El mundo árabe del Siglo XXI: acciones que hablan más que las palabras

Palestine

Un buen ejemplo de la tendencia a la deshumanización que ha venido caracterizando al Medio Oriente en los últimos 75 años lo encontramos en la reciente noticia del bloqueo administrativo, por parte de autoridades israelíes, de una partida de vacunas en tránsito desde Beitunia hasta sur de Ramallah, en la Franja de Gaza. Que a los líderes de uno y otro lado de la frontera les parezca aceptable situar el enconamiento por encima de la salud de los palestinos, pone de manifiesto la nociva mezcla de mistificación intransigente a la que se aferran quienes se niegan a admitir el derrumbe del viejo orden en la región, en su afán por evitar adaptarse al cambio.

Y sin embargo, como si se tratara de una miopía congénita –algo que podríamos llegar a  pensar si nos dejásemos arrastrar por los prejuicios- ni árabes ni hebreos parecen haberse cerciorado de que la pandemia ha sido la gota que ha colmado el vaso del hastío en el mundo árabe, resentido  por la acumulación de crisis, desde los levantamientos de la Primavera Árabe a las protestas en Sudán,  Argelia, Líbano e Irak, pasando por el colapso de los precios del petróleo y los desplazamientos de refugiados víctimas de conflictos armados perennes. Lo común de estos problemas debería llevar a buscar soluciones compartidas para transitar hacia una mayor estabilidad sobre la que construir más prosperidad, en lugar de tratar de contener la inevitable ola de cambios en ciernes creando compartimentos políticos estancos, en los que se intenta desecar la disidencia, en lugar de canalizar las legítimas demandas sociales.

No parece, no obstante, que en esta ocasión las viejas fórmulas autocráticas vayan a ser útiles a la causa del inmovilismo. Por un lado, es difícil negar que la causa palestina haya dejado de ser el principal elemento aglutinador del mundo político árabe, el factor que servía como coartada para asignarle una exógena dimensión árabe-israelí al anquilosamiento de las sociedades árabes. Súbitamente, el canto del cisne diplomático de la Administración Trump supuso la disrupción de este ilusorio estado de cosas, al lograr inéditos acuerdos diplomáticos entre árabes e israelíes que, por una parte,  relativizaron  la imposibilidad del diálogo, y por otra, sirvieron para constatar que el Medio Oriente ha dejado de ser una prioridad para unos Estados Unidos, cuya opinión pública está agotada de décadas de contraproducentes intervenciones en la región, en la que quienes han emergido como potencias regionales han sido la expansionista Turquía y su socio Irán, en detrimento de las naciones árabes, que han visto como la COVID provocaba el hundimiento del modelo de régimen-providencia, aquél compromiso mediante el cual se aceptaba el autoritarismo a cambio de estabilidad y gasto social financiado con los ingresos provenientes de la extracción de crudo, un modelo que ha colapsado a la vez que se ha producido el fin de la era del petróleo, por lo que los países productores ya no pueden sostener la versión árabe del estado de bienestar. Y con él hecho trizas, el impacto social de la pandemia ha sido calamitoso, avivando las ascuas de las revueltas cívicas en las que se prestan a pescar los grupos radicales.

No es de extrañar pues que las cúpulas más sagaces de entre las naciones árabes hayan optado por un entendimiento pragmático con Israel, para no convertirse en rehenes de la retórica de Hamás y Hizbulá, esto es, del fundamentalismo gazatí y del integrismo chií. Tras esta decisión, subyace además la tácita admisión de los dirigentes árabes de que los cimientos del viejo orden árabe, fundamentados en la autarquía petrolera,  han dejado de existir, así como la reluctante aceptación de que el precio a pagar para conservar al menos parte del poder, es abrir la puerta a la cooperación política y sentar las bases para la integración económica regional, lo que a medio plazo obligará a una apertura moderada  de sus respectivos sistemas políticos, dando cabida  a gobiernos inclusivos, participativos y representativos,  que respondan a las aspiraciones de las nuevas élites árabes, representativas de unas nuevas dinámicas demográficas caracterizadas por un menor querencia por el sectarismo, y que, por consiguiente, esperan que se produzcan reformas de las leyes electorales y de la libertad la libertad de prensa y el derecho a la información. 

Sin esta regeneración social no pueden darse las condiciones para una transformación del tejido productivo que permita a los países árabes dejar de ser el farolillo rojo de las desiguales tanto en ingresos como en oportunidades: el sostenimiento de un Estado social, arbitrado por un poder judicial independiente,  requiere de la existencia de un sistema tributario adecuado, cuya legitimación exige participación política plural e inclusiva, siguiendo el célebre eslogan de la Revolución Americana de 1789; 'no taxation without representation'.

La amplitud y profundidad de los cambios que los países árabes deben acometer, si quieren reconciliar ostentar un papel es el escenario global con mantener la estabilidad doméstica, son de tal calado que no podrán llevarse a cabo sin la colaboración de actores internacionales, que tendrán que superar la desfasada dicotomía entre dar peces y enseñar a pescar: en el mundo global del siglo XXI, las sociedades prósperas fabrican juntas las cañas de pescar, y se mercadean entre si los peces capturados con ellas. Este cambio de paradigma será particularmente relevante en lo que concierne a Palestina, un problema que no se puede solucionar mediante ayudas materiales árabes que mantengan la inoperancia de la Autoridad Palestina, tal y cómo contemplaba el 'Plan de Paz' de Trump. 

Por más que la cuestión palestina haya pasado en apariencia a un segundo plano, como consecuencia de la coyuntura internacional durante el último año del mandato de Trump, y aunque en Israel no falten quienes quieran creer que el establecimiento de relaciones diplomáticas con un cierto número de capitales árabes ha opuesto en marcha la cuenta atrás para la fecha de caducidad del conflicto palestino, es impensable que el peso político de la diáspora palestina en los países árabes deje de ser un factor político en Estados como Jordania y Egipto,  que no podrá ser ignorado. En Jordania, por ejemplo, la comunidad palestina ya es mayoría, permitiéndole cabildear para que vincular el futuro de Cisjordania al del reino hachemita, creando no poca inquietud de los sectores oficialistas jordanos.

Si bien el número de refugiados palestinos en Egipto es mucho menor que en Jordania, la sombra de Gaza sobre los asuntos egipcios tiene una importancia estratégica para el país, especialmente en lo que se refiere a la relación directa de la seguridad en la Península Sinaí con el antagonismo entre los salafistas y Hamás en la Franja de Gaza. Lo que esto supone, en términos prácticos, es que la suerte de Palestina está ineludiblemente entrelazada al papel de Egipto y Jordania la región, condicionando por ende el progreso económico del conjunto de la esfera árabe; Magreb, Levante y golfo Pérsico.

Consecuentemente, las viejas fórmulas economicistas promovidas con eslóganes vanilocuentes como 'paz económica' y 'dividendos de la paz',  patrocinadas por todas y cada una de las administraciones norteamericanas desde los años 80, desde el programa 'calidad de vida' de Ronald Reagan hasta el plan 'paz a la prosperidad' de Donald Trump, son inadecuados en la actualidad, porque su aplicación presume la prevalencia de un orden árabe  que en realidad está en vías de extinción, y omite del análisis el impacto en el  panorama regional que se deriva de los intereses chinos en la zona, cuya avidez inversora ofrece a los actores árabes alternativas a las tradicionales acciones occidentales: China ha visto con buenos ojos los  'Acuerdos de Abraham', porque siendo su estrategia más comercial que política, prima la estabilidad sobre otras consideraciones. Iniciativas chinas en la región árabe como la 'Digital Silk Road' parten de la premisa de que la existencia de una estabilidad geopolítica a largo plazo hará viable la conectividad interregional gracias a la implementación de ejes tecnológicos e infraestructuras como la ‘Red Ferroviaria Red-Med'. Por primera vez en décadas, al mundo árabe se le presenta una ocasión real para dejar atrás su estancamiento secular iniciando un proceso gradual de apertura que permita la modernización socioeconómica, haciendo obsoleto el discurso del radicalismo que sigue atando al mundo árabe al pasado.