En Marruecos, el espíritu comunitario judeo-musulmán surge de forma natural

El 12 de diciembre de 2024, partí con cuatro colegas de la Fundación Alto Atlas (HAF) al encuentro de los miembros de la comunidad rural de Tafza (provincia de Al Haouz, región de Marrakech), situada en la cadena montañosa que soportó el horrendo epicentro del terremoto de septiembre de 2023.
A diferencia de las innumerables visitas que miembros de nuestra organización sin ánimo de lucro marroquí y estadounidense han realizado a muchos cientos de comunidades de aldeas de esta zona desde aquel desastre natural, esta reciente visita de diciembre tenía un propósito de restauración diferente, aunque humanamente esencial.
El presidente de la comunidad judía marroquí de Marrakech, Jacky Kadoch, seguido de la autorización de las autoridades provinciales de Gobierno, nos había pedido que realizáramos un deber sagrado en el cementerio judío de Tafza. Nuestro propósito ese día era recoger y enterrar de nuevo los restos humanos que han emergido de la tierra tras años de terrible erosión, probablemente agravada por el terremoto del año anterior.
El nuevo entierro de los difuntos queridos por parte de la Fundación del Alto Atlas, previa solicitud, es un servicio de honor que realizamos con urgencia. HAF lleva a cabo proyectos de desarrollo comunitario basados en la voluntad colectiva de la población local por iniciativas que respondan a sus prioridades individuales y compartidas.
Nuestra experiencia más destacada consiste en facilitar esas conversaciones introspectivas que desembocan en el plan de acción de la gente, "los beneficiarios", para el desarrollo que más desean. Para nosotros, y así lo subraya la experiencia mundial, los proyectos perduran y cumplen los objetivos de vida de la gente gracias a la dedicación de la comunidad a llevarlos a cabo. Por lo tanto, es vital que el nuevo enterramiento se haga junto con la gente, lo más cerca posible del cementerio histórico de la montaña, ya que hacerlo también tiene importancia para ellos.
El cuidado por parte del reino musulmán suní de Marruecos de los cementerios judíos en todas las partes de la nación es tan natural como la propia identidad del pueblo. No requiere explicación ni persuasión, sólo la confirmación de un día y una hora en que hombres de todas las edades se reúnen para restaurar lo que la comunidad colectiva considera parte de su propio pasado indeleble y venerado.
Cuando llegamos esa mañana, unas 30 personas ya estaban reunidas con sus herramientas para trabajar a lo largo y ancho del cementerio de 1.200 metros cuadrados, recogiendo todos los huesos que encontraban, colocándolos en un saco o cubierta de tela (según las tradiciones judías y musulmanas marroquíes) y volviendo a enterrarlos en una nueva tumba que los habitantes de Tafza habían cavado, forrado de ladrillo y construido para que perdurara durante los próximos milenios.
Mientras caminábamos junto a los habitantes de Tafza por todas las partes del cementerio con los ojos puestos en el suelo, hablamos también del trabajo necesario para reparar y poner fin a la erosión de esta ladera de montaña que se desmorona. Identificamos los puntos críticos en los que añadir y nivelar la tierra y plantar árboles frutales no fructíferos de la forma permitida por la costumbre judía. Hablamos de las tres comunidades de aldeanos judíos que abandonaron la zona hace varias generaciones, a las que pertenecía este cementerio de unos 1.000 años de antigüedad.
Fuimos al lugar de enterramiento sin nombre de un venerado rabino, cuyo nombre esta generación adulta de habitantes de Tafza ya no recuerda. La mayoría de los lugareños que conocían este cementerio, bisabuelos de las actuales familias de agricultores, ya no viven.
Nos ocupamos del inaplazable reentierro de los huesos, pero aún queda mucho trabajo de restauración por hacer. Incluso con la muy loable iniciativa nacional de la comunidad judía marroquí dirigida por Serge Berdugo con el respaldo financiero del gobierno marroquí siguiendo instrucciones reales que restauró 167 cementerios judíos, un gran número de ellos aún requiere atención.
La presencia de los representantes del gobierno marroquí aquella mañana fue cálida, servicial y amable. Daba la sensación de que todos juntos habíamos creado ese día una subcomunidad de protectores marroquíes del pasado y del futuro. Es costumbre de los judíos marroquíes, en el aniversario del fallecimiento de sus justos (la ocasión se denomina hiloula), comer juntos y disfrutar de un momento compartido de generosidad.
Aquel día de diciembre no era el aniversario de la muerte de nadie, aunque podría haberlo sido. Pero partimos el pan, lo mojamos en miel cruda local y aceite de oliva, bebimos té hecho con hierbas locales y compartimos un momento que superaba infinitos momentos anteriores de personas marroquíes musulmanas y judías del gobierno, la sociedad civil y las pequeñas empresas, de la ciudad y el campo, completando algo que llamaba a hacerse.
Pusimos ante todos nuestros ojos los milagros y las bendiciones de Marruecos que se abren paso en nuestros asuntos cotidianos. Esto me explica, tan bien como he podido, que servir en Marruecos es no dejarse ir nunca.
El Dr. Yossef Ben-Meir es sociólogo, antiguo Voluntario del Cuerpo de Paz que sirvió en las montañas del Alto Atlas hace 30 años, y Presidente de la Fundación del Alto Atlas en Marruecos.