Las huellas de Hamás en Kfar Aza

Unas hileras de casas, algunas de ellas completamente en ruinas, evidencian los horrores que se vivieron la mañana del 7 de octubre en Kfar Aza. La magnitud de la destrucción es tal, que es prácticamente imposible caminar sin pisar escombros, balas y cristales.

Kfar Aza era uno de esos kibutz en el sur de Israel donde judíos procedentes de varias partes del mundo lograron hacer “florecer el desierto”. De hecho, este kibutz en concreto fue el primero en Israel en poner en funcionamiento un sistema de riego automático para los campos de cultivo.
Esta comunidad agrícola, fundada en 1951 por judíos procedentes de Egipto y Marruecos, abandonada en 1955 y repoblada nuevamente en 1957, es ahora una localidad fantasma. Ya no se escuchan pájaros, sino bombardeos, las sirenas y el maullido de algún gato escondido entre los escombros.
Las paredes hablan en este kibutz del sur de Israel. Son testigos de el brutal ataque de Hamás y en ellas se han quedado grabados los restos de aquella fatídica mañana que truncó las vidas de miles de personas.

Impactos de balas, zonas parcial o completamente quemadas o escritos que hizo el Ejército israelí después de llegar al kibutz donde se pueden ver la palabra “terrorista” para indicar que dentro había un miembro de Hamás, o “limpio”, para señalar que en la casa -o lo que queda de ella- no hay presencia terrorista.
En las paredes también hay grandes agujeros formados por explosiones desde donde puedes ver el interior de las viviendas e imaginar como era la vida en esta tranquila comunidad agrícola antes del 7 de octubre. Estanterías con vajillas, libros, juguetes y otros objetos cotidianos que, muchos de ellos, nunca más van a volver a ser utilizados por sus dueños.

En el exterior de las casas, en lo que alguna vez fue un jardín, se pueden ver todavía hamacas, bicicletas o zapatos. Todo ello, en muchas ocasiones, al lado de cristales rotos, puertas que se han forzado tanto que se han roto o casquillos de balas que se contradicen con algunos símbolos de esperanza y paz que todavía cuelgan de las maltratadas paredes, como banderas de oración tibetanas, atrapasueños, o amuletos contra el mal de ojo.
Por otro lado, si se alza la vista mas allá de las hileras de casas, se puede ver la valla que rodeaba el kibutz y que la mañana del 7 de octubre derribó Hamás con el objetivo de asesinar, torturar, violar y secuestrar. De los aproximadamente 800 residentes de Kfar Aza, 63 fueron asesinados y 18 secuestrados. No obstante, estas cifras podrían aumentar ya que todavía se están recuperando e identificando cadáveres y restos.

Detrás del alambre, a apenas 2 kilómetros, se encuentra Gaza, de donde muchos ciudadanos venían para trabajar en el kibutz y otros en la frontera que, al igual que Kfar Aza, fueron atacados por Hamás. También algunas familias en Kfar Aza ayudaron a conseguir medicamentos y atención médica a los trabajadores gazatíes y a sus familiares.

“Encontré cabezas sin cuerpo, encontré cuerpos sin cabeza”
“A las 6 de la mañana empezaron a sonar las alarmas de forma intensa, sin parar”, recuerda Israel, uno de los supervivientes de Kfar Aza, quien señala que normalmente se quedan dentro del refugio unos minutos, aunque esta vez fue diferente. Tras el sonido de las sirenas, los residentes de Kfar Aza comenzaron a escuchar tiroteos y explosiones procedentes de las armas de los 100 terroristas que irrumpieron en el kibutz.
Israel se escondió en el mamad (una habitación segura que sirve como refugio antiaéreo) junto con su mujer. No obstante, estos refugios sirven exclusivamente para protegerse de los ataques aéreos, no te puedes encerrar dentro de ellos.

Es por ello que Israel tuvo que sujetar la puerta durante horas, ya que los terroristas se quedaron en su casa porque era un buen lugar estratégico para luchar contra las fuerzas israelíes cuando llegaron al lugar. “Sin electricidad, sin agua. 36 horas escuchando como la gente moría fuera. No tengo palabras suficientes para explicarlo”, declara a los periodistas en un encuentro organizado por la Oficina de Prensa del Gobierno israelí (GPO).
Israel también denuncia que, después de que los terroristas entrasen en el kibutz y asesinaran gente, personas procedentes de Gaza llegaron con bolsas para robar dentro de las casas.

Además del testimonio de Israel, Simcha Greineman, voluntario de ZAKA, una organización especializada en la búsqueda y el rescate de cadáveres, relató algunas de las cosas que presenció cuando llegó a Kfar Aza y a otros kibbutzim. “Encontré cabezas sin cuerpo, encontré cuerpos sin cabeza”, señala.
Greineman también habló de las evidencias encontradas sobre violencia sexual en muchos de los lugares atacados por Hamás. “Si ves a una chica medio desnuda, tirada en una cama con un impacto de bala en la cabeza es absurdo preguntarse si fue violada o no”, señala. “No hay dudas y el mundo tiene que entender que es lo que pasó aquí”, concluye Greineman.

Lo que ocurrió en Kfar Aza, al igual que otras comunidades de alrededor como Be'eri, Ofakim, Kissufim o Nahal Oz, aquella mañana del 7 de octubre ha marcado profundamente a la sociedad israelí. Las masacres, consideradas como el particular 9 de septiembre de Israel, pasarán a la historia como uno de los días más negros del Estado hebreo. Por otro lado, los testimonios sobre lo ocurrido recuerdan a los pogromos que sufrieron las comunidades judías en el pasado en varios puntos de Europa y Oriente Medio.

La gran pregunta es qué pasará el día después de la guerra en Kfar Aza y en el resto de kibbutzim atacados. “Todavía es pronto para saberlo”, comentan. Otros señalan que las casas se reconstruirán y Kfar Aza volverá a florecer.