¿Cuál va a ser la nueva estrategia antiterrorista de Estados Unidos?

Alexandra Dumitrascu

Pie de foto: Sala de Situaciones de crisis de la Casa Blanca

El terrorismo islámico representa en la actualidad una de las mayores amenazas a la seguridad y estabilidad internacional. En este sentido, el Daesh es, quizá, la organización terrorista que mayor desafío supone, dada su capacidad y eficacia de reclutar a decenas de miles de combatientes de todos los continentes del mundo. Esto sin olvidar la amenaza que supone todavía Al Qaeda, así como Hezbolá y Hamas, estos últimos dos patrocinados por Irán.

En lo que al Daesh se refiere, hasta la fecha, Estados Unidos ha sido el único con potencial real de liderar una coalición internacional para combatir a esta organización terrorista en los territorios controlados en Siria e Irak.

Seguramente el desarrollo o el desenlace de esta guerra no declarada contra el terrorismo seguirán dependiendo en mayor medida del liderazgo de Estados Unidos, hasta que la balanza de poder se tuerza a favor de un nuevo actor.

Falta poco menos de una semana para saber finalmente quién va a ser el próximo presidente de Estados Unidos, sin embargo las campañas de uno y otro candidato a la presidencia, Hillary Clinton y Donald Tump, han vuelto a poner en evidencia el reality show de la política norteamericana, con acusaciones reciprocas cada cual más atroces, a la vez que mediocres, que difuminaron los problemas de fondo de Estados Unidos. Por tanto, la incertidumbre acerca de cuál va a ser el papel del país norteamericano en la lucha contra el yihadismo y, sobre todo, de si alguno va a estar a la altura de hacer frente a esta amenaza, es elevada.

Reminiscencias de la Guerra Fría

La propuesta de Donald Trump, para combatir el terrorismo islámico combina elementos de la Guerra Fría con límites a la inmigración. El candidato republicano a la Casa Blanca vuelve a evocar un escenario de suma cero, en el que Estados Unidos se relacione con el mundo con la superioridad que le es propia.

Aunque, como en toda su campaña, el núcleo central de sus propuestas, son los inmigrantes, como principales responsables de los males de Estados Unidos, incluso cuando se trata de terrorismo.

En su discurso en la Universidad Estatal de Youngstown de Ohio, de agosto 2016, bajo el lema de cómo hacer América segura nuevamente, Trump planteó un cambio radical de las políticas que ha definido el Gobierno de Barack Obama, con Hilary como Secretaria de Estado, para rectificar el “desastre” creado por su oponente al apoyar estrategias de cambio de gobiernos que han fracasado, y de reconstrucción de las naciones, sin éxito. Libia, Egipto, Siria e Irak, son el paradigma que, según Trump, demuestran la mala gestión de Hilary, a la que acusa del fortalecimiento del Daesh, y a la que ve sin capacidad “física ni mental” de hacerle frente.

Un cambio radical que, sin embargo, implique la misma estrategia que ya ha sido implementada, y que consiste en combinar los planos militar, financiero y cibernético. Es decir, seguir con la política de ataques de drones iniciada por la Administración de Obama, y reforzar la cooperación internacional para cortar la financiación, y desactivar la propaganda de los grupos y organizaciones terroristas. Sin embargo, las propuestas en el plano operacional son altamente vagas, si bien ha dicho que un cambio al respeto sería el esfuerzo de capturar con vida miembros de alto valor  que puedan proporcionar información valiosa sobre su organización/grupo terrorista. Además, ha sugerido que los combatientes extranjeros, sin especificar su nacionalidad, serán juzgados en tribunales militares.

Para todo ello propone un consenso bipartidista, y a nivel internacional, que involucre un deseo real por parte de todos los actores de combatir el terrorismo; sin descartar de esta asociación a Israel, Rusia, al rey Abdalá II de Jordania, al presidente Abdelfatah Al-Sisi de Egipto, ni a la OTAN que tanto ha criticado en los últimos meses. La novedad en este sentido consistiría en apostar, según ha dejado claro, por una política de falta de cinismo e hipocresía, al endurecer el discurso contra aquellos países cuya ideología fomentan la violencia y el terrorismo. Si habría que atenerse a esto, habría que incluir a estados como Arabia Saudí o Pakistán, grandes aliados de Estados Unidos, pero cuyos regímenes violan sistemáticamente los derechos de las mujeres y de los homosexuales, por los que Trump tanto aboga.

En el plano interno, la propuesta estrella de Trump para lidiar con el radicalismo islámico consistiría en, primer lugar, en suspender de forma temporal la entrada de los inmigrantes procedentes de las regiones en conflicto, para dejar de “importar terrorismo" a través del tradicional sistema de inmigración. Una medida que se complementa con la implementación de una “prueba de detección ideológica” para identificar a los miembros o simpatizantes radicales, así como a aquellos que muestran una actitud hostil hacia los Estados Unidos, o hacia sus principios y valores. Si bien lo más importante para Trump es controlar el flujo de inmigrantes, en contraste con su oponente, que, tal como afirma, pretende incrementar la cuota de refugiados sirios un 550% queriendo con ello convertirse en la “Angela Merkel de América”.

En segundo lugar, Trump pretende crear una Comisión sobre el Islam Radical integrada por miembros reformistas de la comunidad musulmana que prediquen a los ciudadanos norteamericanos los verdaderos valores del Islam, e indicar aquellos signos relacionados con la radicalización que permitan crear nuevos protocolos para los servicios de seguridad.

A nivel general, el candidato republicano apuesta fuertemente por los servicios de inteligencia, y por el aumento de los efectivos del Ejército estadounidense, de los navíos, de los aviones de combate, y en la inversión en un sistema antimisiles que haga frente a las “crecientes amenazas” hacia Estados Unidos.

Clinton: mantener el statu quo

A diferencia de su contrincante, Hillary Clinton, tiene amplia experiencia tanto en el ámbito político como en materia de relaciones internacionales, aunque esto no denote una mayor capacidad para enfrentar amenazas de todo tipo, ni mucho menos cuando del radicalismo islámico se trate. En el caso en que Hillary llegue a la Casa Blanca, es más que previsible que sus nuevas políticas, especialmente en materia de política exterior, guarden una fiel relación con las decisiones tomadas o apoyadas en el cargo de Secretaria de Estado.

Así, la propuesta de la candidata demócrata a la Casa Blanca para luchar contra el terrorismo islámico apuesta por dar continuidad a la política desarrollada por la Administración de Obama, y aunque parezca paradójico en poco difiere de las soluciones que Trump ofrece en esta materia, siendo la retórica la que, posiblemente haga la diferencia.Hillary admite que el Daesh representa la principal amenaza a la seguridad internacional, y para derrotarlo propone un plan en tres fases. En el ámbito operacional, en Siria e Irak, Hillary apuesta por el statu quo al abogar por la misma estrategia de ataques aéreos no tripulados, y el apoyo a las fuerzas árabes y kurdas, y descarta de forma categórica el envío de tropas para hacer frente al Daesh.

Asimismo, la cooperación internacional y los servicios de inteligencias representan para la candidata demócrata dos recursos valiosos para “desmantelar las redes globales del terror”, y en este sentido defiende un mayor intercambio de información entre las agencias de inteligencia, principalmente de Europa, y trabajar con las empresas de tecnología para frenar la propaganda de la organización terrorista.

En cuanto al sistema de alianzas para combatir al Daesh, Hilary es partidaria de mantener e intensificar los vínculos con los aliados tradicionales de Estados Unidos, apostando especialmente por el Estado de Israel, al comprometerse con reforzar la seguridad de este a base de mayor apoyo económico y militar. Una novedad con respecto a su contrincante lo representa América Latina, siendo la única que reconoce la región como parte fundamental para la seguridad de los Estados Unidos.

En el plano interno, al igual que Trump, está a favor de trabajar con la comunidad musulmana para identificar los signos de radicalización entre los jóvenes, así como de proporcionar a los servicios de inteligencia y de seguridad las herramientas necesarias en orden a prevenir los ataques, especialmente procedentes de los así llamados lobos solitarios.

Las propuestas de uno y otro candidato no difieren a grandes rasgos en lo que tiene que ver la estrategia para lidiar contra el radicalismo islámico, habiendo más puntos en común que disparidades. Ninguno de los dos tiene un plan infalible para acabar con el terrorismo. Para hacerlo, haría falta un cambio más radical aún, que pasaría primero por estabilizar la región de Oriente Medio, dejando claro el enemigo común a combatir por parte de todos los miembros que conforman la coalición internacional contra el terrorismo, así como los terceros actores, para después utilizar todas las herramientas a disposición, y siempre cooperando, para hacer frente al radicalismo dentro de las fronteras de Occidente. No hay que perder de vista que como global, el terrorismo islámico requiere de una alianza asimismo global que implique la voluntad real de todos los actores internacionales para con, no sólo combatir a los grupos terroristas, sino eliminarlos.

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