De manera oficial, la Guerra Fría finalizó con la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989. Al menos ese fue el punto de inflexión de la desaparición de la invisible pero férrea barrera que dividía el mundo en los sistemas capitalista y comunista, con el único hilo conector de un teléfono rojo que comunicaba directamente Washington con Moscú.
Treinta y tres años después de la caída del muro, las cenizas de la antigua Unión Soviética sostienen la Federación de Rusia bajo la figura de Putin, quien en su primer discurso subrayó que “Rusia fue fundada como un Estado supercentralizado desde el principio. Esto es inherente a nuestro código genético, a nuestras tradiciones y a la mentalidad de la gente”.
La premisa que afirma que la Guerra Fría acabó con la caída del muro de Berlín cada vez se aleja más de la realidad si nos fijamos en el orden internacional actual. Casi tres décadas después lo que distingue la oficialidad de estar en una Guerra Fría o no, no es nada más que el nombre. Junto a esto, cabe añadir a la batalla la irrupción de China como actor principal en el pódium de las potencias mundiales.
Con la incursión de China, quien ha ido tejiendo de manera silenciosa pero efectiva una enorme influencia y poder en vastos territorios mundiales como es el caso de África o zonas asiáticas, Rusia, potencia que poco a poco iba perdiendo parte de influencia, ha sabido ver en el gigante asiático una oportunidad para seguir manteniéndose en la competencia por el poder del mundo.
China se ha constituido, por primera vez, como el principal rival de Estados Unidos, país que ha ido haciendo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial un conjunto de doctrinas y políticas en materia de política exterior que han subrayado la presencia casi omnipresente de EE. UU. en América Latina (antes de las revoluciones), Europa y en partes geoestratégicamente claves de Asia.
Sin embargo, Estados Unidos ha querido ir dejando atrás sus políticas expansivas para ir centrándose en el “America First” recuperado por Donald Trump, o al menos eso parecía.
El último ejemplo de la sempiterna rivalidad entre Occidente y Oriente ha sido la firma del acuerdo AUKUS, un histórico acuerdo efectuado entre Australia, Reino Unido y Estados Unidos para “preservar el tejido del compromiso y la disuasión en el Indo-Pacífico”. Biden casi sin querer, recuperaba el término de “la disuasión”, acuñado en el contexto de la Guerra Fría, para enmarcar un conflicto que es, que existe y que ni mucho menos ha llegado a su fin.

La disuasión tiene como fin amenazar al adversario para que este no cometa el inicio de un conflicto mayor, y así ha seguido en pie esta estrategia en muchas materias, sobre todo aquellas referidas a las armas nucleares.
El AUKUS se compromete a que Estados Unidos surta de manera asidua la tecnología necesaria para fabricar y desarrollar submarinos de propulsión nuclear a Australia, siendo esta la primera vez desde 1958 que EE. UU. facilita este tipo de material para la fabricación de submarinos de este tipo.
De esta forma, Australia se convertiría en el séptimo país que contaría con este arquetipo de armamento, por detrás de los firmantes del acuerdo, Francia, China, Rusia y La India. Países que no son baladís si nos percatamos de la posición geográfica que ocupa Australia limitando al Sur y al Oeste con el Océano Índico mientras que al Este confina con el Océano Pacífico.
“El esfuerzo que lanzamos hoy ayudará a mantener la paz y la estabilidad en la región Indo-Pacífica”, subrayaban desde un comunicada emitido desde la Casa Blanca subrayando aún más el recelo de China.
Sin embargo, este acuerdo no sólo ha causado el enfado de China, uno de los mayores afectados. Francia, país que mantenía un acuerdo con Australia de la venta de 12 submarinos de propulsión, valorados en 50.000 millones de euros, se ha visto directamente afectado por la nueva operación.

Con la aparición de AUKUS, acuerdo que, aunque lo conocíamos unos días es notorio que su generación es mucho más antigua, Francia deja de ser el protagonista de la venta de los multimillonarios submarinos para ver como la compañía francesa Naval Group es sustituida por Lockheed Martin, empresa encargada de fabricar y vender las naves.
Tras ser “una decisión unilateral, brutal, imprevisible, que se parece mucho a lo que hacía Trump”, según el ministro de Exteriores francés, Jean -Yves Le Drian, Emmanuel Macron se mantenía en un diplomático silencio que ha durado 24 horas: Francia ha llamado a consultas a sus embajadores en Estados Unidos y Australia por actos de “excepcionalidad gravedad”, según han señalado.

La llamada a consultas por parte de un país a sus embajadores es el paso anterior a una ruptura de relaciones oficial y Francia con esta decisión así lo ha dejado entrever. Por otro lado, a la incredulidad de Francia se le ha sumado la propia Unión Europea que ya confirmó con las declaraciones de Josep Borrell el desconocimiento de la ejecución de este acuerdo. Declaraciones que demuestran todavía más el escaso papel que mantiene la Unión Europea en cualquier ámbito de política exterior.
El pacto AUKUS ha ocasionado un revuelo mundial ya que es mucho más que un acuerdo, es una declaración y representación total de cómo está organizado el orden mundial.
De esta forma, las reacciones también se han emitido desde los países del Golfo y de Oriente Medio, últimamente sacudidos por la retirada de las tropas internacionales de su terreno. Además, la región del Golfo mantiene un tenso clima por la amenaza de Irán, rival claro de Estados Unidos y que hace que el pacto repercuta en sí en el rumbo de la estrategia estadounidense en la región.
Observadores internacionales ya han afirmado que Francia estaría descubriendo, al igual que lo habrían hecho los países árabes del Golfo, que Estados Unidos, independientemente del presidente que este en el momento “prioriza sus intereses tenga en cuenta o no los intereses de sus aliados”. Además, señalan que Francia habría descubierto así que “la nueva administración estadounidense apunta a sus intereses” y que, además, “el trato de los submarinos son solo un frente para otras batallas de influencia, especialmente en el continente africano”.
En este sentido, AUKUS podría suponer el apoyo de los esfuerzos de los Estados del Golfo para seguir construyendo alianzas con Europa y del mismo modo, el Golfo podría lograr una atmosfera de interés común que equilibre “la seguridad y la economía” en la zona.

Ante esta posibilidad, Estados Unidos ha querido adelantarse destensando la actual relación con Francia tras afirmar que “Francia es un socio vital y nuestro aliado más antiguo, le damos el mayor valor a nuestra relación”, aseguraba el portavoz del Departamento de Estado, Ned Price, en un comunicado.
Sin embargo, estas palabras tranquilizadoras son insuficientes para París. Desde Camberra lamentan la decisión de Francia por la alta estima que mantenían con el país en relaciones diplomáticas. Por otra parte, no se ha producido una llamada a consultas hacia los embajadores ingleses ya que “no necesitamos mantener consultas con nuestro embajador (británico) para averiguar qué hacer o sacar conclusiones”, según informaba Le Drian.

Junto a esto, en un comunicado señalaba que “la cancelación del proyecto y el anuncio de una nueva asociación con Estados Unidos sobre la posibilidad de cooperación futura en submarinos de propulsión nuclear constituyen un comportamiento inaceptable entre aliados y socios”. Agregó que las consecuencias del acuerdo “afectan directamente nuestra visión de nuestras alianzas y asociaciones, y la importancia de la región del Indo-Pacífico para Europa”.
AUKUS ha resquebrajado la estructura actual de las relaciones para crear todavía más rivalidades y frentes abiertos. En este nuevo acuerdo Estados Unidos deja claro, una vez más, que independientemente del resto de peones, al final sólo hay un caballo ganador.