La desconfianza en el nuevo Gobierno obstaculiza el control de armas en Siria

Mientras Siria trata de superar más de una década de guerra, las nuevas autoridades deben hacer frente a uno de los mayores desafíos: las tensiones y crisis sectarias.
En este sentido, Jaramana, localidad de mayoría drusa situada al sureste de Damasco, se ha convertido en un símbolo del fracaso del nuevo Gobierno en recuperar la confianza de sus ciudadanos y garantizar su seguridad.
Las nuevas autoridades sirias están enfrentando una resistencia firme por parte de los habitantes de Jaramana, que se niegan a entregar sus armas ligeras pese a la campaña oficial de desarme. Para los drusos locales, sus armas no representa una amenaza al Estado, sino un recurso de supervivencia ante el vacío de seguridad que ha dejado años de guerra y la persistente presencia de bandas armadas.
La desconfianza hacia el Gobierno se ha intensificado tras los recientes enfrentamientos sectarios, que han dejado decenas de muertos y han llevado a Israel a intervenir en defensa de la comunidad drusa. Esta situación se produce apenas unos meses después de las masacres contra la comunidad alauita en las regiones costeras del país.
Aunque la desconfianza actual hacia la autoridad central no es nueva. Durante el conflicto, muchos en Jaramana y en otras regiones drusas han visto cómo las instituciones estatales fracasaban en contener la violencia sectaria. La reciente escalada de tensiones entre comunidades sunitas y drusas, junto con el recuerdo de masacres pasadas en otras zonas como la costa siria, ha reforzado la creencia de que solo mediante la autodefensa se puede garantizar la seguridad.

Desde la caída del régimen de Bashar al-Asad y la toma del poder por grupos islamistas, el gobierno ha intentado consolidar su control en zonas clave alrededor de Damasco. Pero en Jaramana, este esfuerzo se percibe como una ofensiva unilateral, ya que se exige a la población que entregue sus armas sin ofrecer garantías claras ni soluciones institucionales para protegerla.
Por otro lado, la situación se agrava por la dimensión internacional del conflicto. Israel ha intervenido con ataques aéreos en las inmediaciones de Jaramana con el objetivo de proteger a la comunidad drusa, lo que aumenta la percepción de que la seguridad no proviene de Damasco, sino del exterior. Esta sensación refuerza el argumento de la autosuficiencia armada y socava aún más la legitimidad del Estado.

Con el fin de mandar un mensaje a las nuevas autoridades y proteger a las comunidades drusas, las Fuerzas de Defensa de Israel localizaron y destruyeron la sede militar central del antiguo régimen de Assad en la región del Monte Hermón.
Esta operación siguió a una escalada más amplia de la actividad militar israelí en toda Siria, incluida una ola de ataques aéreos durante el pasado fin de semana contra sistemas de defensa aérea y activos del régimen cerca de Damasco, Hama y Daraa.

Israel, además, ha recibido a varios ciudadanos drusos para que reciban tratamiento médico. “Para Israel, cuya población drusa está profundamente integrada en su tejido nacional y de defensa, mantenerse al margen no era una opción”, señala Sarit Zehavi, presidenta del Alma Research and Education Center.
Además de las razones morales, Zehavi recuerda que las acciones de Israel también responden a un interés estratégico. “Cuando los grupos minoritarios cercanos a la frontera se debilitan, a menudo se convierten en clientes de fuerzas yihadistas hostiles, como las afiliadas al nuevo régimen sirio”, explica.
“Dejar a los drusos de Siria indefensos no era una opción, especialmente dada la dura lección aprendida por Israel de la masacre del 7 de octubre de 2023: permitir que un monstruo yihadista crezca sin control en la frontera es inaceptable”, añade Zehavi, quien también destaca que proteger las aldeas drusas no es solo una cuestión humanitaria, sino “un imperativo de seguridad nacional para salvaguardar el Golán y sus comunidades”.

Los analistas coinciden que, en lugar de empezar por el desarme, Damasco debería centrarse en reconstruir la confianza, fortalecer sus instituciones de seguridad y ofrecer a estas comunidades un proyecto de país en el que se sientan incluidas.
Además, para los drusos el derecho a portar armas no es solo una estrategia de defensa, sino también un símbolo de dignidad y autonomía. En Jaramana, como en otras regiones drusas como Sweida, se han formado redes locales de autodefensa que funcionan de manera más efectiva que las fuerzas estatales, consideradas por muchos como ineficaces o incluso sesgadas por prejuicios sectarios.

Este patrón no es exclusivo de Siria. Experiencias similares en países como Irak o el Líbano muestran que tras largas guerras civiles, los grupos locales tienden a mantener las armas ante la ausencia de una reforma profunda del Estado. En cualquier escenario, el desarme sin un acompañamiento político y social real se percibe como una amenaza existencial más que como un paso hacia la paz.
Por ello, la situación en Jaramana debe entenderse como parte de una realidad geopolítica compleja, donde convergen actores regionales como Irán, Rusia e Israel. Pero sobre todo, como una muestra de la fragilidad de un Estado que aún no ha logrado reconstruirse tras el colapso institucional.
Sin un compromiso serio por parte del gobierno sirio de proteger a sus ciudadanos, especialmente a las minorías, las armas seguirán siendo vistas como una necesidad vital, no como una elección violenta.