Opinión

Adiós, Reino Unido, adiós

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Una fría votación en la que el sí ha ganado por 621 votos frente a los 41 del no, ha servido para dar carpetazo a casi medio siglo de relación entre el Reino Unido y la Unión Europea. A las doce de la noche de este viernes, esos lazos se romperán para siempre, de momento. Tras la votación llegó el instante cálido, el que emociona, el que demuestra que el populismo es un cáncer de la sociedad contemporánea y el relativismo un veneno para Occidente. Los eurodiputados más nostálgicos entonaron con sus manos entrelazadas Auld Lang Syne, una canción escocesa de despedida en la que se promueve el brindis “por los viejos tiempos”. La hemos cantado mucho también en España, con otra letra y seguramente otro espíritu también, pero como la música es un idioma universal, ha servido siempre para momentos muy parecidos en emociones:

Los dos hemos vadeado la corriente, 
desde el mediodía hasta la cena,                               
pero anchos mares han rugido entre nosotros, 
desde los viejos tiempos.

Los anchos mares que nos han separado tienen muchos artífices, desde aquél ya lejano David Cameron que debe estar estos días escondido debajo de la cama para que ni siquiera sus familiares más directos puedan mirarle a los ojos, porque seguramente ni a ellos les aguantaría la mirada. Va a ser difícil encontrar en la historia contemporánea un dirigente político que haya hecho tanto daño a su propio país, excluyendo a su compatriota Neville Chamberlain. Desde él, decíamos, hasta los euroescépticos británicos que han hecho su agosto soliviantando a su pueblo con  sus propias obsesiones personales. Pero al final, el pueblo es el que toma las decisiones, y ésta la tomó en junio de 2016 ya que ningún responsable político, todos ellos irresponsables, se percataron de que una decisión de tanta trascendencia no puede tomarse por un 52 por ciento de los votos favorables frente a un 48 por ciento contrarios. 

Este será el primer fin de semana en que los británicos no pertenezcan a la UE desde el 1 de enero de 1973. Siempre en estas casi cinco décadas han sido recelosos estando dentro por la pérdida de su orgullosa soberanía  que ha supuesto en muchos aspectos, lo cual derivó en la decisión de no compartir la moneda única y continuar con la libra como moneda de cambio legal. La “cuestión europea” siempre ha flotado en el ambiente de los mandatos de Heath, Wilson, Callaghan, Thatcher, Major, Blair, Brown, y el propio Cameron (los restantes, May y Johnson, sólo han ejecutado la estrecha voluntad popular). De forma que la oleada de antieuropeos iba creciendo hasta que resultó canalizada por un movimiento radical, transversal a las ideologías laborista o conservadora, que captaba el sentimiento de muchos ciudadanos, especialmente de zonas alejadas de los grandes núcleos urbanos. Y así se escribió la historia: el campo fue abonado hasta que un bombero con la manguera conectada con un bidón de gasolina acabó de prender la mecha convocando una consulta que creía que iba a ganar. Por el camino ha habido hasta muertos: Jo Cox, la diputada laborista pro-UE, que fue disparada y asesinada por un perturbado en una calle de Leeds a pocos días del referéndum. Desde entonces, el país dividido que mostró aquél resultado ha ido dejando paso a una nación resignada a abandonar el barco europeo, a condenar a sus jóvenes más urbanos y abiertos frente a la cerrazón de los mayores lejanos a la City, a rechazar la inmigración ordenada que le proporcionaba estar en el seno del club comunitario. 

Los británicos siempre han sido más partidarios y defensores de la unión comercial que de la política, y mucho menos aún de la defensa común. Siempre se sintieron versos sueltos a bordo del barco europeo, pero su salida va a tener importantes consecuencias en la próxima década. Ahora habrá que ver cómo se producen los acontecimientos en torno a Escocia, cuyos nacionalistas exigen también su segundo referéndum para poder reingresar en la UE, proceso largo y complicado que no pueden prometer porque habrá voluntades contrarias como la española (o debería ser contraria, cosa que con el actual gobierno no está garantizada). El futuro sobre la nación escocesa no está escrito aún.