Mahoma para crear un contrapeso a la legitimidad religiosa y política de que gozaba el sultán Hasán I como Comendador de los Creyentes. Esta decisión reveló efectivamente las verdaderas intenciones de Francia: subyugar a Marruecos.
 
Además de su afán por invadir gradualmente los territorios marroquíes mediante el uso de una de las disposiciones del Tratado de Lalla Maghniya -que le otorgaba el derecho de perseguir a las tribus que atacaran a Francia dentro de suelo marroquí-, Francia pretendía aprovechar cualquier oportunidad que pusiera a Marruecos de rodillas y allanara el camino para su rendición y ocupación del reino. Por ejemplo, Francia obligaría a Marruecos a someterse a las exigencias españolas tras la crisis diplomática y militar entre Rabat y Madrid en septiembre y octubre de 1893.
 
Tras el establecimiento por parte de la cúpula militar española de un fuerte militar en Melilla en un lugar que contenía las tumbas de dos morabitos, estallaron escaramuzas militares entre ambos países. Esta medida provocó la indignación de los habitantes de las regiones vecinas, lo que desembocó en enfrentamientos militares que se saldaron con la muerte del general Juan García Margallo, entonces gobernador español de Melilla.
 
Los dos países estaban al borde de una nueva guerra, sobre todo porque una facción del Gobierno español apoyaba un enfrentamiento militar total. Presionada para evitar la guerra, España se vio finalmente obligada a entablar negociaciones diplomáticas para alcanzar una solución pacífica. Tras semanas de negociaciones, el sultán Hasán I -que contaba con el apoyo de Gran Bretaña- se negó a ceder a las exigencias españolas.
 
Sin embargo, el sultán marroquí pronto dio marcha atrás y se mostró dispuesto a satisfacer las demandas. Detrás del cambio de opinión del Sultán se encontraba un telegrama del gobierno francés exigiéndole que accediera inmediatamente a las demandas españolas.
 
Entre otras amenazas, el telegrama advertía al sultán de las graves consecuencias que sufrirían él y su reino si persistían en rechazar las exigencias españolas. En particular, el telegrama insistía en que Francia apoyaría a España en caso de conflicto entre ambos países, lo que tendría consecuencias desastrosas para la integridad territorial de Marruecos.

Así pues, bajo la presión de Francia, Marruecos se vio obligado a pagar indemnizaciones que mermarían aún más sus arcas, empujándole a pedir más dinero prestado al extranjero y a imponer impuestos adicionales a una población ya sobrecargada e hirviente. Esta política provocó el descontento generalizado de muchos marroquíes, resentidos por la exención concedida a los numerosos marroquíes que gozaban de la protección de los cónsules y comerciantes europeos. Esto agravaría, por tanto, el impacto de la agitación política a la que ya se enfrentaba el reino.

Deconstruir la propaganda francesa sobre el Marruecos moderno

Por tanto, ya es hora de que Marruecos cambie su retórica hacia Francia y empiece a hablar de algunos de los periodos más oscuros de la compleja relación entre ambos países. En este sentido, los marroquíes ya no deberían dudar en decir alto y claro que Francia desempeñó un papel fundamental en el debilitamiento de Marruecos y allanó el camino para su conquista y subyugación por las potencias europeas.
 
Ya no deberían dudar en afirmar alto y claro que Francia debe una disculpa por haber despojado a Marruecos de grandes partes de su territorio y anexionarlas a Argelia, que entonces se consideraba parte integrante del territorio francés. De hecho, tras conquistar y ocupar Argelia en 1830, Francia se dedicó a dividir Marruecos creando disturbios intertribales y diferencias entre la monarquía marroquí y diversas regiones del país.
 
Francia invadió gran parte del territorio del reino, lo que permitió a España ocupar el Sáhara. De no haber sido por el acuerdo secreto que Francia firmó con Gran Bretaña y España en abril y octubre de 1904 respectivamente, por el que París concedía a España la plena soberanía sobre el Sáhara en un momento en el que Marruecos aún era un país independiente, Marruecos no se habría visto obligado, desde su independencia, a centrar todos sus esfuerzos de política exterior en lograr su integridad territorial.
 
Francia es también el país cuya élite ha distorsionado importantes aspectos de la historia política y social de Marruecos. Los exploradores, militares, comerciantes y escritores franceses que publicaron libros de propaganda sobre Marruecos a finales del siglo XIX y principios del XX fueron los responsables del nacimiento y propagación del mito de la división del reino en "Blad al Majzen" y "Blad Siba".
 
Para allanar el camino a la ocupación de Marruecos por su país, estos últimos escribieron cientos de libros cuyo objetivo era demostrar que las zonas habitadas por los amazigh estaban fuera de la autoridad del sultán marroquí.
 
Entre 1947 y 1955, cuando el rey Mohammed V y el movimiento nacionalista marroquí empezaron a reclamar claramente la independencia, Francia se dedicó a cuestionar su legitimidad. Para ello, las autoridades coloniales intentaron utilizar la teoría del "Bilad al-Siba" con la ayuda de Thami El Glaoui para mantener a Marruecos bajo soberanía francesa.
 
Además, Francia intentó durante todo este periodo desacreditar al rey Mohammed V, cuestionar su legitimidad religiosa y política y, con la complicidad de El Glaoui y Abdul Hay Al-Kattani, preparar la coronación de Muhammad bin Arafa.
 
Si Marruecos y Francia han disfrutado de buenas relaciones durante gran parte de las últimas seis décadas, se debe simplemente a que los marroquíes decidieron dejar a un lado su resentimiento, creyendo que era posible que ambos países caminaran codo con codo y construyeran una relación duradera de igual a igual, basada en el respeto mutuo y la reciprocidad.
 
Sin embargo, uno de los muchos mitos de autores franceses que los marroquíes deben afrontar y deconstruir es la idea de que antes de ser subyugado por Francia y España en 1912, Marruecos estaba dividido en "Blad al-Makhzen" y "Bilad al-Siba".
 
Esta teoría infundada ha sido desmontada por el historiador marroquí Germain Ayache y refutada por muchos otros investigadores. El otro mito al que hay que enfrentarse y desmontar es que Francia construyó el Marruecos moderno, proporcionó a los marroquíes de todos los orígenes acceso a la educación y desempeñó un papel central en la formación de la élite marroquí antes de la independencia del país.
 
De hecho, existe un gran abismo entre esta imagen diluida de Francia y su verdadero historial en Marruecos. En materia de educación, Francia no se preocupó de educar a los marroquíes, sino de mantenerlos en la ignorancia y el analfabetismo.
 
Hasta 1950, 38 años después del inicio del protectorado, a más del 94% de los marroquíes en edad escolar se les negaba el derecho a la educación, mientras que el 94% de los niños europeos residentes en Marruecos podían disfrutar de este derecho. En 1954, el porcentaje de marroquíes que disfrutaban del derecho a la educación era sólo del 10%.
 
Las autoridades coloniales francesas no sólo negaron a los marroquíes el acceso a las escuelas públicas, sino que también cerraron muchas escuelas públicas fundadas por marroquíes y obligaron a otras escuelas a restringir sus actividades y a enseñar la cultura francesa en lugar de la marroquí.

Tal vez la mejor prueba de la injusticia y la discriminación de que eran objeto los marroquíes en su propio país sea el presupuesto de educación de 1951, que ascendía a 1.920 millones de francos para los marroquíes frente a 2.290 millones de francos para los ocupantes franceses. En otras palabras, el presupuesto asignado a cada alumno marroquí (731 francos) era 23 veces inferior al asignado a los niños franceses (17.270 francos por alumno).
 
La razón por la que muchos franceses trabajaron en el sistema educativo marroquí tras la independencia de Marruecos fue la ausencia de escuelas en el país durante cuatro décadas, ya que Francia no construyó ni una sola escuela para formar profesores durante este periodo. Peor aún, Francia esperó hasta 1950 para construir la primera escuela para formar a empleados y funcionarios del Estado.
 
Esta política constituyó una grave violación de las disposiciones del protectorado de 1912, en virtud del cual Francia se comprometía a formar a la élite administrativa marroquí para encaminar al país hacia la modernización. Pero en lugar de cumplir este compromiso, Francia, sobre todo a partir de 1925, empezó a imponer un sistema de administración directa similar al que imperaba en la Argelia francesa, un sistema en el que los marroquíes ocupaban puestos serviles -y sus salarios eran 20 veces inferiores a los de los franceses-.
 
Los marroquíes también sufrían injusticias y opresión en el sistema sanitario. La tasa de mortalidad general y el porcentaje de muertes infantiles al nacer eran tres veces superiores entre los marroquíes que entre los ocupantes franceses. Esto se debía a que un tercio de las camas disponibles en los hospitales de la época estaban reservadas a los colonizadores franceses, mientras que el resto se asignaba a los marroquíes. En otras palabras, había una cama por cada 1.720 marroquíes, frente a una cama por cada 205 franceses. Según las estadísticas proporcionadas por las Naciones Unidas, el número de médicos que trabajaban en el sector público en todo Marruecos no superaba los 185 en 1948, lo que significa que había un médico por cada 43.240 marroquíes. En cambio, había 436 médicos trabajando en el sector privado en las ciudades, atendiendo principalmente a europeos.
 
Además de todo esto, existía una injusticia sistémica a nivel judicial. Las fuerzas del orden coloniales podían detener a cualquier marroquí sin presentar ninguna orden de detención de las autoridades judiciales. Bastaba una orden de un funcionario de la residencia francesa, o un topo que denunciara a un marroquí, para que éste fuera detenido y encarcelado.
 
Sin embargo, las autoridades francesas sólo estaban autorizadas a detener a cualquier ciudadano francés después de que se hubiera emitido una decisión judicial o una orden de arresto contra él. Del mismo modo, las autoridades coloniales negaban a los marroquíes el derecho a crear asociaciones, clubes, partidos políticos, sindicatos e incluso asociaciones deportivas sin obtener autorización previa. En resumen, los marroquíes no podían celebrar ninguna reunión pública sin el acuerdo previo de la residencia francesa.
 
En cambio, a los franceses se les permitía celebrar reuniones públicas, siempre que durante las mismas sólo se utilizara la lengua francesa. También podían formar asociaciones, clubes y sindicatos. Además, durante todo el periodo del protectorado francés, Marruecos estuvo sitiado, por lo que los marroquíes no podían desplazarse de una ciudad o región a otra sin obtener un visado de las autoridades francesas.
 
Por todas estas razones, ha llegado el momento de que los marroquíes se apropien de su historia y la revisen. No deben seguir dejando que los extranjeros escriban la historia de Marruecos según sus orientaciones e intereses políticos, religiosos e ideológicos. Y lo que es más importante, los marroquíes deben dejar de tomar al pie de la letra las teorías y conceptos contenidos en los libros sobre Marruecos publicados por los franceses a finales del siglo XIX y durante todo el siglo XX.
 
Como dije en un artículo anterior, por razones históricas, económicas y por los vínculos humanos entre millones de marroquíes y franceses, los dos países no pueden seguir dándose la espalda. Por mucho que dure este periodo de turbulencias en las relaciones entre París y Rabat, franceses y marroquíes no tendrán más remedio que reconciliarse y encontrar un modus operandi para salvaguardar sus intereses comunes.
 
Sin embargo, el deseo de reanudar los lazos con Francia no debe en modo alguno desviar nuestra atención de la tarea más importante de decir la verdad y afrontar la historia de las relaciones entre ambos países con valentía, serenidad, imparcialidad y determinación para poner las cosas en su sitio en lo que respecta a las fechorías y secuelas del protectorado francés en Marruecos.

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