Opinión

Francia en Marruecos: una historia de manipulación y fake news

La historia de la ocupación francesa en Marruecos es un largo relato de engaños y mitos, de sembrar el desorden en el Reino en apoyo de la teoría engañosa y racista de que la colonización francesa era necesaria para poner orden y civilizar el Reino. 

La atención francesa a Marruecos empezó a tomar forma hacia el último cuarto del siglo XIX, especialmente con la decisión de Francia de conceder protección al sheriff de Ouazzane y extenderla a los marroquíes en general. Además de la protección de los vasallos marroquíes, que se escapaban así del control judicial y fiscal del Estado, Francia pretendía utilizar otros medios para sentar las bases de la ocupación progresiva del territorio marroquí y, finalmente, del sometimiento total del país. 

La propaganda y la demonización de Marruecos son las dos principales armas que Francia utilizó para alcanzar sus objetivos expansionistas. Esta campaña imperialista francesa se llevó a cabo especialmente mediante la denuncia de la incapacidad del Reino para garantizar la seguridad de los súbditos europeos asentados en su territorio. 

Tramas francesas y europeas para socavar la soberanía de Marruecos 

Así nació el mito, ampliamente difundido en los medios de comunicación y aceptado en los círculos diplomáticos europeos, de Marruecos como terreno fértil para el bandolerismo y los atentados mortales contra ciudadanos europeos. Por supuesto, los problemas económicos en los que se había sumido Marruecos en aquella época privaron a la autoridad central marroquí de los recursos humanos y financieros que le habrían permitido hacer cumplir la ley en todo el vasto territorio del Reino. 

Sin embargo, la situación de seguridad del país habría estado menos comprometida y su imagen menos empañada si las potencias europeas, y más concretamente Francia, no hubieran tratado de agravar la situación financiera del país mediante planes que reflejaban la determinación de los europeos de socavar la soberanía de los sultanes poniendo en duda su legitimidad a los ojos de su pueblo. 

Autores como Edmond Burke y Jean Louis Miège han demostrado con acierto cómo las potencias europeas se dedicaron a instigar el desorden, hasta el punto de llegar a inventar casos de enfrentamientos entre los europeos y la población local. Fabricando casos de ataques mortales de los autóctonos contra los colonos europeos, exigían después a los sultanes marroquíes que se disculparan y pagaran indemnizaciones económicas exorbitantes por los daños causados a los ciudadanos europeos.  

Con el paso de los años, el pago de indemnizaciones se convirtió en el medio más eficaz con el que contaban los europeos para debilitar el prestigio del sultán, su soberanía sobre el territorio, así como para esquilmar las arcas del Estado y endeudar al sultán con los bancos europeos. En 1906, el sultán hipotecó el 65% de los ingresos aduaneros para garantizar el pago de su deuda con Francia, que ascendía a 100 millones de francos. 

Los sultanes marroquíes se enfrentan a la ira pública y a la duplicidad francesa 

Atrapados en este círculo vicioso, los sultanes marroquíes, especialmente Moulay Abdelaziz y Moulay Hafid, se vieron obligados a imponer más impuestos a sus vasallos. Estas medidas impopulares provocaron la ira y el descontento de los marroquíes, que empezaron a cuestionar no sólo la legitimidad religiosa de estas medidas, sino también la legitimidad del sultán como “Comandante de los Fieles” y garante de la independencia, la integridad territorial, la estabilidad y la paz social del país.  

En tales condiciones, se produjo una explosión de revueltas en varias regiones del país. A su vez, estas medidas provocaron el agravamiento de los sentimientos xenófobos de los marroquíes hacia los europeos, algunos de los cuales provocaron ocasionalmente la ira de una población cada vez más molesta por las intromisiones de las potencias europeas. Pero, aunque los enfrentamientos de esta naturaleza no eran más que excepciones, la prensa y las cancillerías europeas los exageraron y amplificaron su impacto.  

Aprovechando la incapacidad de la autoridad central marroquí para garantizar la seguridad en el país, las potencias extranjeras sembraron la semilla de los problemas y crearon la impresión de que el país se hundía en un caos y una inseguridad extremos. Cuanto más inseguro se volvía el país, más exigían los europeos que el sultán introdujera nuevas reformas políticas, realizara gastos adicionales para mantener la seguridad y adoptara nuevas medidas fiscales. 

Francia aprovechó especialmente esta oportunidad para socavar la soberanía de los sultanes marroquíes y acelerar la toma del país por el Ejército francés. Aprovechando la presión a la que estaban sometidos los sultanes desde 1894, Francia empezó a ocupar partes enteras del territorio marroquí con el pretexto de que pretendía mantener el orden y proteger a sus nacionales e intereses comerciales en Marruecos. 

El primer paso que dio Francia en este sentido fue la ocupación de Touat en 1900. Le siguió la ocupación de Béchar por Lyautey en 1903. A partir de 1907, un año después de la Conferencia de Algeciras que otorgó a Francia el derecho a controlar la situación de seguridad en Marruecos, el Gobierno colonial francés dio un paso adelante.   

París se sentía ahora con razones legítimas para proceder a la ocupación y al desmembramiento de Marruecos, ya que la Conferencia de Algeciras había conducido al aislamiento de Alemania, que había intentado, a través de esta conferencia, romper el acuerdo alcanzado entre Francia, Gran Bretaña y España en abril y octubre de 1904. 

El mito del marroquí primitivo necesitado de civilización 

El asesinato en 1907 en Marrakech de Emile Mauchamp, médico y agente de los servicios de inteligencia franceses, brindó a París una oportunidad de oro para machacar el mito de que los marroquíes vivían en la brujería, rechazaban el progreso y la ciencia, y que el país estaba plagado de bandolerismo. Por ello, Francia afirmó que tenía que intervenir para salvar a los marroquíes de su supuesta barbarie y garantizar la seguridad de sus nacionales. Paradójicamente, en lugar de enviar sus tropas a Marrakech tras este incidente, Francia decidió ocupar la ciudad de Oujda. Unos meses más tarde, Francia emprendió la ocupación y el bombardeo de Casablanca en julio-septiembre de 1907. 

Este bombardeo, que causó entre 2.000 y 9.000 muertos, se produjo como consecuencia de la oposición de la tribu chaouia a la construcción del muelle del puerto de Casablanca y de un tramo ferroviario cuyo trazado atravesaba un cementerio.  Inmediatamente después de la ocupación de la región de Chaouia, el empresario francés Henri Popp fundó la Compañía Telegráfica Marroquí y abrió estaciones en Tánger y Casablanca sin el permiso del sultán. Ante las protestas del sultán, Francia se comprometió a retirar sus fuerzas si el sultán compraba la compañía y la ponía bajo control francés.  

Sin embargo, como era de esperar, Francia no cumplió su compromiso a pesar de que el sultán pagó 560.000 francos en 1908 por la compra de la compañía y su puesta bajo la dirección de Henri Popp. Para entonces, Francia había logrado un importante avance militar con la ocupación de Oujda y Casablanca, lo que no dejaba lugar a dudas sobre el resultado de su enfrentamiento con el Majzen, cuyo control sobre el país disminuía de forma alarmante. 

Sin embargo, el sultán Moulay Abdelhafid, que acababa de deponer a su hermano y se había comprometido a luchar por salvaguardar la independencia del país, estaba decidido a preservar su soberanía sobre el país. Desde 1911, el Comité de Marruecos, eje de la empresa colonial francesa en Marruecos, deseaba que el Reino quedara oficialmente bajo dominio francés. 

El debilitamiento de las estructuras administrativas de Marruecos 

Pero como hasta ese momento Francia seguía profesando respeto por la soberanía del sultán y la independencia de Marruecos, tenía que encontrar un pretexto que allanara el camino para el sometimiento definitivo de todo el país. En este sentido, la inestabilidad política y el descontento social que sacudieron el país a partir de julio de 1910 ofrecieron a Francia una oportunidad de oro para marcar el curso de los acontecimientos y establecer su control efectivo sobre el país.  

En esa coyuntura, el sultán Moulay Abdelhafid, ya sumido en una crisis financiera que puso al Estado al borde de la quiebra, decidió remodelar las estructuras administrativas que hasta entonces le habían ayudado a mantener, como buenamente podía, su control sobre todo el territorio. Anteriormente, algunos puestos clave del Gobierno estaban reservados a ciertas familias que gozaban de la confianza del Majzen, mientras que las gobernaciones rurales de todo el país eran coto privado de los líderes de las principales facciones tribales. 

Sin embargo, todo el sistema dio un vuelco cuando Moulay Abdelhafid decidió acabar con esta organización y confiar el control de los resortes más importantes del poder a dos familias: los El Mokris y los Glaouis.  

Mientras Mohammed el Mokri se encargaba de los ministerios estratégicos de Finanzas y Asuntos Exteriores, a El Madani Glaoui y a su hermano Thami se les confió el control de la administración de las zonas rurales, incluida la recaudación de impuestos. El clan de los Glaoui fue así recompensado por apoyar al nuevo sultán en su levantamiento contra su hermano Moulay Abdelaziz en 1904. 

Pero esta decisión provocó un aumento de las tensiones en todo el país, especialmente en las zonas vecinas de Fez y Meknes. Indignadas por los excesos, pero también por el fracaso de la reforma militar introducida por el sultán en 1910, las tribus amazigh y árabes de estas dos regiones desaprobaron las exacciones y abusos que les infligía Thami El Glaoui durante la recaudación de impuestos.  

La situación se hizo aún más insostenible a medida que los abusos cometidos por los agentes de El Glaoui adquirían proporciones alarmantes, pues ya no se libraban ni siquiera las tribus que antes estaban exentas de pagar impuestos gracias a que aportaban soldados al Ejército del sultán, como era el caso de la tribu Cherarda. Los abusos cometidos por El Glaoui y sus agentes alcanzaron tal magnitud que los dignatarios de las tribus de la región de Fez acudieron a la legación francesa a finales de 1910 para pedir a Francia que intercediera en su favor ante el sultán, para poner fin a estas exacciones. 

Los excesos cometidos por El Glaoui intensificaron la cólera de los marroquíes que veían cómo el nuevo sultán no había cumplido los compromisos en base a los cuales había sido llevado al poder en sustitución de Moulay Abdelaziz. A estos abusos se sumó la decisión del sultán de tomar como rehenes a miembros de ciertas tribus que le habían apoyado durante la crisis de Chaouia en 1907.  

Una vez proclamado sultán, Molay Abdelhafid se comprometió a dirigir la “yihad” contra los franceses, a renunciar a las deudas contraídas por su predecesor, a repudiar el Acta de Algeciras, a poner fin a la presencia de los franceses en el país, a salvaguardar la soberanía y la integridad territorial de Marruecos y a restaurar el islam en todo el país.  

Sin embargo, su determinación de salvaguardar la independencia del país pronto chocó con la realidad del avanzado estado de penetración francesa, tanto financiera como militarmente. Al darse cuenta de que las arcas del Estado marroquí estaban vacías y de que no disponía de medios financieros para llevar a cabo sus reformas administrativas y militares, Moulay Abdelhafid abandonó sus objetivos iniciales y en 1910 pidió un nuevo préstamo a la misma Francia a la que debía combatir. 

El deterioro de las condiciones sociales y económicas del país y la incapacidad del sultán para evitar la progresiva erosión de su soberanía y las usurpaciones de Francia empujaron a un grupo de tribus, encabezadas por los Cherarda, los Beni Hassan y cuatro tribus amazigh, a rebelarse contra la autoridad del sultán.  

La decisión del sultán en noviembre de 1910 de aplicar la reforma militar empeoró la situación. Esta decisión se produjo en el mismo momento en que Francia declinó la petición de las tribus de interceder en su favor ante el sultán. Se reunían así todas las condiciones para empujar a las tribus a tomar su destino en sus propias manos y, por tanto, a pasar a la acción y rebelarse contra el sultán.  

Inicialmente, el plan urdido por los insurgentes pretendía asesinar a todos los visires, incluido El Glaoui, así como tomar al sultán como rehén y declarar en su nombre la “yihad” contra los franceses. Se acordó que el complot se llevaría a cabo con ocasión del cumpleaños del Profeta (Aid Al mawlid Annabaoui), que cayó el 14 de marzo de 1911. 

Unos días antes, los insurgentes cambiaron su plan en el momento en que otras tribus decidieron unirse a su lucha. Según el nuevo plan, los insurgentes ya no tratarían de tomar al sultán como rehén ni asesinar a miembros del Gobierno, sino que sitiarían la capital para obligar al sultán a reconsiderar las medidas que había tomado desde julio de 1910. También exigieron la destitución de los instructores militares europeos (en su mayoría franceses y españoles) y la liberación de los miembros de la tribu Ait Ndir que el sultán había tomado como rehenes.  

A principios de abril, las tribus rebeldes comenzaron a endurecer su postura, exigiendo la destitución del Gran Visir y la abolición de las misiones militares introducidas por las nuevas reformas del sultán. También exigieron que se determinara la cuantía de los impuestos que cada tribu debía pagar, que cada tribu eligiera a su caïd (gobernador) y que se les devolviera el dinero que los agentes de Glaoui les habían extorsionado.  

El descontento contra el sultán Moulay Abdelhafid adquirió una nueva dimensión cuando, el 19 de abril, los ulemas (eruditos religiosos) de Meknes proclamaron a su hermano, Moulay Zayn Al Abidin ibn Al Hassan, nuevo sultán. La situación política del país se volvió cada vez más inestable, sobre todo porque la capital quedó aislada de la costa. Como señaló Edmund Burke, durante la rebelión de 1911, las tribus no pretendieron en ningún momento sublevarse contra el sistema monárquico ni cuestionar la legitimidad del sultán como “Comandante de los Fieles”. Más bien, su insurrección reflejaba su rechazo a las reformas introducidas por el sultán. 

El engaño francés en funcionamiento 

El cónsul francés Henri Gaillard, que ejercía una gran influencia en la corte del sultán, utilizó las nuevas circunstancias del país en su beneficio. Describió la situación al sultán en términos alarmantes y trató de convencerle de que solicitara la intervención del Ejército francés para poner fin al asedio de la capital y salvaguardar su trono. Sin embargo, el diplomático francés tardó casi cuatro semanas en obtener del sultán una petición solemne solicitando el apoyo militar de Francia.

El sultán se mostró reacio a tal petición, por lo que Francia recurrió a Kaddour Ben Gharbit, consejero argelino de la legación francesa en Tánger, para convencer al sultán de la necesidad de solicitar el apoyo militar de Francia. Finalmente, a principios de mayo, el sultán se comprometió a enviar una petición oficial de apoyo a Francia. Esta solicitud llegó a la legación francesa en Tánger el 12 de mayo.  

Contrariamente a la creencia popular, el sultán no autorizó en ningún momento en esa carta el desembarco del Ejército francés en la costa marroquí. Lo que sí autorizó fue el envío a Fez de un contingente de goumiers (soldados autóctonos marroquíes) entrenados en Francia y procedentes de la región de Chaouia. El sultán también ordenó el despliegue de un contingente de 1.500 hombres de la región de Marrakech. 

Pero Francia no quiso oír hablar de ello. Como ha demostrado Edmond Burke, lo que Francia buscaba en la carta del sultán era una prueba legal para justificar una intervención militar que había decidido y que ya estaba en marcha. El 17 de abril, tres semanas antes de que el sultán solicitara el apoyo francés, el gobierno francés, a instancias de Eugène Etienne, diputado en Orán y una de las figuras más destacadas de la acción colonial francesa en Marruecos, ya había ordenado el envío de una fuerza expedicionaria a Fez, que debía partir hacia Marruecos el 13 de mayo. 

Mientras tanto, a finales de abril, corrió el rumor en Fez de que el Ejército francés se disponía a desembarcar en la costa marroquí. Gaillard intervino ante los notables de Fez para disipar su temor ante tal eventualidad y tranquilizarles en cuanto a las intenciones de Francia y su deseo de atenerse estrictamente a la petición del sultán. Dado que la petición oficial del sultán no llegó a la legación francesa hasta 24 horas antes de la partida de los soldados franceses hacia Marruecos, Gaillard la antedató al 27 de abril.      

Según Burke, esto reflejaba un vago compromiso que el sultán había hecho a la legación francesa sobre su intención de hacer una petición oficial de apoyo militar a Francia. Al antedatar la carta del sultán, Gaillard pretendía eliminar cualquier sospecha sobre las verdaderas intenciones de Francia. Para ello, se apresuró a presentar la llegada de la fuerza expedicionaria francesa como una respuesta a la petición del sultán.  

Según John MacLeod, entonces cónsul británico en Fez, hasta el último momento se hizo creer a los habitantes de la capital que el asedio de la ciudad sería levantado por los “goumiers” marroquíes. Además, dos horas antes de la llegada de las fuerzas francesas, los pregoneros habían invitado a los comerciantes a engalanar sus tiendas para acoger la llegada del “Mehal-La” de “nuestro señor” el sultán. El 21 de mayo, sin embargo, los habitantes quedaron desolados cuando se dieron cuenta de que habían sido engañados por Francia y de que quienes habían venido a poner fin al asedio de la ciudad no eran goumiers marroquíes, sino soldados franceses.  

Mientras la primera ronda del complot francés tenía así éxito, el lobby colonial francés y sus simpatizantes en el Gobierno francés se dedicaron a crear condiciones favorables para obtener el apoyo de la opinión pública francesa y de las potencias europeas para el envío de soldados a Marruecos. Y como la astucia, el engaño y la propaganda siempre han sido las herramientas preferidas de las élites político-económicas y mediáticas francesas, urdieron todo un plan para asestar el golpe de muerte definitivo a la independencia marroquí. 

En abril de 1911, Maurice Rouvier, portavoz del Comité Marroquí y antiguo primer ministro francés, difundió el rumor de que Fez, la capital del Reino, estaba sitiada por miles de insurgentes procedentes de las zonas vecinas y que los europeos corrían peligro de muerte segura. Presionado y conmocionado por la magnitud del ataque que se creía inminente contra la comunidad francesa en Marruecos, el Gobierno francés dio al general Moinier la orden de enviar una fuerza expedicionaria de 30.000 hombres a Fez con el fin de evitar la carnicería y la masacre de los franceses. 

Gran Bretaña, que ya había dado luz verde a Francia para apoderarse de Marruecos, expresó su apoyo a la decisión del gobierno francés. Incluso Alemania, que hasta entonces había sido la parte más afectada por el acuerdo británico-francés, no expresó ninguna oposición. Berlín se limitó a asegurarse de obtener el compromiso del gobierno francés de retirar sus fuerzas una vez cumplida su misión.  

En cuanto a España, temiendo verse superada por Francia y no poder seguir aplicando las cláusulas secretas del acuerdo de 1904, cuyo contenido sería revelado en noviembre de 1911 por el periódico parisino Le Matin, decidió enviar sus tropas a Larache y Lakser El Kebir, allanando así el camino para su ocupación efectiva del norte de Marruecos. 

Bajo la influencia del Comité de Marruecos, que tenía un peso significativo en el panorama económico, político y mediático francés, se puso en marcha una colosal campaña de propaganda. El objetivo final era, por supuesto, crear un clima favorable a la intervención del ejército francés en Marruecos.  Muy pocos franceses vivían entonces en Fez, y no había constancia de enfrentamientos con la población local ni de ataques mortales por parte de ésta. Sin embargo, la opinión pública francesa se vio repentinamente bombardeada durante varios días por una avalancha de noticias en los medios de comunicación en las que se afirmaba que los ciudadanos franceses de la capital marroquí habían sido objeto de ataques mortales por parte de los marroquíes, que supuestamente no habían perdonado ni a niños ni a ancianos.  

En consonancia con la agenda del Comité marroquí, la prensa parisina informó con todo lujo de detalles sobre las fechorías y crímenes supuestamente cometidos por los asaltantes marroquíes. Para añadir un toque de dramatismo a la situación, la prensa francesa advirtió de la escasez de alimentos a la que se enfrentaría la capital en caso de que el asedio a la ciudad durase más de dos semanas. Si el asedio se prolongaba, los habitantes de la ciudad sólo dispondrían del equivalente a dos semanas de víveres. 

Todo se había puesto en marcha para galvanizar a la opinión pública francesa y obtener su apoyo para enviar su ejército a Fez y los gastos financieros que de ello se derivarían. Sin embargo, para su sorpresa, los 30.000 soldados franceses no encontraron a nadie en el lugar cuando llegaron a la capital marroquí. Y, lo que es peor, no hubo ni asaltos contra la comunidad francesa en Fez ni asaltantes marroquíes decididos a matar a franceses de todas las edades. Más bien, la vida en la capital marroquí transcurría con normalidad y no se produjeron enfrentamientos entre la policía y los residentes. 

En su libro “Marruecos en la diplomacia”, publicado en 1912, el periodista y político franco-británico Edmund Dene Morel informó de que uno de los periodistas que había participado en la difusión de noticias falsas sobre el supuesto asalto a la ciudad de Fez, reconoció que tal asalto nunca había tenido lugar, y que en ningún momento la seguridad o la vida del puñado de ciudadanos franceses había estado en peligro en Fez. En cuanto al suministro de alimentos de la ciudad, afirmó que la capital del reino tenía suficiente para alimentar a sus residentes y a los 30.000 soldados franceses durante más de un año. 

En cualquier caso, el complot había dado sus frutos y Francia consiguió asestar un último golpe mortal a Marruecos antes de obligar a su sultán, un año más tarde, a firmar el Tratado del Protectorado. “Los dados estaban echados” para el sometimiento de Marruecos por Francia, como señala Morel en su libro: “Después de Casablanca y Fez, Francia había dado, casi sin darse cuenta, un paso decisivo. Una ocupación indefinida de la capital era el preludio natural de un Protectorado. La era de las concesiones, los beneficios y los dividendos estaba a punto de comenzar”. 

Samir Bennis es cofundador de Morocco World News. Se le puede seguir en Twitter @SamirBennis. 

Pie de foto: PHOTO/MOROCCO WORLD NEWS - En la foto aparecen el rey Mohamed V, el rey Hassan II y el rey Mohamed VI. En el fondo, la foto muestra al presidente francés Emmanuel Macron y al mariscal Lyautey